Hoy pienso que quiero darte las gracias, querido Lucas.
Hace un año escribía aquí mismo mi primera experiencia corriendo la Rock&Roll Maratón de Madrid.
Entonces describía mis sensaciones, la ilusión previa a la carrera, el sufrimiento durante el trayecto y el gran orgullo de traspasar la meta. Hablaba de la gran organización, de las miles de personas que no dejan de animar a todos los locos que se calzan las zapatillas y me acordaba sobre todo de mi angelito Leticia y de mi hermano, sin el cual no habría sido capaz de terminar aquella aventura.
Un año después todo pintaba parecido, misma ciudad, mismo recorrido y mismo hermano, quien una vez más, estaba allí esperándome el día de antes con la mismas ganas y quizás incluso más ilusión, y es que no deja de sorprenderme su dedicación y su ánimo, ese que me hace sentir durante la carrera como si yo fuera el que le acompaña a él en esta aventura.
Hasta ahí todo similar, es cierto, sin embargo, en realidad todo era distinto. Esta vez me acompañaba Ana, mi fiel escudera, que se iniciaba como corredora con los 10 km. El reto tampoco era el mismo, ahora no me bastaba con acabar, quería mejorar mi marca personal. Pero sobre todo, desde hace un mes, nuestra carrera tenía un nombre particular y muy especial, el tuyo, Lucas.
Ana y yo teníamos un gran reto por delante y nos faltaba un punch, ese impulso que nos ayudase a no desfallecer cuando nuestras fuerzas flaqueasen y qué mejor que utilizarte a ti, como inspiración, un pequeñajo de edad y cuerpo pero grande de corazón, de energía y de fortaleza.
Y así llegó el domingo, mi carrera empezaba a las 9:00, y el tiempo no acompañaba. Esta vez el hombre del tiempo lo había clavado y las nubes presagiaban lo peor. Me puse mi camiseta impresa con tu nombre, mis zapatillas multicolores y empecé a correr.
Los primeros kilómetros pasaron rápido tratando de coger el ritmo, evitando codazos y vigilando tropezones. Poco a poco me fui centrando, las calles despertaban lentamente y a pesar de que la lluvia asomaba ya de forma tímida, la gente empezaba a espolearnos. Fue ahí cuando, sorprendido, escuché tu nombre por primera vez: -"¡Ánimo Lucas!"-, me pareció oír mi izquierda. Miré y vi a una chica que me aplaudía sonriendo. ¿Pudiste sentirlo, Lucas?.
No debieron pasar ni doscientos metros cuando volví a escuchar otro grito de ánimo, -"¡Venga, Lucas!"-. Volví a sonreir y a dar las gracias levantando mi dedo pulgar. Los ánimos siguieron sucediéndose, aunque seguro que ya lo sabes, porque podías sentirlo, ¿verdad Lucas?
Debió ser por el kilómetro 15 cuando me los topé por primera vez, para entonces mi hermano ya me había encontrado un par de veces, pero esta vez delante mía, dos chavales me decían, -"Venga, por Lucas, campeón, que te seguimos!"-. Les sonreí mientras trataba de fijarme en su cara, por si me eran conocidos, ya que ese saludo fue algo distinto... Los aplausos y alientos se fueron sucediendo a lo largo de la carrera, pero lo curioso es que cada 5 kilómetros me encontraba a esta pareja, dos tíos jovenes, que me animaban como si me conociesen... o más bien como si te conociesen a ti. -"¡La cuarta, tío, ánimo Lucas, nos vemos en 5 kilómetros!"- ¿Pudiste sentirlo, Lucas?
Fue en el kilómetro 37 cuando me acerqué a ellos mientras me decían sonrientes, -"¡esta es la sexta vez que nos vemos, ya queda poco, por Lucas, vamossss!. Me acerqué a ellos, les choqué la mano y les dije con el poco aliento que ya entonces me quedaba, - "en la meta nos vemos, os debo un abrazo"-.
Y fue a falta de cuatro kilómetros cuando noté las fuerzas flaquear, me costaba encontrar el aliento y ni siquiera mi hermano, que se desgañitaba gritando y corriendo a mi lado durante unos metros, lograba hacerme recuperar el ritmo. Sentía las gotas de lluvia como granizos en mi cara y mis brazos congelados se movían inertes. Entonces volví a escuchar tu nombre entre aplausos: -"Ánimo, Lucas"- . Y fue cuando me viniste a la cabeza. ¿Pudiste sentirlo, Lucas?
Eres un ejemplo, un renacuajo como tú, de tan sólo 4 años, que es capaz de mantener su sonrisa, de luchar en silencio contra esa maldita enfermedad llamada cáncer, de seguir haciendo felices a sus padres cada día, de tener ganas de jugar, de vivir, de llorar, de cantar... y todavía con fuerza para regalarme su energía. Gracias por sentirlo, Lucas.
Gracias Lucas, porque estoy seguro que, desde tu camita, esa que pronto cambiarás por el patio de la calle, pudiste sentir los cientos de gritos que cantaban tu nombre, mientras tu fuerza aliviaba mis calambres y me tapabas la lluvia. Pudiste sentirlo ¿verdad, Lucas?
Gracias por el hálito que me regalaste, porque aunque fuerza te sobra, no debes compartirla, tienes que guardarla para ti, sólo por si las moscas.
Y así, en confianza, permíteme un sólo reproche, aunque me duelen las piernas, los brazos, la espalda y hasta el cuello, las mayores agujetas las tengo en el dedo gordo de mi mano, de tanto agradecer a la gente su aliento... y tú tienes la culpa, querido Lucas.
Y así, en confianza, permíteme un sólo reproche, aunque me duelen las piernas, los brazos, la espalda y hasta el cuello, las mayores agujetas las tengo en el dedo gordo de mi mano, de tanto agradecer a la gente su aliento... y tú tienes la culpa, querido Lucas.
Gracias Lucas, por dejarme ser tu amigo, por ser mi referente y sobre todo, por tener tanta garra y valentía, porque mi carrera de ayer no es nada comparada con la tuya. Aunque Lucas, te diré algo, sé tu secreto, cuentas con una gran ventaja, tu padre, tu madre, tu hermana y toda tu familia. Porque al lado de ellos, que tanto te quieren, que tanto te miman y que tanto te apoyan, ¡la medalla de oro la tienes asegurada!
Nos vemos en la próxima carrera, Lucas, pero esta vez, tú me animas.
Nos vemos en la próxima carrera, Lucas, pero esta vez, tú me animas.