sábado, 18 de julio de 2015

18 de julio, un día para recordar

Hoy pienso que hoy es 18 de julio. Dicen que hace 79 años comenzó la guerra civil más cruel y sanguinaria de la historia de España. 

A un lado unos todavía creen que es un día para celebrar, en la otra acera, otros tratan de tacharlo del calendario. Como siempre, ese Duelo a garrotazos entre las dos Españas que tan bien describió Goya con su brocha, dos verdades diferentes para los mismos hechos. 

En realidad, la guerra civil empezó el 14 de abril de 1930, cuando la proclamación de la República se entendió como una victoria ideológica para unos y una derrota temporal para otros. 

Aquella República pacífica y utópica, donde todo eran libertades y derechos para los ciudadanos sin importar su color de chaqueta ni su clase social, nunca existió realmente. En realidad, desde aquella primavera de 1930 la estabilidad social brilló por su ausencia, la desunión de la población era cada día más radical y profunda y el extremismo político era, a su vez, algo tristemente normal. Fueron años de grandes huelgas, movimientos sindicales la mayoría de las veces violentos, sabotajes de los anarquistas y acciones violentas de los sectores más conservadores contra los sectores combativos de la  izquierda. Los pistoleros campaban a sus anchas por la calle, tanto los defensores del proletariado como aquellos contratados por los empresarios para hacer vales sus intereses.

En 1932 el General Sanjurjo ya intenta un golpe de Estado, que fracasa estrepitosamente. Sanjurjo es detenido y más tarde amnistiado y exiliado a Portugal, lo que no le impediría seguir conspirando.

En 1933 ganan las elecciones el Partido Radical de Lerroux, que, buscando la ansiada estabilidad, pacta con la CEDA ("los de la derecha", para entendernos), el PSOE no acepta esa apropiación de lo que ellos entendían como su poder, y agitan a la calle, al pueblo, a través de distintas huelgas y manifestaciones que acaba, el 5 de octubre del 34 con un intento de golpe de Estado. Violencia y más violencia que sin embargo no llegó a nada, el coste fue de tan "sólo" más de un millar de muertos y el triple de heridos. Sin embargo, sirvió para incrementar los odios y las rencillas entre esas dos Españas que cada día eran más patentes.

Durante los siguientes dos años, la situación  no hizo más que agravarse. Una primera represión tras aquel fiasco de revolución con más de 200 muertos, sirvió de razón a la izquierda para vender su odio. Un perdón general a todos los políticos que participaron aquel día era, sin embargo, utilizado por la derecha para legitimar su fundamento.

Y así, con el "y tú más" in crescendo para actuar según el propio criterio y justificar cualquier acto, ya fuese quemar una Iglesia o moler a palos a un moderno maestro. Todo valía porque las leyes injustas no había que acatarlas y porque un miserable que no pensaba como tú, no merecía misericordia.

En el Parlamento, fiel reflejo de la sociedad, los diputados dedicaban los plenos a insultarse, primero con cierta sutileza y agudeza intelectual, para pasar finalmente a exabruptos vulgares y amenazas de muerte sin pudor ni punidad. Sólo hace falta recordar a la indomable Dolores Ibarruri cuando un primaveral 19 de mayo interrumpía, en mitad del hemiciclo, el alegato de Calvo Sotelo gritando "este es tu último discurso". Nadie se sorprendió ni tan siquiera hubo reproches por tan fiel amenaza, incluso Calvo Sotelo, un intelectual pausado y tranquilo, tan sólo respondió resignado "mis espaldas son anchas (...) mi vida podéis quitarme, pero más no podéis., Es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio".

Dos meses más tarde, Ángel Galarza, haciéndose eco de aquella amenaza de la Pasionaria, espetó a Calvo Sotelo, con total tranquilidad: "Pensando en su Señoría, encuentro justificado todo, incluso un atentado que le quite la vida". Y todos se fueron a comer tan panchos.

No, no fue la II República un derroche de democracia real. Por entonces, una mayoritaria izquierda miraba de reojo a la Rusia comunista, tratando de fijar las bases para alcanzar aquel utópico éxito del proletariado, donde no había sitio para el voto igualitario, de hecho, no había sitio ni para el voto femenino. Unos anarquistas que, por propio principio, no podían creer en el sistema establecido, unos monárquicos que anhelaban la vuelta de su rey y unos fascistas que tenían su paradigma en la creciente notoriedad que los Gobiernos alemanes e italianos iban adquiriendo.

Finalmente, la gota llegó y el vaso terminó por rebosar. Un pistolero mató a un guardia de asalto, al Teniente Castillo y como venganza, una camioneta,  la número 17, sacó de su casa de madrugada al diputado Calvo Sotelo, asesinándolo minutos después de un tiro en la nuca. ¿Os imagináis hoy a una furgoneta de la Guardia Civil, yendo a casa de un líder de la oposición, sin ocultarse ni esconderse, matarlo de un tiro a bocajarro y dejar el cadáver en la puerta de un cementerio y que además el asesinato quede impune?

Era cuestión de tiempo, ahora sí la mecha estaba encendida y explotó tan sólo dos días después, el 18 de Julio, con un levantamiento militar que dio origen a 3 años de sangre, abusos e injusticias donde el 20% de los ciudadanos tuvo que elegir un bando y al otro 80%  ya le vino dado a la fuerza ("me han dado un fusil, este uniforme y me han montado en un camión. -Vete a pegar tiros al frente-, me han dicho, y ni siquiera sé el nombre de aquel a quien voy a matar mañana... ni de aquel que acabará con mi vida")

Por eso ahora, casi 80 años después, cuando oigo sacar mierda (no encuentro otra palabra mejor, disculpen mi escatológico vocabulario), rencores y miserias de antaño, recuperando hasta la terminología guerracivilista, siento pena, dolor y rabia por tanta ignorancia. Y ahora queremos hacer, otra vez, una peli de buenos y malos, donde Dalí era un facha y Picasso un gran republicano, Cela un inquisidor y Alberti un soñador, Santiago Bernabéu un déspota y Suñol i Garriga un mártir de la libertad.

Ahora la moda es revolver todo otra vez, tildar de malos a unos para poner de santos a otros, tirando de pedigrí, buscando a un "rojo" en nuestro árbol genealógico para que nos legitime ante la historia.

Y mientras, algunos que han llegado al poder utilizando palabras como "pueblo" y "igualdad" tratan de gastarse millones eliminando símbolos, nombres, homenajes y estatuas que no dejan sino de describir 40 años de nuestra vida, nuestra amada España, nuestra odiada España.

No, el 18 de julio no es un día para celebrar, pero tampoco para olvidar. Es un día para recordar, aprender y revivir con el objeto de no repetir todos aquellos fallos, odios y revanchismos que nos llevaron a 3 años de dolor y violencia.

1 comentario:

Pajares dijo...

Amén