lunes, 15 de junio de 2015

La diferencia de un pequeño pensamiento hacia los demás

Si hay un secreto del buen éxito reside en la capacidad para apreciar el punto de vista del prójimo y ver las cosas desde ese punto de vista así como del propio.” 
Henr Ford

Hoy pienso que no me considero un lector voraz, quizás por mis múltiples aficiones, no encuentro tiempo para leer más, aunque sí que es cierto que procuro acostarme todas las noches con una líneas de un libro, y creo que es una de los hábitos más saludables que se le puede inculcar a un niño.

Seguramente por eso, prácticamente desde que podían sostenerse de pie, y puede ser que incluso antes, hemos tenido la sana costumbre de llevar a nuestros hijos a la biblioteca a pasar el rato. Para nosotros, decir una tarde de viernes " vamos a la biblioteca" es como ir a un parque de atracciones. Allí manosean libros y los admiran, se pierden entre sus páginas, se quedan ensimismados con sus dibujos y disfrutan imaginando con las palabras. Allí las las horas pasan como quien navega por un mar de olas amables.
Es cierto que los primeros años tuvimos suerte, ya que donde vivíamos, en Murcia, parques, piscinas y bibliotecas hay de todos los colores y gustos, y en ese sentido, cada sábado, ir a la biblioteca era una experiencia distinta. Cuentacuentos, actividades manuales, teatros, miniexposiciones... Todo un entretenimiento para los más pequeños y un rato tranquilo delante de un libro para los mayores.

En Jaén contamos con una biblioteca pequeña, concurrida pero suficiente para la oferta que tiene, que no es demasiada, la verdad sea dicha. Sin embargo, cuando uno ha ido varias veces, se enfrenta a la eterna pregunta, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? Es decir, ¿la limitación de horarios es culpa de la Junta de Andalucía, la reducción de personal o los derechos adquiridos de los funcionarios? ¿Y la antipatía del personal, se debe al desinterés del ciudadano o viene de serie? ¿La biblioteca está vacía porque la gente no tiene interés o es que los responsables no son capaces de conseguir atraer el interés de la gente? ¿No se hacen
más actividades por indolencia de la gente o la indolencia de la gente es consecuencia de la falta de actividades?

Como digo, como usuario asiduo a la biblioteca, he tenido ya varias experiencias y anécdotas, la mayoría malas, que creo que conviene explicar:
 
Día 27 de diciembre, vacaciones escolares de Navidad, los niños no tienen mucho que hacer en un Jaén que carece de centros comerciales, actividades infantiles de ocio y lugares didácticos, el tiempo, además, no acompaña por esas fechas. Son las cinco de la tarde y hartos de haraganear decidimos irnos un rato a la biblioteca. Llegamos a la puerta y... ¡sorpresa! Está cerrada. Ante nuestra decepción, a la mañana siguiente, me paso por allí y pregunto en Información. La respuesta de la mujer que me atiende es tan natural como sincera: "claro, es que tenemos jornada reducida, los funcionarios también tenemos derecho a disfrutar de la Navidad". Seguramente la Junta de Andalucía, debería ser más previsora, y realizar contrataciones temporales para estas fechas o bien establecer horarios definidos en los Convenios, tal y como se realizan en otro tipo de sectores de la Administración Pública, como los Museos, por ejemplo.

Otra percance que tuve, fue aquel viernes que nos acercamos a las 19:50 a devolver unos libros que teníamos en préstamo y a coger alguno de forma rápida, conscientes de que cierran a las 20:00. Ya nos choca encontrarnos la reja semicerrada, pero aún así entro con mis enanos y al disponernos a bajar, el guarda de seguridad me dice que van a cerrar. Le digo que aún son menos diez y que no tardaré más de 5 minutos. El hombre me deja pasar, llegamos a la sala infantil, les urjo a mis críos para que cojan un par de libros y se los doy a la chica que está en el mostrador, quien con cara de ajo me dice que ya ha apagado el ordenador y que ya no lo va a encender. Eran las ocho menos cinco, así que me planto y digo que me voy a llevar los libros sí o sí, mirando el reloj, así que ante mi obstinación me dice que vaya a la planta de arriba a ver si tengo más suerte. Arriba tuve la fortuna de encontrar a una compañera suya que aún no había apagado el ordenador, así que, todavía dentro del horario permitido, me llevo mis libros, aunque sudando más de la cuenta. 

La última ocurrió el pasado viernes, cuando nos encontrábamos allí, sentados en una de las mesas,  disfrutando de la lectura. La biblioteca estaba enterita para nosotros, ya que en ese momento éramos los únicos usuarios junto a un par de chavales que, al fondo trabajaban absortos en sus cosas. De pronto, la mujer del mostrador, se dirige a ellos, y sin venir a cuento, les pregunta por su edad.

 - Catorce años-. Dicen ellos. 

- Pues os tenéis que ir a la de adultos, esta es para menores de catorce años-. Responde algo rancia la encargada.  

- Pero si tenemos catorce años... y además estamos haciendo un trabajo, es que arriba no nos dejan, y además está llena.

