jueves, 9 de abril de 2015

Hasta los cojones de todos nosotros

"Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien, y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males. Los he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla"

Hoy pienso que este discurso podría estar escrito hoy día, y sin embargo corresponde a un 11 de febrero de 1873,  y mediante el cual, el Rey Amadeo de Saboya renunció al trono español mientras disfrazaba un retórico "aquí os quedáis, que no tenéis remedio" con este discurso que ni siquiera leyó él. No cabe duda de que era un tío educado, puede que gafe, como afirma Eslava Galán, pero educado.

Volviendo hacia atrás, lo más curioso es que tras la revolución del 68 y la salida forzosa de Isabel II, nuestro Parlamento se planteó cómo rehacer nuestro Sistema gubernamental,  República, Monarquía tradicional, Monarquía sin Rey (?) e incluso Anarquía (??) pedían algunos.Y así, tras barajar distintas opciones se optó por la calle de enmedio, algo así como el "café para todos" de 1978. Ni República ni Monarquía hereditaria, mejor un monarca que venga de fuera, sin raíces ni vicios, y que sea elegido por el propio Parlamento, una decisión que no gusta a nadie, pensaron pero que tampoco es la preferida de nadie.Y así tras una votación no exenta de entresijos fuera y dentro del hemiciclo, por fin habemus Rey, y así lo anunció el Presidente de las Cortes: "Queda elegido Rey de España, el señor Duque de Aosta". De forma austera y simplificada, denotando el carácter democrático de la elección y el comienzo de una nueva etapa en España. 

Una etapa que sólo duró dos años, tiempo suficiente para que este italiano, hijo de Rey, se volviese a su casa y nos dejase con nuestra propia historia, esa que vuelve y vuelve a repetirse. Que fuese o no buen rey poco importa aquí, que no supiese quien era Cervantes tampoco. Lo curioso es su visión de la España de entonces,que servía para la otrora España del "qué buen vasallo si hubiese buen señor" y encajaría también en la España actual del "y tú más".

Tras dos años de lidiar contra el nuevo marco que empezaba a dibujarse en el globo, las conjuras de los Carlistas, las aspiraciones de los alfonsinos, las trampas de los republicanos y las traiciones de los que supuestamente estaban a su lado, decidió hacer las maletas y volver a su tierra natal. Y así llegó la ansiada República, esa forma de Estado que para muchos es la panacea. Una república que Emilio Castelar anunciaba "Con Fernando VII murió la monarquía tradicional, con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria, con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria".

Y esa soñada República necesitó menos de dos años de aventura en los que sólo fueron necesarios cinco Presidentes, una dictadura encubierta, dos guerras, una dentro y otra fuera, y una Proclamación del Estado catalán para que todos los españoles gritaran al unísono, "¡Alfonso, vente pa España!".

Era tal la caótica situación vivida durante aquella República que mientras en Sevilla, el Ayuntamiento se autoproclamaba "República Social", Cartagena, justo al otro lado de la península, se declaraba Cantón independiente, así, con un par, hasta con moneda propia, el duro cantonal. 

Sin embargo, cuando uno cree que ha llegado al final del esperpento, siempre hay algo que lo supera, y así, cuando el Cantón independiente se ve asfixiado por las tropas españolas, solicitan al entonces presidente norteamericano, Ulisses S. Grant, entrar a formar parte de la Unión  como un Estado más. De nuevo, con un par. 

Cuando uno cierra el libro de la historia y coge el periódico, observa a un ex-ministro traicionado por la propia Ley que él defendió con uñas y dientes, un ex-consejero acusado de corrupción que alega en su defensa ser un simple e ignorante maestro, unos partidos políticos donde sus miembros se lanzan pedradas entre ellos, mientras esconden la mano delante de la cámara, otros partidos donde ya ni siquiera esconden la mano y al de siempre, al incansable Artur Mas en la Universidad de Columbia parafraseando a Obama con su famoso "Yes, we can", al más puro estilo cantonés de Cartagena, uno no puede sino recordar aquella famosa frase de Estanislao Figeras, precísamente durante aquella terrible primera República y la hace suya con todas las letras: "Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!".

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