miércoles, 9 de septiembre de 2015

Después vendrán a por nosotros

"Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a por los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío.
Cuando finalmente vinieron a por mí,
no había nadie más que pudiera protestar"
Martin Niemöller 

Hoy pienso que eran ciudadanos normales, algunos padres de familia, todos currantes, muchos niños con sueños, había mujeres de todas las edades, algún bebé e incluso vitales ancianos. No sabían de política, de economía y seguramente ni de fútbol, su único pecado fue vivir en el momento equivocado y en el lugar equivocado. 

Poco a poco los violentos fueron tomando el poder y a base de odio y sangre consiguieron que muchos hicieran las maletas y se fuesen de ese país que ahora decían suyo. Los que pudieron se fueron con lo puesto, bien por las prisas por sobrevivir bien porque sus enemigos ni tan siquiera les permitían llevarse el viejo reloj que había pertenecido a la familia durante generaciones.

En cuestión de semanas cerca de 40.000 ciudadanos huyeron a países vecinos, como Francia, Dinamarca o Suiza entre otros, pero pronto el número de refugiados empezó a crecer, extendiéndose su huida al otro lado del charco, por lo que todos los países empezaron a tomar conciencia del problema. En los siguientes meses, el número de personas que huían de aquella muerte inminente seguía creciendo, por lo que se convocó una conferencia internacional donde se establecieron cupos, limitando el número de refugiados que podían entrar en su país, y así, tan sólo un pequeño y humilde país de una isla continuó aceptando refugiados.

El Reino Unido aprobó un programa, el Kindertransport, por el que admitió 10.000 niños sin familia para darles un hogar, pero sólo eso, niños, porque no había sitio para nadie más.

No, no estoy hablando de Siria, ni los violentos son el DAESH, esto ocurrió en 1933, en Alemania, donde Hitler, y sus SA primero, y más tarde sus SS, se encargaron de masacrar a tantos y tantos judíos, obligando a huir a aquellos afortunados que lograban así escapar de la muerte.

En aquel entonces, nadie hablaba de guerra tampoco, nadie quería líos, EEUU estaba muy ocupada tratando de salir de la gran crisis económica que les azotó unos pocos años antes, Francia miraba para otro lado y Reino Unido tenía un Primer Ministro utópico y soñador que permitía crecer a Alemania con tal de mantener la paz fuera al precio que fuera, como quien malcría a un niño con tal de que no llore. El problema era ajeno a ellos, y sólo comenzaron a ver, de soslayo, una pequeña contrariedad  con aquella situación que amenazaba con traer a su país miles y miles de bocas hambrientas.

Pero el problema no eran los emigrantes, eso tan sólo era el comienzo, Hitler tenía mucho más en su cabeza, quería el mundo y a él miraba, mientras todos los dirigentes jugaban a pacifistas, evitando la guerra a cualquier precio. En 1938, cuando Hitler invade los Sudetes, Reino Unido, Francia e Italia firman con Alemania el Tratado de Munich, por el que le permiten quedarse con aquellos territorios checoslovacos. El entonces Primer Ministro, Neville Chamberlain proclamó a su vuelta a casa, entre vítores y loor de multitudes aquella famosa frase de "Hemos conseguido la paz de nuestro tiempo", defendiendo aquel traicionero pacto y olvidando quizás aquella frase de Benjamin Franklin, "aquellos que entregan la esencia de la libertad a cambio de la seguridad temporal, no merecen ni la seguridad ni la libertad".

Eran tiempos donde todavía dolía la resaca de la I Guerra Mundial y cualquiera que augurase la posibilidad de otra guerra era un loco comunista, como Charlie Chaplin, por ejemplo, o un viejo gruñón e intolerante como Winston Churchill

Todos sabemos lo que pasó después, aquel ansia de paz de Chamberlain acabó en una cruenta guerra mundial que nunca sabremos si se podría haber evitado de haber actuado de forma distinta, tal y como le reprochó Churchill cuando entre indignado y resignado le reprochó "os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra".

Dicen que quien no aprende de la historia está condenado a repetirla. Hoy, asistimos en primera fila a otra guerra. Una guerra civil que en realidad lleva ya tiempo sembrando muerte y terror, pero que ahora ha adquirido tintes mucho más graves por varios motivos, entre ellos, por la huida masiva que se está produciendo de personas inocentes que lo único que quieren es vivir en paz en su casa, en su ciudad, en su país, en Siria, pero que, ante esa imposibilidad manifiesta, se ven en la obligación de dejar su cama, su barrio y todo lo que tienen para, al menos conservar la vida.

Y es ahora, cuando los países europeos empiezan a preocuparse, cuando temen por la avalancha de sirios que se está produciendo, y tratan de buscar soluciones, justo igual que en aquella Conferencia de Evian, en Francia, donde la única preocupación era regular la llegada de refugiados.

Pero ellos siguen matando y amenazando. Hasta ahora Alemania andaba mirando sólo al euro, Francia entretenida en volver a ser una grande de Europa, Reino Unido pensando si merece la pena seguir en la UE (¡si Sir Winston levantara la cabeza!), Italia bastante tenía con los suyo y en España ahí seguimos jugando con nuestras rencillas corruptas y secesionistas. Al otro lado del charco, EEUU tarda en mover ficha, quizás todavía no se ha dado cuenta de que este también es su problema, o puede que simplemente esté esperando a que los europeos nos demos cuenta de que aquella también es nuestra guerra, que no basta con dar asilo a todos los que huyen, que el problema no está siquiera sólo en Siria, y que si no se soluciona, es probable que empiece a extenderse hacia occidente.

Hoy no está Hitler, pero su lugar lo han ocupados unos extremistas que se hacen llamar Estado Islámico, ISIS o DAESH, qué mas da, y que persiguen instaurar su retrógado e intolerante sistema a base de sangre, miedo y tortura.

Desde aquel inicio de la primavera árabe, muchos ciudadanos salieron a la calle buscando la libertad y se rebelaron contra sistemas dictatoriales, sin embargo, allí estaban ellos, como serpientes agazapadas, esperando para aprovechar ese limbo de ingenuidad que tantos años sin propia voluntad crearon en estos países, para que, a base de metralletas y machetes, traten de imponer sus leyes extremas islámicas.

Estamos equivocados si pensamos que el problema está allí y que se soluciona metiendo a un refugiado sirio en nuestra casa. No es sólo un pobre niño sin vida en la playa, esto es una guerra, y nos afecta a todos, moralmente por haber permitido que la situación llegase hasta donde ha llegado y personal y egoístamente , porque, como decía aquel sacerdote alemán, "después vendrán a por nosotros...".

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