Hoy pienso que esto no ha hecho más que empezar.
Hace años que en Europa, y sobre todo en España, jugamos con fuego con el tema de la inmigración.
Hemos confundido los conceptos ya que ser buen hospitalario no significa que porque alguien vaya a pasar el fin de semana a tu casa, tenga que cederle tu cama, tu pijama... y hasta el cepillo de dientes.
Nunca entendí a aquel jugador de fútbol, musulmán, que no quería llevar en la camiseta del equipo que le pagaba la publicidad que patrocinaba a su equipo, el Xacobeo, porque llevaba una cruz. Bueno, al jugador sí lo entendía, al que no entendía era al equipo por plantearse semejante sandez.
Historias así las vivimos cada día, empezando por nuestro Presidente que quiso, por ejemplo, cambiar el nombre de la Navidad o de la Semana Santa para que nadie se sintiera ofendido, sin importarle que fuese parte de nuestra propia cultura e idiosincrasia, ajena ya a cualquier ideología o creencia religiosa.
Siento si alguien me tacha de xenófobo o racista, pero yo he vivido en otro país, y cuando lo hice traté de adaptarme a las costumbres de aquel país. Cierto que algún día hice el amago de cocinar una tortilla de patata y que en fin de año nos juntamos varios españoles a comernos las uvas. Siempre hice alarde de mi españolismo, pero nunca dejé de intentar hacerme con su idioma, su horario de comidas y con todas sus costumbres. Era yo el que estaba en su país y lo entendí como lógico y respetuoso hacia ellos.
Durante años hemos dejado que viniese gente de distintos países, respetándolos, pero tratando de adaptarnos nosotros a ellos para que no se ofendiesen, craso error, que el tiempo no ha tardado en recordarnos.
John Howard, Primer Ministro Australiano fue el primero en salir a la palestra, aún a riesgo de ser criticado por los demagogos, afirmando hace ya dos años que "Los que tienen que adaptarse al llegar a un nuevo país son los inmigrantes, no los australianos’, expresó con firmeza el mandatario. ‘Y si no les gusta, que se vayan. Estoy harto de que esta nación siempre se esté preocupando de no ofender a otras culturas o a otros individuos".
Ahora, dos años después, es Europa la que empieza a despertar, en Austria los ultraderechistas se hacen con el poder en Estiria, en Holanda la extrema derecha antimusulmana se cuela en el Gobierno holandés, en Francia, Sarkozy expulsa a los gitanos rumanos sin trabajo y Angela Merkel, canciller alemana, mucho más sutil que su homólogo australiano pero igual de contundente, afirma que "el intento de crear una sociedad multicultural ha fracasado".
En España, nuestro adalid de la Alianza de civilizaciones sigue sumido en su utopía, esa que el ahora "Nobelado" Vargas Llosa definió como "una bellísima mujer con la cabeza en las nubes y los píes en un río de sangre”.
Sin embargo, algo está cambiando en nuestro país, ya hasta Bibi, entre la espada y la pared, ha criticado a los jovenes inmigrantes porque "usan los métodos anticonceptivos menos que los españoles".
Es curioso ver cómo siempre ha defendido la propia cultura y costumbres de los inmigrantes en temas como la ablación, la violencia sexista (que no, que no diré de género!!), el burka, el Hiyab o el propio idioma.
Los utópicos siempre han defendido su derecho a sus raíces y nuestra obligación a respetarlas... hasta que se topan con el uso de los condones. !Con la Iglesia hemos dado, amigo Sancho! Entonces sí toca enseñarles y obligarles a adaptarse, !vaya!, ya que "los poderes públicos tienen el deber de actuar ante las carencias formativas de los jóvenes".
Algo está cambiando también en España... ¿o no?