Este último fin de semana dejé atrás muchas cosas. Bueno, más que dejar atrás, volví atrás, porque conseguí viajar atrás en el tiempo.
Y este retroceso temporal se lo debo a mis amigos, a mi peña.
Qué bueno es tener amigos, pero aún es mejor si son buenos, sin embargo, lo que es genial es que esos buenos amigos sean tus amigos de toda la vida.
Yo tengo esa suerte, y este fin de semana lo he podido comprobar. Con la excusa de una despedida nos organizamos un viaje a la playa. Durante meses hemos estado preparando tan magno evento, sin mujeres, novias ni esposas (en este sentido, no estamos muy a la moda, ya que ninguno de nosotros ha salido del armario...al menos aparentemente). Sólo nosotros, la misma peña que con 19 años nos ibamos de cañas y organizábamos fiestas en los chalets de nuestros padres.
Lástima que seamos muchos y que como es lógico, no hayamos podido ir todos, pero sí que conseguimos juntarnos un buen número de peñistas, y aunque no estábamos todos los que somos, sí que éramos todos los que estábamos. Eso sí, en especial echamos en falta a uno de nosotros, el principal, ya que era el novio y, por tanto el "ojomeneado", pero desgraciadamente no pudo asistir por motivos de salud de su padre. Aunque lo tuvimos presente todo el fin de semana y estoy seguro que a pesar de la distancia notó nuestro aliento de ánimo en estos momentos tan delicados para él.
El caso es que no pensé que un viaje a tan sólo 300 km., en realidad fuese un trayecto tan lejano. Gracias a nuestra amistad y al ambiente que creamos logramos, al más puro estilo Michael J. Fox, viajar en el tiempo.
Durante 48 horas olvidamos nuestros trabajos, nuestras actuales responsabilidades, nuestros problemas de treintañeros, nuestras penas y alegrías y volvimos a ser los jovenes sin michelines y con pelo que nos comíamos el mundo, o al menos eso creíamos.
Volvimos a compartir risas por comentarios absurdos, recuperar recuerdos que conseguimos revivir otra vez, comportarnos de forma gamberra y desenfada sin importarnos lo que la gente pensase ni el ridículo que por supuesto hacíamos.
Durante 48 horas fuimos de nuevo nosotros, porque entre nosotros no tenemos que fingir, no tenemos que callar si no nos apetece, podemos decirnos esas cosas que no le dices a tu compañero de trabajo o al marido de la mejor amiga de tu mujer, porque nosotros conservamos esa magia propia de ser amigos de toda la vida en el sentido literal de la palabra.
No voy a regocijarme contando con detalle cada segundo de los 172.800 que compartimos, aunque cada uno de ellos sería merecedor de al menos un comentario, pero me quedo con la frase de uno de mis colegas, que acertadamente comentó el trágico día después, ese lunes en el que todos volvimos a ser calvos y gordos, y volvimos a nuestros trabajos, hipotecas y hasta los michelines nos florecieron de nuevo. En fin, que parafraseando a Món, me atrevo a afirmar que lo vivido este fin de semana, no tiene precio.
Gracias, peña, por estar ahí y dejarme formar parte de vosotros.
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