jueves, 10 de julio de 2014

De capas largas y anchas alas

"Yo he limpiado Madrid, la he empedrado, he hecho paseos y otras obras... merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me han tratado tan indignamente"
Marqués de Esquilache

Hoy pienso que era marzo de un año tal como 1766, cuando la crisis económica asolaba las calles y la sociedad  empezaba a reclamar a gritos algo tan básico como comida y trabajo.
Enfrente, un Gobierno impotente dejaba todo en manos de un Ministro de Hacienda extranjero para lograr sacar el país adelante. Nuestro valiente ministro ideó un ambicioso plan a medio plazo que, sin embargo, conllevaba medidas controvertidas para la ciudadanía, que veía como los impuestos crecían, los productos de primera necesidad se encarecían y la pobreza aumentaba.
Como consecuencia de la situación, los delitos se incrementaron, los robos y atracos a plena luz del día se hicieron cotidianos y las peleas y rellertas comenzaron a ser frecuentes... así que nuestro Ministro veneciano decide tomar cartas en el asunto y prohibe los sombreros de ala ancha y las capas largas, tratando de persuadir a los malhechores de delinquir bajo el anonimato de dichas prendas y de paso, modernizar a los españoles que seguían usando esas prendas tan desfasadas en el resto de Europa.

Seis años después de haber comenzado su plan de reformas para tratar de modernizar el país y conseguir de Madrid ser la capital más segura y limpia de Occidente, durante los que ningún ciudadano se había quejado, llega aquella normativa sangrante para el españolito de a pie, y así, un Domingo de Ramos, un grupo de personas, muy indignadas y mejor organizadas, ataviadas con las prendas prohibidas empezaron provocando a unos soldados, derivando en el famoso Motín de Esquilache.

Durante tres días y tres noches, se sucedieron saqueos, actos vandálicos alborotos y agresiones que obligan al Rey Carlos III a anunciar que acepta las pretensiones de los amotinados, entre las cuales se incluía la expulsión de España del Ministro, Don Leopoldo de Gregorio, Marqués de Esquilache, y, por supuesto, permitir el uso de la capa y el sombrero de la discordia.

Sin embargo, temeroso de algún incidente más, el Rey opta por trasladarse a Aranjuez, lo que, sin embargo, es entendido por el pueblo como una cobarde huida, agravando la situación que ya parecía en calma y dando lugar a nuevos asaltos y desmanes, incluyendo liberaciones de delincuentes presos. Esta vez, las demandas tienen un tono más grave y serio, yendo más allá de unas simples amenazas. Finalmente el Rey se resigna y cede, y como acto de buena fe, comienza por despachar, ipso facto, a su ministro, Esquilache, que se marcha a tierras italianas. De poco sirvieron sus reformas económicas, los proyectos de higiene, empedrado e iluminación de las calles, la creación del montepío para viudas o la lotería.

Corremos 245 años para adelante, 15 de junio de 2011. Un grupo de indignados y mejor organizados, se parapetan en las puertas del Parlamento Catalán y tratan de impedir su acceso a los propios diputados. Comienzan las protestas con la aparición de los primeros parlamentarios. El ambiente se empieza a calentar, los policías no dan abasto y los acosadores se van viniendo arriba.... insultos, amenazas e incluso agresiones obligan a salir corriendo, literalmente, a algunos diputados. El Presidente Catalán tiene que acceder al Parlamento en helicóptero, como si de una guerra se tratase.

3 años depués, un 7 de julio de 2014, San Fermín, los 19 detenidos por aquellos disturbios son absueltos de todo delito, ya que, en opinión del magistrado ponente "la libertad de expresión y el derecho de reunión y manifestación prevalecen en este caso", ya que "para muchos sectores sociales la reunión y la manifestación es el único medio por el que expresar y difundir sus pensamientos y opiniones"

Sin duda, estos jueces saben de leyes, y por ello seguramente se van al lado genérico y casi metafísico de la norma. Seguramente saben que si acuden a la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio que es la que regula el derecho de reunión y manifestación, sólo encontrarán que su primer artículo empieza diciendo "el derecho de reunión pacífica y sin armas..." y que su artículo 4.3 continúa disponiendo que "los participantes en reuniones o manifestaciones, que causen un daño a terceros responderán directamente de él". Por tanto, si citasen esta norma no tendrían más remedio que condenar a estos 19 angelitos.

Por eso con muy buen criterio hacen referencia a la Constitución y a uno de sus derechos fundamentales, el derecho a reunirse y el derecho a expresarse, ¡casi nada! Sin embargo, en ese argumento algo también chirría, en primer lugar, porque como parafraseando a Sartre, la libertad de los manifestantes para insultar, amenazar y agredir, termina donde empieza la de los diputados insultados, amenazados y agredidos. Pero sobre todo porque en un Estado democrático y de Derecho, hay otras formas que además son legítimas y legales de expresar y difundir sus pensamientos y opiniones. Por suerte no vivimos en otro tipo de países donde no les queda más remedio que acudir a aquellos extremos, aquí no existe la censura en ningún medio de telecomunicación, internet no está limitado o "capado" por el Gobierno, nadie es detenido por dar su opinión, e incluso existe el sufragio universal, libre, secreto y directo, la mejor herramienta para expresarse.

Si hace casi 250 años un Rey permitió que un motín violento se saliese con la suya, hoy es la Audiencia Nacional la que, en cierta forma legitima unos actos salvajes y violentos. Sin embargo existe una pequeña diferencia, la Monarquía absoluta de entonces y la Monarquía parlamentaria de hoy. Quizás esa pequeña diferencia algunos no la vean y equiparen ambas situaciones extremas, sin embargo, la democracia no es tan pequeña como para ignorarla.

Por cierto, todavía con Esquilache en España, haciendo las maletas,  el Conde de Aranda, que quedó a cargo del gobierno mientras el Rey estaba en Aranjuez, convenció al pueblo de Madrid de cambiar las capas y los sombreros de la discordia por capas cortas y tricornios tal y como pretendía el pobre marqués...

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