"Sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que yo las comía de dos en dos y callabas..."
El Lazarillo de Tormes
Y tras leer la noticia del día, todos a tirar de cliché, o nos indignamos o tiramos al siempre recurrente "y tú más". Qué manía con mirar siempre al de enfrente y echarle la culpa. Los políticos son unos corruptos. La casta, esa palabra que nos han metido en la coleta, es la culpable de todo.
Sin embargo, cuando uno pasa de la portada y escudriña el periódico, descubre que también hay funcionarios que se pasan de listillos, igual que esos futbolistas que olvidaron la declaración de hacienda en casa, los médicos que trafican con bebés o con órganos humanos, detestables curas que sacian sus oscuros deseos con pobres víctimas indefensas, abogados sin ética que se somatizaron con sus facinerosos clientes, sindicalistas sin vergüenza que se vendieron por un pantalón de pana diseñado por Versace, empleados de banca que se cansaron de ver pasar tanto dinero por sus manos sin catar su dulce sabor...
Pero no toda la realidad se dibuja en los noticiarios. La vida nos enseña que también hay tramposos escondidos bajo la legitimidad de nuestra propia condescendencia. Colegas que se cuelan en el cine, vecinos que nos roban la señal del Wi Fi, compañeros de trabajo que hacen un sinpa en el bar de la esquina, primos que no pagan la comunidad de vecinos, conocidos que fueron a Bruselas y estuvieron toda la semana viajando gratis en el tranvía porque nadie les pedía el billete o amigos que el domingo piden en el restaurante la factura de la comida familiar para desgravarla como gasto de trabajo.
Es hora de estudiar anatomía y conocer el ombligo, porque todos tenemos ombligo, señores, miren hacia abajo y descúbranselo. Los políticos son la mera consecuencia de una forma de vida en la que, simplemente, han tenido acceso a más dinero y más poder, cambiando el aprobado del hijo de un amigo por la concesión de una obra de 150 millones de Euros.
No es nada nuevo, hace 5 siglos se escribía tanto sobre la eufemística picaresca que acabó dando lugar a un género literario, hoy nos reímos del pillo de Lázaro y la de garrotazos que se llevó del ciego burlón. Y es que cuando recuerdo la historia de Pedro Rincón y Diego Cortado, no puedo por menos que pensar la de cofradías de monipodios que existen casi 500 años después.
Todos los políticos no son corruptos, pero empieza a parecer lo contrario. Lo peor no es que cada día tengamos un nuevo escándalo, sino que cada escándalo esté aliñado por tantos millones de Euros. Los principales partidos políticos tienen que ponerse las pilas.
Cuando uno lee que el Partido Popular ha expulsado a los protagonistas de los últimos escándalos, piensa que se lo van a tomar en serio, entonces sale el portavoz del PSOE y habla de acabar con la corrupción, y sonrío esperanzado, pero en seguida paso la página y leo que la Junta de Andalucía quiere dejar a la juez Alaya al margen de la investigación que inició hace más de un año y que supone destapar una de las mayores tramas de corrupción de este país (si todavía es posible). Y veo que nada ha cambiado.
Guzmán de Alfarache, tuvo que verse encerrado en galeras para reflexionar y preguntarse angustiado: " ¿Ves aquí, Guzmán, la cumbre del monte de las miserias, adonde te ha subido tu torpe sensualidad?". ¿Nadie reconocerá que en España, el monte de las miserias hace tiempo que se colapsó y que aunque con overbooking, sigue teniendo cabida para más y más corruptos?
No me cabe duda de que todos los partidos políticos tienen un gran trabajo por delante, convencernos de que ellos no son tan malos ni están tan adulterados si es que no lo son. Tenemos que exigirles una metamorfosis que nos haga volver a creer en ellos, porque seguramente, al contrario que la mujer de Julio César, ya no vale con parecer honesto, ahora también hay que serlo. Es su última oportunidad, porque mientras tanto, sólo nos quedará creer en aquellos que desde la barrera propugnan un cambio, sin un destino claro y sin más argumentos que la propia basura que nuestros gobernantes lanzan.
El otro día un amigo me decía que si él iba en un autobús y veía al conductor borracho, prefería dejar que un ciego condujese antes que seguir dejando el volante al beodo. Es un disparate, pero no deja de tener su sentido, un triste sentido. Puestos a estrellarnos ¿mejor hacerlo en manos de un ciego que de un borracho?
Seguro que en el autobús tiene que haber buenos conductores, con menos experiencia, quizás acostumbrados a conducir únicamente su turismo, pero conocedores de las normas de tráfico y dispuestos a asumir el riesgo. Es hora de encontrarlos y reclamar a los partidos políticos que los lideren. Y no olvidar nuestro ombligo, pongamos de nuestra parte, seamos los primeros en demandar bajo la propia autoexigencia, para que así ningún ciego nos pueda decir que él comía las uvas de dos en dos, mientras nosotros lo hacíamos de tres en tres...
