Hoy pienso que hace unos días me sentí como el Juez Calatayud. Todos lo conocéis, seguro, el Juez granadino cuyo sentido común es inversamente proporcional al de la sociedad actual.
Hace unos días, en la radio, le oía contar la anécdota que le ocurrió en su propia casa y que tenía como protagonista al hijo adolescente de unos amigos. Resulta que estando de visita, nuestro querido togado le ofreció una bandeja llena de polvorones, y el chaval dubitativo, miró a su madre confuso y le preguntó: "mamá, ¿cuál es el polvorón que me gusta a mí?".
Yo tuve hace unos días una experiencia no similar, pero sí que digna de contar y dejar para la reflexión. Estando una noche en casa de unos familiares. Dos niños de 2 y 5 años andaban brincando y saltando rozando la línea esa en la que tu corazón se empieza a acelerar y, a pesar de mantener la sonrisa en los labios, no eres capaz de escuchar ninguna conversación, porque sólo tienes oídos para sus gritos, los portazos y los golpes contra el suelo sin que puedas ser capaz de concentrarte en nada más.
Cuirosamente, el niño de 2 años, aunque trasto e inquieto no era el más ruidoso, en cambio, el niño de 5 años, era el que sobresalía y nos sobresaltaba. Y digo "nos" porque se ve que no era una sensación mía, ya que alguien por allí no pudo más y no sé si de forma valiente o inconsciente se dirigió al pasillo a poner algo de orden, ya que sus padres no parecían nada alterados.
Los ruidos no disminuyeron, al contrario, comenzó a escucharse unos gritos infantiles llenos de rabia y coraje que me hicieron no aguantar más y levantarme a ver qué sucedía (de nuevo sus padres seguían tan tranquilos sentados al hilo de una conversación que debía ser la mar de interesante). Al acercarme al pasillo, pude ver cómo el niño trataba de empujar a mi amigo, el cual únicamente trataba de calmarlo y no dejarle pasar para evitar que entrase (y seguramente destruyese) al resto de habitaciones de la casa.
De pronto, el niño, paró, se miró el pie y fingió un pisotón con una pasión teatrera digno del mejor Neymar. Rápidamente se fue cojeando al salón y sólo en ese momento su madre mostró algún signo de interés más allá de la conversación que hasta entonces mantenía. Sollozando, su hijo le explicó que aquel malvado le había pisado, mientras mi amigo y yo asistíamos de pie al espectáculo, esperando la lógica reprimenda de su madre, que sin más preguntas, miró a mi amigo y le dijo: "venga, pídele perdón al nene y no pasa nada".
Mi amigo, boquiabierto y ojiplático, no fue capaz de soltar palabra, asustando quizás por el silencio acusador de todos los presentes. En ese momento, sólo puedo soltar un tímido "perdón" mientras el gesto quejoso del niño se iba convirtiendo en una sonrisa maquiavélica, sabedor de que su victoria final aún estaba por llegar.
En ese momento, nos sentamos de nuevo a la mesa, pensando que todo había terminado, cuando el niño pasó junto a mi amigo con cara burlona. Mi amigo me miró, sorprendido, y después dirigió su mirada a su madre, quien atenta a los movimientos de su hijo, esbozó un "¿ves? ahora quiere que le des un beso para que te pueda perdonar de verdad".
Niños mimados, adultos débiles... "la generación blandita" los llama un artículo que leí ayer mismo. Y recordé a mi idolotrado Juez Calatayud cuando decía aquello de que "los pequeños tiranos de hoy tienen muchas posibilidades de convertirse en grandes delincuentes el día de mañana", que Dios nos coja confesados...
No hay comentarios:
Publicar un comentario