miércoles, 14 de octubre de 2015

La mona vestida de seda, Junta se queda


Hoy pienso que era Maquiavelo el que disculpaba la amoralidad de los poderosos siempre que sirviese para llevar a cabo un mejor gobierno,  “que el príncipe no se preocupe de incurrir en la infamia de estos vicios, sin los cuales difícilmente podrá salvar al Estado”. afirmaba, justificando su medios a cambio de un fin supuestamente legítimo.

Ya la gran civilización egipcia conoció corruptos, como en tiempos de Ramses IX, cuando un funcionario se atrevió a denunciar a un compañero cuando lo descubrió dando información privilegiada a una banda de profanadores de tumbas a cambio de dinero... ya lo decía el historiador Thomas Carlyle, hay épocas en las que la única relación con los hombres es el intercambio de dinero”... Aunque más bien la pregunta sería, ¿acaso hay otras épocas?

Hoy,  más de 3.000 años después, una jueza recoge su ya famosa maleta con ruedas, y exclama resignada, igual que hizo Sancho Panza tras dejar su pequeña ínsula. "Yéndome desnudo, como me estoy yendo, está claro que he gobernado como un ángel”.

Pobre Mercedes. Pensaba que podría con Jose Antonio, con Manolo y hasta se atrevió con Gaspar... pero Susanita... eso es harina de otro costal incluso para una jueza con su coraje y su garra.

Todo empezó en Mercasevilla, luego empezaron las descalificaciones de la Junta, que de tres o cuatro golfos pasaron a ser 72., luego llegó Lanzas y sus billetes "para asar una vaca", y así, el caso de los ERE iba tomando forma, hasta que el propio Tribunal Supremo confirma sus tesis. Entonces en San Telmo sí empiezan a preocuparse, no se les vaya a acabar el chollo.

Después llegaron más investigaciones, demasiados papeles embarrados para tan buena jueza, quien vería cómo en la Junta, al igual que ocurría en la novela picaresca Guzmán de Alfarache, "para afanar prebendas todos están dispuestos a derrochar miles de escudos, pero antes de dar ni un cuarto de limosna a un mendigo, le hacen procesar”.

Y justo cuando Mercedes hacía temblar los cimientos chapados, alguien se acordó de Talleyrand. Aquel político francés, al que Godoy sobornó generosamente con 500 ovejas merinas, mientras con la otra mano ponía el cazo a los alemanes y al mismo tiempo se dejaba querer por un sorprendido Livingston, que proveniente de la floreciente norteamérica, sólo acertaba a pagar y disculparse sorprendido, "me veo obligado a conformarme con las costumbres de la época".

Talleyrand creía firmemente que el ingenio no era necesario para la política, sólamente se requería falta de escrúpulos y delicadeza. Y así fue cómo sobrevivió a Luis XVI y a la guillotina, logró ser ministro con Napoleón y traicionarlo, no una, sino dos veces, apoyó al nuevo rey y llegó incluso a intrigar para  sustituirlo por un representante de otra rama dinástica, Luis Felipe de Orleans.

Esto para Talleyrand estaría chupado. Primero ponemos una jueza nueva, amiga de sus amigos, que se siente en su mesa y desdiga todo el trabajo que durante muchos meses, caricias e investigación intensa, su antecesora dejó legadas a la causa. Después el tiro de gloria. un Tribunal Superior de Justicia Andaluz, amigo de sus amigos, que deniegue la solicitud de Mercedes para poder terminar lo que empezó, ese expediente que parece que la encumbró y ahora le roba su minuto de gloria. Una gloria que poco tiene que ver con la fama, con el dinero o con la eternidad. Una gloria que, por desgracia, debería haberse traducido en justicia.

"Usted es un montón de estiércol forrado en una media de seda", le espetó Napoleón a Talleyrand la primera vez que supo que lo había traicionado. Y es que aunque la mona se vista de seda, Junta se queda