sábado, 18 de diciembre de 2010

Esta es la Administración que tenemos

Hoy pienso que siempre he creído en la constancia, el trabajo, la inteligencia y la honestidad como normas en la vida.

He tanteado, rozado tan sólo, el mundo de la política y he observado que allí, de esas cuatro, ninguna te garantiza el éxito, en todo caso la constancia, aunque asociada a otro tipo de "virtudes". Bueno, no he descubierto nada, pensaréis, lo que no esperaba, sin embargo es que el mundo administrativo también estuviera atufado de los mismos valores. Cambios de puesto y ceses basados en el amiguismo son el pan nuestro de cada día. Favores debidos y acciones con recargo se suceden continuamente en un ámbito donde España, encima presume de profesionalización (en Iberoamérica somos el paradigma de la objetividad y profesionalidad en este campo).

No hablo del funcionario de oposición que se encuentra atendiendo al público en una oficina y cuya fama está totalmente injustificada, ya que me consta, por propia experiencia, que ese tipo de personas son grandes profesionales y que dedican muchas más horas y pasión por su labor de las que la gente cree o le han hecho creer.

Yo hablo de la cúpula de la Administración, de los puestos denominados de "libre designación" y que, aunque es cierto que se han de cubrir obligatoriamente con funcionarios , no lo es menos que en la mayoría de los casos se escogen por mero antojo, capricho o amistad.

Conozco casos en que el cese de uno de estos directivos públicos ha tenido la vergonzante justificación de "es que tengo que traerme un amigo".

Sin embargo, no siempre son tan sinceros, lo habitual es que el flamante designado Secretario de Estado empiece, a su llegada, a remover sillas basándose en el simple hecho de poner a alguien afín a sus ideologías, en el mejor de los casos, o amigo de la infancia en el peor de ellos.

Si bien es cierto que un alto cargo debe contar con alguien de su confianza junto a él, no lo es menos que para cumplir con los principios establecidos en el artículo 103 de la constitución, el funcionario directivo habría de ser tan súmamente profesional y técnico que no debiera importar su ideología o criterio, sino tan sólo su eficacia y eficiencia para llevar a cabo las pautas encargadas por el Secretario de Estado, Subsecretario o Director General.

Desgraciadamente, no es así, y esta semana he comprobado de primera mano como un gañán sin ninguna experiencia anterior, no ya en la Administración, sino como gestor, es nombrado Director General, tras un cese de una gran profesional, que sin embargo, contaba con el gran defecto de carecer de carnet y sin amigos de ZP para sostenerla.

Este Director ha comenzado su obra, la de hacer amigos que le garanticen la jubilación anticipada cuando deje el sillón, aunque para ello haya tenido que cortar cabezas sin sentido y sin escrúpulos, y lo que es peor, sin responsabilidad.

Lo más grave del asunto es que dentro de un tiempo nadie le rendirá cuentas por su gestión y sus resultados, sino que dependerá de los favores que hizo y a quién trató bien... y con suerte para él, si éstos siguen arriba tendrá su caramelito.

Por desgracia, "el dinero público no es de nadie", y por ende la Administración nunca va bien ni mal, simplemente va.

Esta es la Administración Pública que tenemos. Sin embargo, la fama se la llevan los controladores aéreos, los funcionarios de a pie, o los Guardias Civiles en huelga de bolis caídos y mientras, los políticos y sus amigos siguen riendo desde su coraza mediática...

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