- Ese no es mi problema, tenéis catorce años y no podéis estar aquí.

Los chavales me miran buscando cierta complicidad, pero educadamente recogen y se van. Yo me quedo allí pensando, y reconozco que tardé en reaccionar, quizás demasiado. Al final, tras darle muchas vueltas, subo arriba y pido el reglamento de la biblioteca, otra mujer me mira sorprendida y me señala un decálogo de normas básicas colgado en la pared. 

-Ya- Le digo. -Y también he visto la ley 16/2003 del Sistema Andaluz de bibliotecas y centros de documentación. Pero ahí no dice nada de la edad mínima para entrar en la biblioteca infantil-.

(Sí, ya sé, su cara de asombro es como la vuestra ahora, no me toméis por pedante, antes de subir había buscado en internet la norma por si decía algo al respecto, son pequeños recursos que luego uno utiliza de la mejor forma posible...).

La mujer me explica que el carnet infantil es hasta los 13 años y que cuando se cumplen los catorce, pasas al carnet de adulto, momento a partir del cual dejas de tener acceso a la sala infantil.

Bueno, quizás la norma general esté bien, es posible que si la sala estuviese llena tendría sentido haberles pedido que la abandonasen, puede que si estuviesen armando follón o comportándose de forma incorrecta mereciesen ser expulsados. Pero, estando la biblioteca vacía, y viéndolos trabajar de forma tan aplicada, ¿qué ganaba echándolos? ¿y los chavales? En el mejor de los casos, aquellos chicos se fueron a casa de alguno de ellos y terminaron el trabajo, pero también es posible que saliesen de allí y prefieriesen quedarse paseando por la calle, sin hacer nada mejor... quién sabe, puede que siendo la hora que era, les diese por probar a irse de botellón, donde seguro conocían a alguien...

Por suerte, tengo una anécdota que me encanta contar. Un día, como de costumbre, llegamos a devolver los libros y a sacar otros tantos. Hacía algunas semanas que no íbamos porque habíamos tenido varios eventos, lo cual significaba que se nos había pasado el plazo reglamentario para la devolución de los libros, con la penalización que ello conlleva.

Nos acercamos al mostrados, y mi rubia de 7 años devuelve sus 5 libros y entrega al encargado, inocentemente, otros tantos libros, con la intención de llevárselos. 

Al pasar la tarjeta, el funcionario le comenta: - ¡Pero bueno! ¡Has tardado un montón en venir! ¡Ahora no puedes sacar libros hasta dentro de tres semanas!

Mi chiquitaja, que no entendía nada, sólo preguntó: - ¿Entonces esta semana estoy castigada sin leer?-.

- Anda, trae para acá que vamos a hacer magia-, le dice el hombre guiñándole un ojo.

Seguidamente, mientras teclea y mira a la pantalla, me dice, - Sólo faltaba que castigásemos a un niño sin leer libros. Esto lo arreglo yo en un periquete. Eso sí, a usted le tengo que regañar por haber estado un mes sin traer a su hija por aquí-.

Reconozco que siempre llego tarde y reacciono a destiempo, pero ahora me gustaría haberle pedido su nombre y haberle hecho una foto, porque este hombre se merece un reconocimiento público, no por hacer una pequeña trampa para que mi hija se llevase tres libros, sino por entender la filosofía de una biblioteca, por prestar un servicio público de forma vocacional, por saber adaptar la norma a las circunstancias, por tener sentido común y sensibilidad y sobre todo, por no dejar que una niña pequeña pierda la ilusión por algo tan hermoso y necesario como la lectura.

No se trata de hablar funcionarios, ni tampoco criticar tal o cual Administración. Es cuestión de no ser más papista que el Papa, de tener algo de juicio, de no dejarse llevar por la rutina,de tener más empatía, de hacer bien nuestro trabajo, o quizás y sólo quizás de poner una sonrisa a nuestro día a día... porque como decía Alan Alexander Milne, escritor de cuentos infantiles, "Un poco de consideración, un pequeño pensamiento hacia los demás, hace que todo sea diferente”... 



sábado, 13 de junio de 2015

De cigarras, difterias e hijos pródigos

"El hijo dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
El padre entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas, mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado".
Lucas 15 (Nuevo Testamento)


Hoy pienso que recuerdo de pequeño leer en clase de religión la parábola del hijo pródigo y pensar y repensar sin acertar a entender, por mucho que me explicaba el profesor, la moraleja. Eso de que un hijo se vaya de casa, le pida a su padre la parte de su herencia, se pegue la vida padre (nunca mejor dicho) y cuando se queda sin nada, vuelva a casa y su padre le vista con las mejoras galas y prepare una gran fiesta como la que nunca tuvo la delicadeza de dedicar a su otro hijo, ese que nunca se movió de su lado y siempre estuvo trabajando y dando el callo...no me cabía en la cabeza. Entendía el cabreo del hijo ninguneado, es más, me enfadaba sólo al leerlo No, esa parábola no me convenció nunca.

