martes, 13 de marzo de 2012

El chico que quiso ser hombre antes de tiempo...

Hoy pienso que él tenía 16 años y medio, era un chaval rubio, guapo y algo mimado por sus padres, quizás por ser hijo único. Sin embargo, era valiente, crecer en una época en la que no era normal llevar una pistola bajo la chaqueta, pero tampoco le parecía extraño a nadie y en la que el odio y la violencia se habían apoderado ya de las calles, acrecentaba las ganas por luchar por lo que creías o por lo que te habían dicho que creías.

Ni corto ni perezoso, aquella mañana, sin pedir permiso a sus padres (anteriormente su padre ya le había advertido que aún era un crío) fue a alistarse.

Allí se encontraba él, en la puerta del cuartel donde muchos otros voluntarios iban escupiendo su nombre entre sonrisas y muecas de gallardía. Quizás fue por su rostro imberbe, su cara infantil tintada por esa tez pálida y rubia o puede que fuesen sus maneras finas y educadas, así que cuando llegó su turno, el oficial le espetó un “¿pero tú que edad tienes, chaval? “.

Sin embargo no se achantó, venía preparado para esa pregunta, así que respondió con un seco y desafiante “pues 18, claro!”. No estaba el horno para bollos y dos manos eran mejor que ninguna, aunque fuesen de un pequeñajo adolescente, así que el oficial hizo la vista gorda.

En seguida le dieron un fusil y una chaqueta militar. Le dijeron que, esa misma tarde, su batallón se pondría rumbo a Córdoba, donde el enemigo empezaba a hacerse fuerte.

Él seguía emocionado. Ese olor a sudor y a tabaco negro que desprendían todos aquellos héroes que, ahora sí, eran sus compañeros no le era aún familiar, pero le gustaba, quería oler así, sentirse uno de ellos, y sobre todo, luchar por su patria y sus ideales.

Llegaron a un descampado a las afueras de Córdoba con la noche entrada, la luna brillaba grande y redonda así que, a la llegada al campamento, el oficial al mando (puede que fuese un sargento o un teniente, aún no se había aprendido siquiera los rangos) ordenó que se acostasen en silencio, para evitar que el enemigo supiese que se estaban reforzando. Así que su primera noche la pasó solo, tumbado, abrazado a su fusil cargado y soñando despierto, porque aquello era un sueño que por fin se hacía realidad.

Si sus amigos pudiesen verle, allí, con todos aquellos soldados de los que ahora sí, él era uno más. Nunca había matado a nadie, ni tan siquiera se había peleado. Una vez, Rodríguez Campos, un compañero de clase, le dio una bofetada por no querer compartir el bocadillo, pero entonces él no supo reaccionar y prefirió darle el bocadillo, por lo que aquello no se podía considerar realmente una pelea. Sin embargo, ahora era distinto, por fin se había hecho un hombre y ahora sí podría demostrar su valor, ese que tanto le escocía en el alma.

Al día siguiente ya tenía los ojos abiertos cuando el teniente… o el sargento, se acercó a su lado y agachándose le dijo, “anda hijo, levántate y ven conmigo, ¡menuda la has hecho!

Él no entendía nada. Los demás seguían durmiendo y aquella familiaridad con la que el oficial le había despertado no estaba acorde con las historias que le habían contado del ejército.

Prefirió no preguntar, a lo lejos, mientras andaba junto al oficial, pudo divisar dos figuras, una de las cuales en seguida reconoció. Su andar se volvió más pesado, miró al oficial, como buscando refugio más que una explicación, pero el oficial miraba al frente con una mueca risueña dibujada en su rostro.

Sus piernas temblaban, ahora sí, y poco a poco fue divisando una cara torcida y severa que le esperaba impávido con los brazos cruzados.

Al llegar a su lado, no le dio tiempo a saludar, aunque tampoco lo habría intentado, tan sólo acertó a murmurar un leve “Papá…”, mientras su padre lo cogía de la oreja y se disculpaba ante el Sargento de artillería: “Muchas gracias por avisarme, mi hijo no entiende que su sitio aún no está aquí, aunque lo estará… cuando sea un hombre”.

Y ese día acabó la guerra para mi abuelo, al menos en primera línea de fuego, porque desgraciadamente, la guerra duraría 3 años más y la sufrirían todos, los valientes y los no tanto, los hombres, las mujeres, los niños, y también los adolescentes que querían hacerse hombres antes de tiempo…

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