jueves, 11 de agosto de 2011

Bitácora de una familia feliz (3)

Cuando finalmente llego a la playa, tres horas y 240 metros después, mi princesita me dice que la arena quema, así que no tengo más remedio que cogerla en brazos, aunque no sé con qué fuerzas ni con qué brazos... comienzo a andar y... efectivamente, doy fe de que mi niña decía la verdad, la arena no quema, !abrasa!

Comienzo a buscar a mi Cari, que tiene que estar por aquí, porque es donde todos los días ponemos la sombrilla, pero claro, hoy es sábado y las sombrillas son de todos los tamaños y colores... además la nuestra la llevo yo, con lo cual me siento como un niño de 7 años buscando a Wally.

Tras un primer barrido por toda la cala, con el poco aliento que me queda, veo que alguien me saluda y me llama por mi nombre completo, observando atónito cómo mi vecino del tercero se me acerca y me abraza efusivamente... sí, el mismo que ni siquiera me saluda cuando coincidimos en el ascensor cada día... Tras los prolegómenos habituales señalando las casualidades de la vida y lo parecido del mundo a un pañuelo, aprovecha para preguntarme si recibí la última carta de la comunidad, una de esas que ni me entretengo en abrir, aunque claro, ese dato lo omito, puesto que ya se encarga él de ponerme al día y digo yo que si no habrá temas de conversación más interesantes que comentar el aire acondicionado que ha instalado el vecino del ático y lo que afea la fachada del edificio.

Por suerte se me ocurre una coartada, y me excuso diciendo que mi niña está ansiosa por bañarse en la playa y me voy dejándole con ganas de contarme algún cotilleo relativo a las estudiantes del segundo... no sin que antes no pueda evitar que mi preciosa comente que en realidad ella no quiere bañarse, que el agua está fría... gracias, hija, por dejarme tan bien con el vecino...

Sigo andando y vuelvo sobre mis pasos, exceptuando el tramo cerca del vecino, donde prefiero dar un rodeo para evitar tentarle a que me cuente lo de las universitarias del segundo...

A la tercera vuelta a la cala, un cachondo con un tatuaje en el pecho me pregunta con cierto gracejo si le vendo una de las Coca-colas... ya no me quedan ni ganas de contestar...

De pronto oigo mi nombre, y miro, es mi Cari, !qué alegría!, aunque no está en la playa, sino en el paseo marítimo, con los brazos en la cintura y con cara de desesperación.

Me acerco y le pregunto: "¿pero qué haces aquí?"

- "Pero bueno, ¿dónde te metes? Llevo más de dos horas esperando a que lleguéis. ¿Pero no te acuerdas que hoy habíamos quedado con mi prima en la playa del fondo? Bueno, quizás no te lo dije, pero vamos, no es difícil imaginar que si no estamos aquí y mi prima siempre viene por estas fechas, nos hemos ido a buscarla, ¿no? Y mientras yo te espero aquí, muerta de calor, tú ahí hablando con el vecino, de fútbol, seguro... por cierto, ¿has comprado la lechuga? ¿No? No me lo puedo creer, !para algo que te encargo!"

Y en ese momento, siento un cosquilleo caliente por todo el pecho, y me acuerdo de que mi princesita, todavía en mis dormidos brazos, no lleva pañales... pero ya es demasiado tarde...

PD. Dedicado no sólo a la persona que me inspiró, sino a todos los que de una forma u otra se identifiquen con la historia, en la cual, todo parecido con la realidad no es pura coincidencia...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fijo, fijo q los 10 peques te han ayudado a inspirarte, je, je.
Haz la cuarta parte con el finde de 10 primos juntos, q ya es la bomba.
B.