Y sin querer, el hijo pródigo me vino a la mente cuando escuché lo del caso del niño de Barcelona afectado por la difteria.

Lo primero y ante todo, es desear que el chaval, que sigue luchando por su vida, salga adelante y logre recuperarse pronto de este trance que le ha tocado pasar. En este sentido, este chico tiene la fortuna de encontrarse en España, donde podemos presumir de tener un Sistema de Salud admirable, en el que, listas de espera aparte, la calidad es extraordinaria, hasta el punto de afirmar sin temor que se encuentra entre los mejores del mundo.

Sin embargo, algo falla cuando un niño se contagia de una enfermedad quasi-extinguida y perfectamente prevenible con una vacuna que nuestro Sistema recoge en su calendario de vacunas, calendario que incluye y acoge a todos los niños de forma gratuita.

Bueno, quizás el hecho de que no haya un calendario de vacunas homogéneo y único para todo el territorio no haya influido aquí, aunque no está mal recordar que es un desatino, como la mayoría de las competencias que actualmente están en manos de las CCAA (por cierto, que el flamante tripartito valenciano ha propuesto una agencia tributaria propia, una ley educativa personalizada y un banco autonómico... seguimos nadando contra corriente, hasta que nos caigamos por la cascada... tiempo al tiempo).

Como es lógico, rápidamente ha surgido el debate sobre la obligatoriedad de las vacunas o no. Yo, por principio, creo que no debe obligarse a nadie a ser vacunado. Apelo así a la libertad de los padres y a su propio sentido de responsabilidad y compromiso.

Sin embargo, es ese sentido de responsabilidad el que debería prevalecer y, por tanto, asumir las consecuencias de su decisión, ya que, en caso de contagio de alguna de las enfermedades que se podían haber prevenido con la vacuna, ellos y sólo ellos deben asumir toda la responsabilidad y sus consecuencias.

Esto viene al caso porque tras el caso de difteria de este niño, posteriormente han detectado otros 8 chavales cercanos a él que portan la bacteria causante de dicha enfermedad pero que no han desarrollado la enfermedad por estar vacunados. No obstante, como digo sí que son portadores de la bacteria, lo que significa que pueden contagiar a cualquier niño que no haya sido vacunado. 

Estos 8 niños han sido puestos en cuarentena y aislados en sus casas, mientras son tratados para eliminar dicha bacteria, con el fin de que no puedan contagiar a los que no están vacunados. Pues bien, aquí es donde no estoy de acuerdo. Al final, como siempre suele ocurrir, el perjudicado es el que hace las cosas bien, y así, estos niños se encuentran encerrados en sus casas, como apestados, para que aquellos niños, cuyos padres decidieron no vacunarles, siguen haciendo vida normal, yendo a clase y jugando en el patio. 

Algo falla aquí. Los padres de esos niños cumplieron con el protocolo de vacunaciones, hicieron caso a los consejos sanitarios sobre prevención de enfermedades y permitieron que vacunasen a sus hijos, sin embargo, al final, los que acaban castigados, enclaustrados en casa y sufriendo todo ese mal trago, son ellos, mientras el Estado protege a aquellos otros cuyos padres decidieron no tomar ningún tipo de medida preventiva, a pesar de que el Sistema Sanitario facilita su implantación, tanto de forma económica (es grauito) como logística (si no quieres ir al centro de salud, incluso se hacen campañas de vacunación en los colegios). 

Y digo yo, ¿no sería más lógico que aquellos niños cuyos padres decidieron no vacunarlos, se quedasen en sus casas, como mera prevención, o bien, aceptasen el riesgo de ser contagiados? Al fin y al cabo ese riesgo ya lo asumieron cuando, en su día, decidieron no vacunarlos, ¿no?

Como ocurría con el hijo pródigo, aquel que decide tomar un camino lo hace sin asumir el riesgo que implica y luego, sólo con volver a casa, es suficiente para que se le proteja y defienda, incluso aunque ello suponga, no ya un agravio, sino un perjuicio contra aquel que, siguiendo las indicaciones y los consejos sugeridos, acertó con el camino tomado.

Ojo, soy padre, y yo también recibiría a mi hijo y le daría un abrazo, pero no dejaría que mi otro hijo, aquel que permaneció a mi lado y nunca me abandonó, se sintiese menospreciado o perjudicado. En este caso, el Estado tiene el deber y la obligación de proteger a los niños que no están vacunados, entre otras cosas porque ellos no son culpables de las decisiones de sus padres, pero también porque es obligación del Estado velar por la salud de todos los ciudadanos, pero eso sí, sin que eso vaya en perjuicio de otros ciudadanos.

Curiosamente, también me contaron de niño la fábula de la hormiga y la cigarra, pero esa sí la entendí desde el primer momento: el trabajo y el esfuerzo tienen su recompensa. Sin embargo, hoy lo que no acierto a comprender es por qué, en la vida real, la cigarra es ha convertido en un hijo pródigo que cuando vuelve a casa, lo hace exigiendo, consiguiendo así, con sus demandas, obtener parte de la recompensa que la hormiga se ha estado currando...