jueves, 5 de febrero de 2015

¿Ese salía en Gran Hermano 13?

"No hay espectáculo más terrible que la ignorancia en acción"
Johann W. Goethe


Hoy pienso que vengo de asistir a la inauguración de una exposición de pintura en la Universidad de Jaén. La muestra "Desde Jaén (25) miradas" rinde homenaje a 25 pintores representativos de la Jaén actual donde, conviven estilos tan dispares como excelentes, desde un urbanita hiperrealista como Belin hasta un consagrado academicista como Paco Carrillo. 25 autores nos enseñan sus ojos a través de sus pinceladas en una sala que, por grande que fuera, siempre queda pequeña.

Y allí estuvimos departiendo y compartiendo unos minutos con ellos. Sabios del pincel que, sin embargo, son gente de la calle, valientes que desnudan su alma a través de mágicos brochazos sin más ambición que la de convertir un instante en eterno. Y en ese momento, mientras hablaba con David Padilla y buscaba con la mirada a otros genios como José Ríos o Santiago Ydáñez, veía a un joven Sheroff a lo lejos, con la sonrisa ilusionada de un niño y pensaba en cuánto talento había en aquella sala.

Al llegar a casa, todavía embriagado, he querido echar un vistazo a las noticias, encontrándome en primera plana a la princesa del pueblo, esa que dicen que es nuestra Belén Esteban, y que según leo, se encuentra encerrada en el enésimo Gran Hermano, haciendo las delicias de los españoles con sus riñas, pataletas y sus castizos tacos por doquier. 

Alguien me decía hace poco que era vergonzoso que esta mujer cobrase 65.000 € a la semana por salir en directo a hacer gala de su incultura y su mala educación. Nadie puede ser criticado por ser analfabeto, eso es cierto, pero sí por serlo a conciencia, porque como dice el psicólogo Herbert Gerjuoy, los análfabetos del mañana no serán los que no hayan aprendido a leer, sino los que no hayan aprendido a aprender. El pecado de Belén Esteban no es ser analfabeta, sino vanagloriarse y no querer dejar de serlo, y el pecado de todos nosotros es permitir que alguien se haga rico a costa de su propia inconsciencia, porque ya lo decía Schopenahuer, la ignorancia no degrada al hombre más que cuando va a acompañada de la riqueza.

Sin embargo, la tele sólo es un reflejo de nuestra sociedad. Chicos sin estudios que pelean por ser los novios más guapos de las novias más guapas y cuyos conocimientos en la vida se limitan a la marca de pantalones que llevan, madres orgullosas de hijos indolentes que buscan a través de su zánganería y extravagancia una esposa a su altura, jóvenes adanes que muestran su cuerpo y mente desnudas dispuestos a vender su alma a cambio del minuto de gloria que les prometió Warhol.

Esto es lo que reclamamos desde nuestra casa. Porque es lo que nos gusta. Los premios Ondas no son ya para el reportero que se encuentra en Siria arriesgando su vida, ahora el laurel se lo lleva aquel morboso presentador que juega todas las tardes a contar las miserias de unos cuantos mientras cinco analfabetos del mañana (de los que no quieren aprender) hacen de púgiles del chismorreo. Como un espejo, la televisión nos refracta lo que queremos y demandamos. ¡Lugula! gritamos, como hacían los romanos exigiendo la sangre del gladiador derrotado. 

"Ayer conocí a Belin", -le digo a un amigo en el trabajo-. "Ese salía en Gran Hermano 13, ¿no?".  -Me pregunta intrigado. Y es entonces cuando me doy cuenta de que quizás sea yo el ignorante ...

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