martes, 30 de agosto de 2011
Pepe y la limitación del déficit público
miércoles, 17 de agosto de 2011
Dedicado a Jorge
Una vez allí, se encontró con un ángel que, al verlo tan exaltado, le preguntó con prudencia: "¿qué te ha pasado, buen hombre, para tener el alma tan alterada?"
"Vengo a hablar con Dios. ¿Tú lo conoces? Creo que Dios no es como me habían dicho. Tengo que decirle que no es tan generoso como se cree ni tan piadoso como predican". Le dijo el hombre. "¿Sabes? Yo tenía un hijo. Era dulce, cariñoso, alegre... desde que nació, hace 11 años, hizo que la vida de mi esposa y la mía fuesen maravillosas... Sin embargo, un día, así, sin avisar, se fue. Ha sido Dios el que me lo ha arrebatado y se lo ha llevado con él.
Unos, para consolarme, me dicen que se lo ha llevado al cielo porque era el ángel más bueno y ejemplar de todos cuántos pueden existir y que Dios, al verlo, no pudo resistir la tentación de llevárselo con él. !Menudo consuelo! Si eso es así, Dios es un Ser egoísta, que me ha robado lo que más quería tan sólo para tenerlo a su lado.
Otros me dicen que Dios me debe haber castigado a mi por algo malo que hice... Quizás es cierto que no sea una buena persona y estoy seguro de que nunca he merecido un ángel por hijo, pero por muy mal que me haya portado... !Dios es muy cruel si me castiga de esta forma!"
El ángel lo miró sonriendo piadosamente, esperó unos segundos y le dijo... "Ya sé quién es tu hijo, y llevas toda la razón, efectivamente es el ángel más bueno y alegre de todos los que aquí habitamos, y de hecho es el preferido de Dios.
Dios, sabedor del bien que hace y la felicidad con la que obsequia a los que están a su lado, decidió hacer un regalo a los hombres de la tierra, y así cada cierto tiempo, lo envía con una familia para que disfruten de su alegría. A Dios le encanta su compañía, pero por eso mismo lo envía, para que otros también puedan sentir lo que él siente a su lado. El problema es que al ser un ángel, su bondad e inocencia no le permiten convertirse en un hombre de carne y hueso y por eso, antes de dejar de ser un niño, tiene que volver al cielo".
El hombre, se quedó pensativo y dijo, "vale, es cierto, y no pongo en duda su generosidad, pero sigue siendo una crueldad arrebatármelo de esa forma, quizás sería mejor no haberlo conocido nunca para no amarlo tanto y ahora sentirme tan triste..."
El ángel de nuevo sonrió suavemente y le dijo: "Ese problema lo resolvió Dios hace mucho años, cuando os obsequió con los recuerdos y los sentimientos. Tu ángel siempre estará contigo en tu corazón y ver su cara en tus sueños te servirá para levantarte con una sonrisa cada día y ser feliz junto al resto de personas que te quieren, porque lo que nunca nadie te podrá arrebatar son los años a su lado y porque te dejó un legado que no puedes desperdiciar. Seguro que pronto lo descubrirás".
Entonces el padre, de repente, se acordó una pequeña planta que su pequeño guardaba en el cuarto y se dio cuenta que de por tanto llorar y lamentarse, se había olvidado de regar esa pequeña plantita que con tanto mimo cuidaba su niño... entonces recordó que cuando venía de mal humor y cansado del trabajo, se encontraba a su pequeño ángel en casa siempre con una sonrisa... y entonces todo se curaba".
El hombre, con lágrimas en los ojos le dijo al ángel: "¿Querrás decirle a Dios de mi parte que me perdone por pensar que era egoísta y cruel? Dale las gracias por el regalo que me ha dado y dile que estas lágrimas son de alegría, porque cada vez que recuerdo la carita de mi ángel siento su sonrisa haciéndome cosquillas en el corazón".
jueves, 11 de agosto de 2011
Bitácora de una familia feliz (3)
miércoles, 10 de agosto de 2011
Bitácora de una familia feliz (2)
lunes, 8 de agosto de 2011
Bitácora de una familia feliz (1)
Hoy pienso que hace unos días, disfrutando de unos merecidos días de asueto vacacional en la playa, coincidí con unos amigos allí con los que gusta reunirse alrededor de unas cervezas fresquitas aliñadas por un pescaíto de la tierra. Como no puede ser de otra manera, la tertulia derivó por distintos campos, hasta que una de las parejas empezó a narrarnos su día a día en las vacaciones, haciéndonos ver lo lejos que quedaban de lo que cualquiera puede imaginar, ni tan siquiera intuir cuando escuchamos las palabras mágicas de playa, vacaciones y verano en la misma frase.
