jueves, 7 de agosto de 2014

De mayor quiero ser Superferretero

"Este capitán era uno de esos valiosos mortales que se encuentra en todo tipo de profesiones, aún en las más humildes; esa clase de persona a la cual todo el mundo está de acuerdo en llamar un hombre respetable"
Herman Melville


Hoy pienso que estoy leyendo la encuesta anual que publica Adecco sobre la pregunta ¿qué quieres ser de mayor? y no hay sorpresas. 

Por un lado, los niños siguen soñando con ser futbolistas o policías, mientras que las niñas, les guste o no a las Bibis y los Bibos, quieren seguir siendo maestras, veterinarias o peluqueras, será que todavía no se ha gastado dinero suficiente adoctrinando...

Si a mi me preguntasen ahora, no sé lo que querría ser de mayor, la verdad. Imagino que depende de los intereses que anteponga, porque aunque preferiría ser jugador de rugby profesional antes que futbolista, lo cierto es que la cuenta corriente de Cristiano Ronaldo me gusta más que la de Daniel Carter, por ejemplo.

Sin embargo, hay profesiones que no están valoradas suficientemente. Y es que el hecho de no arriesgar tu vida a diario, no salir en la tele o no influir en el futuro de miles de ciudadaniños no implica que una persona no sea buena en lo que hace, es decir, que no haga bien su trabajo o que no merezca respeto y admiración.

Yo tengo una profesión a la que hoy quiero rendir un homenaje muy especial: El ferretero.

Por mis circunstancias profesionales, me he mudado de casa más de 10 veces, y eso ha supuesto conocer cientos de ferreterías para poner cuadros, grifos, etc. Así que he tenido la oportunidad de conocer ferreteros jovenes, viejos, calvos, guapos, algunos más modernos, murcianos, madrileños, jienenses y hasta de tierras de Albacete, y todos, sin excepción, tenían en común una cosa: Una profesionalidad que borda la excelencia.

Creo que Confucio estaba pensando en la profesión de ferretero cuando dijo aquello de que "si amas lo que haces, nunca será un trabajo" y es que para ser ferretero tienes que desear ser ferretero y disfrutar con su trabajo.

Para empezar se me antoja harto complicado conocer tantas herramientas y materiales. Sin embargo, tú llevas un tornillo oxidado, el ferretero lo coge, lo mira de reojo y en menos de 3 segundos es capaz de decirte algo así: "Este es un tornillo Tormex de estrella del 6, pero ya no se fabrican... aunque espera, igual si miro en el almacén puede que tenga un par de cajas ahí todavía, y estoy pensando que si necesitas más, puedo llamar a la fábrica, con la que trabajo mucho, a ver si me pueden conseguir más."

Además de vender todo tipo de cacharros, algunos inimaginables (desde una yogurtera hasta un insecticida DDT) y dominar todas las marcas y modelos, luego viene la siguiente parte, y es la capacidad de comprensión y traducción. 

- "Buenas, mire, estoooo, venía porque se me ha roto la goma del... sí, la típica goma que hace como así en el jardín... el caso es que necesitaba juntarla con el trozo de eso que va directo a la boca deeee... ya sabe, lo de allí para que se riegue... y quería comprar uno de esos, como los del Camp Nou a los que le sirva la goma que le digo, la típica verde, pero bueno, ¿eh?, de los que no se rompa cuando lo pille con el cortacésped...". 

Una ligera sonrisa, unos segundos de pausa y la amable respuesta del ferretero: "Usted necesita un aspersor Toro de la serie 40, vienen con cobertura cabezal a cabezal y proporcionan una cobertura completa y uniforme, con esos no tendrá problema".

No debemos olvidar además de la parte profesional, la vocacional, esa capacidad innata para aguantar las historias de todo humano que entra y explica su reforma, su obra o la razón que le ha llevado allí. Y el ferretero aguanta, contrasta tamaños de tornillos diferentes, unos más largos pero no tan gruesos, otros de punta redondeada que no sirven porque van sin taco, aquellos dorados que no van con el color del marco de la pared donde van a ir, no vaya a ser que se vean... y tras más de media hora de tertulia, nuestro héroe cuenta uno a uno los 25 tornillos, los envuelve en un trozo de papel de periódico, los mete en una minibolsita y te dice afablemente, "son 42 céntimos". Es en ese momento cuando uno piensa que al lado de un ferretero, Santa Teresa de Calcuta no era tan santa y que el Santo Job era un mero aprendiz.

Ayer descubrí otro nuevo héroe, era ya tarde y me dirigía a casa, de pronto pasé por una ferretería que curiósamente seguía abierta, así que me acordé de que necesitaba lijar unos muebles y decidí entrar. Mientras andábamos los dos enfrascados, tratando de averiguar con varios catálogos el tipo de lija que necesitaba para un tipo de madera que le describí como "no es blanda, más bien dura, pero algo vieja, osea que en realidad dura no está", entró otro caballero, quien soltó encima del mostrador un puñado de tuercas y espetó un seco "nada, que no me sirven, que son chicas". Mi recién conocido ferretero alzó la mirada y le dijo, "vaya, pues por lo que me dijo yo creía que servirían, Pues lo siento pero más grandes no las tengo". "Bueno" le dice el hombre, "me devuelve los 15 céntimos y ya las buscaré en otro lado"

Y allí que se fue el hombre con sus 15 céntimos, y aquí paz y después gloria. Yo por mi parte, seguí robándole algo más de 15 minutos hasta que encontramos el tipo de lija que yo quería, abrió un paquete sacó una hoja de lija del tamaño de media cuartilla y me dijo, "usted la prueba, y si no le sirve, viene y seguimos buscando". Le pregunté que cuánto costaba el paquete y me dijo con cara sorprendida "¿El paquete entero? Pues 3 euros y medio", a lo que sin dudar, le dije, "Deme el paquete entero, que seguro que sirve".

Mientras reflexionaba sobre esto, al salir del comercio, un poco más arriba me topé con un "chino", (ya sabéis, esas tiendas que no sabes qué venden exactamente, pero que siempre que entras, acabas saliendo con un montón de cosas excepto a por la que habías entrado). No sé por qué, pero de forma impulsiva entré y le pregunté a un chaval, que no hablaba mi idioma y que estaba en un pequeño mostrador, por lija. Tras repetirselo tres veces y sin mucho convencimiento, me señaló lo que creí entender como tercer pasillo a la derecha. Finalmente, tras varias vueltas por todo el comercio, recorrerme todos los pasillos innumerables veces y preguntarle al mismo chico dos veces, siempre con la misma respuesta, encontré una caja en el suelo con un único tipo de lija, tamaño folio y que costaba cada una 50 céntimos (sin IVA).

Salí de allí más convencido aún de mi compra, porque desde luego, aunque es cierto que en el "chino" era más barata, ni la disposición del dependiente, ni su atención, y ni tan siquiera la calidad del producto que vendía, era lo que buscaba. 

Así que lo tengo decidido, de mayor quiero ser... Superferretero. 





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