Queridos Reyes Magos,
Hoy pienso que nunca he estado más contrariado en día tan especial como es el 6 de enero.
Vale,
es cierto que hubo un año que me trajisteis carbón. Sí, de azúcar, pero
carbón al fin y al cabo. Otro 6 de enero no disteis con el color de las
zapatillas que había pedido. Incluso un año me encontré bajo un bonito
envoltorio una camiseta de fútbol... ¡con los colores del equipo
contrario!
Pero
a pesar de todo eso y de que sigo esperando ese Scalextric que llevo
pidiendo desde los 8 años, la verdad es que siempre me habéis mimado, consiguiendo de cada 6 de enero un día mágico.
No son los regalos ni son los camellos, ni tiene, siquiera, que ver con el Niño Jesús. Se trata de acostarme cada 5 de enero con la misma ilusión con la que lo hacía de niño, dejando los 3 vasos de leche en la entrada y deseando que amanezca para abrir los regalos. Es ver que cada 6 de enero el tiempo se detiene y vuelvo a ser aquel mocoso que corre al salón, ante la atenta mirada de mis padres, para ver todo inundado de coloridos embalajes.
Los años han pasado, y ahora soy yo el que mira atento la carita alucinada de todos los renacuajos que se arremolinan en la puerta del salón esperando la señal para entrar, y aún así, escondo con cuidado mis pulsaciones y mis nervios por entrar en esa habitación que, por un día, es un mundo sin conquistar lleno de luz y arco iris.
El suelo lleno de papeles de colores hechos trizas, comer roscón hasta no poder más, dando cada bocado despacito deseando ser el afortunado que se lleva el premio gordo que alguien muy parecido a vosotros mete cada año, regalando fantasía para el resto del año. Llamadlo tradición, nostalgia o sinrazón, pero es algo muy especial cuya magia radica en mantener, año tras año, la misma liturgia bañada en cariño, esperanza y amor.
No son los regalos ni son los camellos, ni tiene, siquiera, que ver con el Niño Jesús. Se trata de acostarme cada 5 de enero con la misma ilusión con la que lo hacía de niño, dejando los 3 vasos de leche en la entrada y deseando que amanezca para abrir los regalos. Es ver que cada 6 de enero el tiempo se detiene y vuelvo a ser aquel mocoso que corre al salón, ante la atenta mirada de mis padres, para ver todo inundado de coloridos embalajes.
Los años han pasado, y ahora soy yo el que mira atento la carita alucinada de todos los renacuajos que se arremolinan en la puerta del salón esperando la señal para entrar, y aún así, escondo con cuidado mis pulsaciones y mis nervios por entrar en esa habitación que, por un día, es un mundo sin conquistar lleno de luz y arco iris.
El suelo lleno de papeles de colores hechos trizas, comer roscón hasta no poder más, dando cada bocado despacito deseando ser el afortunado que se lleva el premio gordo que alguien muy parecido a vosotros mete cada año, regalando fantasía para el resto del año. Llamadlo tradición, nostalgia o sinrazón, pero es algo muy especial cuya magia radica en mantener, año tras año, la misma liturgia bañada en cariño, esperanza y amor.
Sin
embargo, este año no supe qué pensar cuando os vi por la tele en
la Cabalgata de Madrid. ¿por qué os teníais que disfrazar? Vosotros
sois los Reyes Magos de Oriente, sí, Melchor, Gaspar y Baltasar. No
importa si lo dice la Biblia, tampoco si incumplís la paridad de la Ley de
Igualdad, o si algunos piensan que vuestras capas están desfasadas y
que había que darle más color. Vuestras coronas están por encima de cualquier Rey, Presidente o Comandante, porque vuestra única ideología es la felicidad de los niños, tengamos la edad que tengamos. Vosotros regaláis magia, y eso no
podéis permitir que os lo quite ningún lobo disfrazado de abuelita.
No os lo reprocho, imagino que no tuvo que ser fácil para vosotros vestiros con esa
indumentaria y dejar que la clásica fiesta dedicada a los niños se
conviertiera en un atroz esperpento de luz y sonido, expulsando carretas
por no ser afines a la ideología imperante en Cibeles o con DJ,s
pinchando música más propia de un after que de un espectáculo para
niños.
Y sí, lleváis razón, podría haber sido peor, podrían haberos suplantado tres mujeres
vestidas de algo indescriptible, haciéndose llamar Libertad, Fraternidad
e Igualdad... más que nada por si traen la guillotina detrás, quién
sabe, después de usarla con vosotros igual vienen a por mi por
escribiros esta inocente carta...
Puestos a imaginar, podría haber formado parte de la cabalgata algún intransigente disfrazado de ¿pictoplasma? que, aprovechando su cobarde
anonimato blanco y peludo, decidiese soltar algo que duele, hiere y que puede romper la magia que
esa fiesta tan cínica no había sido capaz de destruir.
Por suerte yo os conozco, y sé que seguiréis viniendo cada año, y aunque seguro que estáis algo enfadados y no tendréis muchas ganas, después de lo vivido este año, aún así, tengo claro que, si vinisteis cuando mis abuelos eran niños, entre bombas y odios forzados, si habéis conseguido arrebatar sonrisas olvidadas y habéis recuperado la esperanza y alegría de aquellos que la creían perdida, sigo teniendo la certeza de que volveréis el año que viene, porque vosotros no podéis fallarnos.
Yo os prometo que seguiré poniendo vuestros vasos de leche en la entrada, despertándome antes de tiempo y saboreando los traidores bostezos que, tan temprano, se me escapan entre risas, caramelos y regalos, y os seguiré escribiendo mi carta, empezando por Queridos Reyes Magos, incluso aunque me obliguen a empezarla con un Queridas Reyas Magas.
PD.
Espero que no os olvidéis de donde vivo, y no os engañe el nuevo nombre
de la calle, ya que hace poco lo sustituyeron, relevando el de toda la vida, dedicada a un escritor español, por el de otro escritor, también español,
ambos andaluces, gaditano el primero y cordobés el otro, poetas y
creativos ambos, uno creía en Dios y otro en Alá, pero ambos cantaban al
amor. Sólo mil años separaban a ambos, pero sin embargo, según parece, vivir
en una dictadura te hace menos digno que haber vivido en un Califato...
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