Cuando terminamos la sobremesa, a eso del atardecer (ya se sabe como son las sobremesas en esta época estival) no pude por menos que pedirle a mi amigo que me dejase escribir unas líneas en mi blog sobre su intensa vida veraniega, a lo que no sólo accedió sino que me volvió a narrar con pelos y señales una serie de anécdotas que darían casi para un libro. En fin, que aquí va dedicado el primero de los pequeños relatos dedicados a mis amigos, aunque quizás no sean los únicos que se reconozcan en ellos...
Disfrutábamos de un día tranquilo, en un pueblo costero, en familia, mi querida esposa, mis dos pequeñajos de 3 y 2 años respectivamente, y yo. Entiendo por un día tranquilo, de vacaciones, la rutinaria jornada que comienza casi antes de amanecer, gracias a los dos príncipes de la casa (príncipes en la acepción de Maquiavelo, no de un cuento de Hadas) que te “ruegan” (rogar, exigir… son palabras cuya diferencia ellos no entienden) que les hagas compañía en el duro trance de iniciar un nuevo día.
Tras la pelea respectiva por conseguir que se beban un vaso de leche con cola cao y dos magdalenas (previamente la tostada acabó en el suelo cayendo del lado de la mantequilla, para no dejar mal al ínclito Murphy y la leche pasó hasta tres veces por el colador por las miguitas que se colaban y la inexistente nata que sólo ellos son capaces de apreciar) procedemos a prepararles para el intenso día (hace mucho que aprendimos que si no quieres cambiarles hasta tres veces de ropa antes de salir de casa, hay que vestirles después de desayunar). La verdad, cuesta lo mismo ponerles un bañador y una camiseta que vestirlos para la boda de mi primo el de Barcelona, al menos, lleva el mismo tiempo y similar esfuerzo aunque el resultado no sea el mismo.
Tras el arduo camino hasta la playa… sí, sí, vale, lo sé, son 240 metros (los tengo contados) pero imagináos los 240 metros con un bolso colgado al hombro que incluye las toallitas, los pañales, , el bronceador, el after sun, el aceite de mi Cari, el repelemosquitos, la crema por si se escuecen, la barrita esa para los chichones, el trombocid, la… ¿qué hace en el bolso la crema antihemorroidal?, en fin, en el otro hombro, un gran bolso de playa con las toallas de toda la familia, bueno, y alguna más, porque aunque somos 4, llevamos 6 toallas, ya que, como dice mi Cari, si te tumbas en una, ¿luego con qué secas al niño? A ver si va a coger frío… Que digo yo que en agosto, a pleno rechisol y con 50 grados pegándole en el cogote, puedes coger muchas cosas, pero frío frío… pues si Cari dice que se puede coger frío, será que se puede…
Cruzado al cuello me echo una silla para mi Cari, que a la pobre le duele la espalda, además las dos sillitas pequeñas, que luego no utilizan, pero que hay que llevar por si se les antoja, En la mano otra bolsa con las mudas de los niños, porque al salir del agua hay que cambiarles el bañador… otra vez no vayan a coger frío… una camisetita más formal para el chiringuito, no se vaya a molestar el camarero si mis niños llevan la misma camiseta que se han puesto en la playa… no tendrá el camarero otra cosa en qué fijarse que si mi niño lleva algún lamparón en la camiseta...
La idea es que mi Cari lleve a los niños de la mano, por eso yo llevo esas cuatro cosillas, pero, suele suceder que al salir del ascensor, la chiquitina, que todavía anda como un patito… (muy mono, pero como un patito) se le antoja ir de la mano de su papá, y claro, a mi se me hace la boca agua, así que agarro la bolsa donde llevo el agua, las coca colas, los dulces y las patatillas fritas con la muñeca, y le cojo su dulce manita. Como es tan chiquitita mi niña, tengo que ir un poco agachadito, y dando sus mismos pasitos… Como nuestro paso es algo más lento de lo habitual, mi Cari va con el renacuajo unos pasos por delante, hasta que la pierdo de vista, ella dice que se va adelantando para ir cogiendo sitio en la playa…
De pronto, cuando ya casi no les veo, observo cómo se le cae uno de los manguitos a mi niño, sin que ni él ni mi Cari se den cuenta. Trato de aligerar el ritmo para llegar al manguito antes que nadie y recuperarlo, aunque bien pensado, ¿quién va a querer un solo manguito y tirado en medio de la calle?. Por fin llego, pero no me quedan manos, lo recojo como puedo y lo sujeto con la boca, pero con los labios, no con los dientes, no vaya a pincharlo… y pretendo seguir La Vía Dolorosa, porque con los 40 grados que ya pegan, el paso al que voy y la carga que llevo encima, sólo acierto a pensar que a ver cuándo aparece mi Simón de Cirene particular…
(Continuará)