Hoy pienso que de las pocas cosas buenas que tiene una guerra, si es que las tiene, es el carácter que imprime a las personas que la sufren.
Mi abuela fue una de ellas. Con tan solo 13 añitos, una calurosa mañana de julio vio como su madre, asustada, la cogía de la mano y le decía que tenían que esconderse.
"Qué pena que no pueda verte cuando llegues a Ministro" me dijo la última vez que la vi. "Yaya, -le dije-, tal y como está la cosa, mejor que no me veas de Ministro..".
Mi abuela fue una de ellas. Con tan solo 13 añitos, una calurosa mañana de julio vio como su madre, asustada, la cogía de la mano y le decía que tenían que esconderse.
Los gritos y el jaleo de la calle se hacían cada vez más intensos. Ese día, Sevilla estaba muy revuelta. En ese momento, unos hombres entraron en su casa y apartándolas violentamente comenzaron a remover cosas. Muebles lanzados por la ventana, papeles por el aire y cuadros despedazados . "Bajad a las mujeres! bajadlas a la plaza!" Gritaba uno de los hombres desde la calle mirando al balcón de la casa, mientras mi abuela abrazaba a su madre con su hermano, un joven fingiendo ser ya un hombre, trataba de defender a su madre y hermana.
De pronto, uno de ellos reconoció a la madre de mi abuela. "Un momento" dijo "A esta mujer la conozco, llevaba mantas y comida caliente a mi casa. Mi madre siempre le daba las gracias. A ellas dejadlas, que son buena gente". Tras unos momentos de indecisión, decidieron dejar aquella casa, ya totalmente arruinada, e ir a por más. "Será por casas y familias que destrozar..." debieron pensar. Siguieron su camino y desde allí vieron cómo a los pocos minutos, en esa plaza donde no llegaron a bajar, la multitud mataba al cura de la parroquia.
Sin embargo, aquel día no fue el que más impresionó a mi abuela. Un par de días más tarde, una vez que Queipo de Llano logró hacerse con el control de la ciudad sevillana, las tornas cambiaron y los perseguidores pasaron a perseguidos. La familia de mi abuela pudo volver a su casa tras unos días escondidos en casa de un vecino y fue esa misma mañana cuando de nuevo oyó jaleo en la plaza. Se asomó cáutelosamente al balcón y vio cómo su hermano Agustín hablaba con unos militares. Trataba de impedir la ejecución de un pequeño grupo de hombres... Entre ellos se encontraba aquel mismo chico que días antes les había salvado a ellos.
Desafortunadamente, mi entonces jovencísimo tío abuelo no pudo hacer nada por ellos.
No pasaron ni 3 meses de aquello cuando mi niña abuela, junto a su madre, recibían la triste noticia de que su hermano, el guapo, cariñoso y valiente Agustín, moría en el frente.
Hoy mi abuela tendría que haber cumplido 90 años (89 según sus coquetas cuentas) pero hace mes y medio su corazón se cansó de seguir el frenético ritmo que ella le imponía y se fue, seguramente a seguir controlándolo todo desde arriba. Allí le tendrá mi abuelo todo preparado, que para eso se fue 9 meses antes.
Porque ella era así, una mujer de la guerra. Su machismo de la época me divertía y su obsesión por mantener la familia unida me admiraba.
Zalamera y coqueta, trataba de vivir intensamente cada momento, continuamente atenta a todas las conversaciones simultáneas de la mesa y siempre dispuesta a ser la última en irse a la cama.
Nunca olvidaré los consejos que daba a su "Melenas" como le gustaba llamarme, porque aunque yo me reía y le tomaba el pelo, en el fondo, como sucede con todas las personas mayores, las suyas eran palabras sabias.
Hoy que ando por aquí, no me puedo n quiero ir sin decirte: Olé tus guevos! Es un homenaje precioso.
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