sábado, 13 de junio de 2015

De cigarras, difterias e hijos pródigos

"El hijo dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
El padre entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas, mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado".
Lucas 15 (Nuevo Testamento)


Hoy pienso que recuerdo de pequeño leer en clase de religión la parábola del hijo pródigo y pensar y repensar sin acertar a entender, por mucho que me explicaba el profesor, la moraleja. Eso de que un hijo se vaya de casa, le pida a su padre la parte de su herencia, se pegue la vida padre (nunca mejor dicho) y cuando se queda sin nada, vuelva a casa y su padre le vista con las mejoras galas y prepare una gran fiesta como la que nunca tuvo la delicadeza de dedicar a su otro hijo, ese que nunca se movió de su lado y siempre estuvo trabajando y dando el callo...no me cabía en la cabeza. Entendía el cabreo del hijo ninguneado, es más, me enfadaba sólo al leerlo No, esa parábola no me convenció nunca.

Y sin querer, el hijo pródigo me vino a la mente cuando escuché lo del caso del niño de Barcelona afectado por la difteria.

Lo primero y ante todo, es desear que el chaval, que sigue luchando por su vida, salga adelante y logre recuperarse pronto de este trance que le ha tocado pasar. En este sentido, este chico tiene la fortuna de encontrarse en España, donde podemos presumir de tener un Sistema de Salud admirable, en el que, listas de espera aparte, la calidad es extraordinaria, hasta el punto de afirmar sin temor que se encuentra entre los mejores del mundo.

Sin embargo, algo falla cuando un niño se contagia de una enfermedad quasi-extinguida y perfectamente prevenible con una vacuna que nuestro Sistema recoge en su calendario de vacunas, calendario que incluye y acoge a todos los niños de forma gratuita.

Bueno, quizás el hecho de que no haya un calendario de vacunas homogéneo y único para todo el territorio no haya influido aquí, aunque no está mal recordar que es un desatino, como la mayoría de las competencias que actualmente están en manos de las CCAA (por cierto, que el flamante tripartito valenciano ha propuesto una agencia tributaria propia, una ley educativa personalizada y un banco autonómico... seguimos nadando contra corriente, hasta que nos caigamos por la cascada... tiempo al tiempo).

Como es lógico, rápidamente ha surgido el debate sobre la obligatoriedad de las vacunas o no. Yo, por principio, creo que no debe obligarse a nadie a ser vacunado. Apelo así a la libertad de los padres y a su propio sentido de responsabilidad y compromiso.

Sin embargo, es ese sentido de responsabilidad el que debería prevalecer y, por tanto, asumir las consecuencias de su decisión, ya que, en caso de contagio de alguna de las enfermedades que se podían haber prevenido con la vacuna, ellos y sólo ellos deben asumir toda la responsabilidad y sus consecuencias.

Esto viene al caso porque tras el caso de difteria de este niño, posteriormente han detectado otros 8 chavales cercanos a él que portan la bacteria causante de dicha enfermedad pero que no han desarrollado la enfermedad por estar vacunados. No obstante, como digo sí que son portadores de la bacteria, lo que significa que pueden contagiar a cualquier niño que no haya sido vacunado. 

Estos 8 niños han sido puestos en cuarentena y aislados en sus casas, mientras son tratados para eliminar dicha bacteria, con el fin de que no puedan contagiar a los que no están vacunados. Pues bien, aquí es donde no estoy de acuerdo. Al final, como siempre suele ocurrir, el perjudicado es el que hace las cosas bien, y así, estos niños se encuentran encerrados en sus casas, como apestados, para que aquellos niños, cuyos padres decidieron no vacunarles, siguen haciendo vida normal, yendo a clase y jugando en el patio. 

Algo falla aquí. Los padres de esos niños cumplieron con el protocolo de vacunaciones, hicieron caso a los consejos sanitarios sobre prevención de enfermedades y permitieron que vacunasen a sus hijos, sin embargo, al final, los que acaban castigados, enclaustrados en casa y sufriendo todo ese mal trago, son ellos, mientras el Estado protege a aquellos otros cuyos padres decidieron no tomar ningún tipo de medida preventiva, a pesar de que el Sistema Sanitario facilita su implantación, tanto de forma económica (es grauito) como logística (si no quieres ir al centro de salud, incluso se hacen campañas de vacunación en los colegios). 

Y digo yo, ¿no sería más lógico que aquellos niños cuyos padres decidieron no vacunarlos, se quedasen en sus casas, como mera prevención, o bien, aceptasen el riesgo de ser contagiados? Al fin y al cabo ese riesgo ya lo asumieron cuando, en su día, decidieron no vacunarlos, ¿no?

Como ocurría con el hijo pródigo, aquel que decide tomar un camino lo hace sin asumir el riesgo que implica y luego, sólo con volver a casa, es suficiente para que se le proteja y defienda, incluso aunque ello suponga, no ya un agravio, sino un perjuicio contra aquel que, siguiendo las indicaciones y los consejos sugeridos, acertó con el camino tomado.

Ojo, soy padre, y yo también recibiría a mi hijo y le daría un abrazo, pero no dejaría que mi otro hijo, aquel que permaneció a mi lado y nunca me abandonó, se sintiese menospreciado o perjudicado. En este caso, el Estado tiene el deber y la obligación de proteger a los niños que no están vacunados, entre otras cosas porque ellos no son culpables de las decisiones de sus padres, pero también porque es obligación del Estado velar por la salud de todos los ciudadanos, pero eso sí, sin que eso vaya en perjuicio de otros ciudadanos.

Curiosamente, también me contaron de niño la fábula de la hormiga y la cigarra, pero esa sí la entendí desde el primer momento: el trabajo y el esfuerzo tienen su recompensa. Sin embargo, hoy lo que no acierto a comprender es por qué, en la vida real, la cigarra es ha convertido en un hijo pródigo que cuando vuelve a casa, lo hace exigiendo, consiguiendo así, con sus demandas, obtener parte de la recompensa que la hormiga se ha estado currando...

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