jueves, 5 de noviembre de 2015

De Babel y uno de los cerditos

 "Y el Señor descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres. Y dijo el Señor: He aquí, son un sólo pueblo y todos ellos tienen la misma lengua. Y esto es lo que han comenzado a hacer, y ahora nada de lo que se propongan hacer les será imposible. Vamos, bajemos y allí confundamos su lengua, para que nadie entienda el lenguaje del otro".
Génesis 11:5-7

Hoy pienso que según cuenta la Biblia, al principio de los principios de los principios sólo existía un idioma de carácter universal. Los hombres, en su ignorante arrogancia, empezaron a planear la edificación de una ciudad y de una torre que fuera muy alta, que pudiera tocar el cielo y que los hiciera famosos, pasando incluso sobre su propio Dios, Yahvé.

Para la gran edificación realizaron ladrillos y no ocuparon piedras como se acostumbraba, utilizando betún en vez de argamasa; cocieron los ladrillos al fuego y empezaron la construcción de la torre. 

Y claro, su Dios se enfadó, se levantó y con un sólo gesto hizo que cada uno hablase una lengua diferente. Imaginaros ese momento, cuando uno trataba de pedirle al otro un poco de agua, ese que hasta hace un minuto era su amigo, y ahora no hacía más que escupir sonidos inteligibles de su boca. es como si ahora, fueses a la provincia de al lado, a tan sólo unos kilómetros de distancia y en un bar el camarero, que habla tu mismo idioma, se empeñase en hablarte en otro distinto... o peor aún, imaginad que vívís en el barrio de siempre, y te obligan a cambiar el letrero de tu tienda para traducirlo a un idioma distinto al que siempre hablaste, una locura, ¿verdad?

Nosotros no necesitamos enfadar a ese Dios, nos valemos por nosotros mismos. Érase una vez una España en la que todos hablábamos el mismo idioma, no había problemas de entendimiento, uno podía viajar del Cabo de Gata al de Finisterre (que diría Da Rosa) y pedir la misma cerveza... Y entonces ocurrió, alguien se levantó y con un sólo gesto empezó a jugar a ser Dios.

Empezaron los catalanes, luego vinieron los gallegos, los Vascos no querían ser menos y llegaron más lejos, inventando un idioma tan difícil de hablar para ellos como para un polaco, entonces los valencianos dijeron que ellos también querían ese privilegio... y los Balearicas, y los asturianos. Y es que ahora, si no tienes un idioma propio, no eres nadie... singularidad histórica lo denominan algunos.

Los aragoneses han tardado un poco más en darse cuenta, pero por fin el PSOE ha visto la luz y ha decidido apuntarse al carro de Babel, para ello, inspirados en Goebbels, ¿quién no tira ahora de Goebbels? anuncian que el aragonés, o mejor dicho, la fabla aragonesa, que así suena más auténtico, se va a convertir en lengua vehicular para la Educación Primaria e Infantil.

Y yo, como buen andaluz, tiemblo... porque conozco a nuestra Susanita y ella no es menos que nadie, y mañana nos pone a estudiar andalú... y si tirito no es por miedo al andalú, sino porque en Andalucía tendríamos que patentar al menos 10 andaluces diferentes, dependiendo de si me coges a un andaluz de Chiclana, uno de las Alpujarras o de Antequera.

Claro, que en un país donde la ignorancia es un mérito y la cultura un lastre en tu currículo, conocer la Torre de Babel empieza a ser insólito y discernir la etimología clara y concisa de la palabra puede llegar a ser cruelmente extravagante. Quién va a intuir que Babel deriva del verbo hebreo ‘balbál’ y que significa confundir. Y que por esa razón a la torre se le nombró así, pues sería ahí donde las lenguas confundirían a todos los hombres del planeta y les obligaría a esparcirse sobre éste.

Hoy, mientras vivimos en un mundo obligado a interelacionarse y donde a pesar de existir más de 7000 lenguas todos tratan de comunicarse a golpe de click, en España seguimos construyendo una torre de Babel a base de paja... hasta que llegue el lobo y nadie le entienda cuando grite eso de "y soplaré y soplaré y la torre tiraré". Y cuando eso suceda y el lobo derribe nuestra torre de un sólo soplido... entonces, querido Mas, ¿a casa de quién llamará pidiendo socorro el pobre cerdito?

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