Sin embargo, cuando uno pasa de la portada y escudriña el periódico, descubre que también hay funcionarios que se pasan de listillos, igual que esos futbolistas que olvidaron la declaración de hacienda en casa, los médicos que trafican con bebés o con órganos humanos, detestables curas que sacian sus oscuros deseos con pobres víctimas indefensas, abogados sin ética que se somatizaron con sus facinerosos clientes, sindicalistas sin vergüenza que se vendieron por un pantalón de pana diseñado por Versace, empleados de banca que se cansaron de ver pasar tanto dinero por sus manos sin catar su dulce sabor...
Pero no toda la realidad se dibuja en los noticiarios. La vida nos enseña que también hay tramposos escondidos bajo la legitimidad de nuestra propia condescendencia. Colegas que se cuelan en el cine, vecinos que nos roban la señal del Wi Fi, compañeros de trabajo que hacen un sinpa en el bar de la esquina, primos que no pagan la comunidad de vecinos, conocidos que fueron a Bruselas y estuvieron toda la semana viajando gratis en el tranvía porque nadie les pedía el billete o amigos que el domingo piden en el restaurante la factura de la comida familiar para desgravarla como gasto de trabajo.
Es hora de estudiar anatomía y conocer el ombligo, porque todos tenemos ombligo, señores, miren hacia abajo y descúbranselo. Los políticos son la mera consecuencia de una forma de vida en la que, simplemente, han tenido acceso a más dinero y más poder, cambiando el aprobado del hijo de un amigo por la concesión de una obra de 150 millones de Euros.
No es nada nuevo, hace 5 siglos se escribía tanto sobre la eufemística picaresca que acabó dando lugar a un género literario, hoy nos reímos del pillo de Lázaro y la de garrotazos que se llevó del ciego burlón. Y es que cuando recuerdo la historia de Pedro Rincón y Diego Cortado, no puedo por menos que pensar la de cofradías de monipodios que existen casi 500 años después.
Todos los políticos no son corruptos, pero empieza a parecer lo contrario. Lo peor no es que cada día tengamos un nuevo escándalo, sino que cada escándalo esté aliñado por tantos millones de Euros. Los principales partidos políticos tienen que ponerse las pilas.
Cuando uno lee que el Partido Popular ha expulsado a los protagonistas de los últimos escándalos, piensa que se lo van a tomar en serio, entonces sale el portavoz del PSOE y habla de acabar con la corrupción, y sonrío esperanzado, pero en seguida paso la página y leo que la Junta de Andalucía quiere dejar a la juez Alaya al margen de la investigación que inició hace más de un año y que supone destapar una de las mayores tramas de corrupción de este país (si todavía es posible). Y veo que nada ha cambiado.
Guzmán de Alfarache, tuvo que verse encerrado en galeras para reflexionar y preguntarse angustiado: " ¿Ves aquí, Guzmán, la cumbre del monte de las miserias, adonde te ha subido tu torpe sensualidad?". ¿Nadie reconocerá que en España, el monte de las miserias hace tiempo que se colapsó y que aunque con overbooking, sigue teniendo cabida para más y más corruptos?
No me cabe duda de que todos los partidos políticos tienen un gran trabajo por delante, convencernos de que ellos no son tan malos ni están tan adulterados si es que no lo son. Tenemos que exigirles una metamorfosis que nos haga volver a creer en ellos, porque seguramente, al contrario que la mujer de Julio César, ya no vale con parecer honesto, ahora también hay que serlo. Es su última oportunidad, porque mientras tanto, sólo nos quedará creer en aquellos que desde la barrera propugnan un cambio, sin un destino claro y sin más argumentos que la propia basura que nuestros gobernantes lanzan.
El otro día un amigo me decía que si él iba en un autobús y veía al conductor borracho, prefería dejar que un ciego condujese antes que seguir dejando el volante al beodo. Es un disparate, pero no deja de tener su sentido, un triste sentido. Puestos a estrellarnos ¿mejor hacerlo en manos de un ciego que de un borracho?
Seguro que en el autobús tiene que haber buenos conductores, con menos experiencia, quizás acostumbrados a conducir únicamente su turismo, pero conocedores de las normas de tráfico y dispuestos a asumir el riesgo. Es hora de encontrarlos y reclamar a los partidos políticos que los lideren. Y no olvidar nuestro ombligo, pongamos de nuestra parte, seamos los primeros en demandar bajo la propia autoexigencia, para que así ningún ciego nos pueda decir que él comía las uvas de dos en dos, mientras nosotros lo hacíamos de tres en tres...