Hoy pienso que me desdigo de mi último post. Dicho de otra forma, tenemos los que nos merecemos.
Afinaré un poco y explicaré mi conclusión desesperanzadora. Esta mañana he tenido dos experiencias vitales, de las que quitan el sentido y te hacen ver que como diría Pérez Reverte "No somos buenos, aunque podríamos serlo"
Afinaré un poco y explicaré mi conclusión desesperanzadora. Esta mañana he tenido dos experiencias vitales, de las que quitan el sentido y te hacen ver que como diría Pérez Reverte "No somos buenos, aunque podríamos serlo"
Lunes, 6 de la mañana. Cojo mi querido tren. En el vagón del tren (o coche, como se les llama ahora) coincidimos tan sólo 4 personas. Yo, que procuro sentarme en una esquinita perdida, para no molestar y no ser molestado, una pareja de mediana edad y una adolescente, con piercing en la nariz y cascos de música amarillos del tamaño de dos guijarros del neolítico. Comienza el tren a andar.
No sé si será la fuerza de la costumbre, pero yo ya es sentir ese traqueteo junto al silencio de la madrugada y entrarme el gusanillo de la pequeña cabezadita que hasta me gusta. Cierro los ojos, y de fondo, se oye una música, reggaeton, o sea, música de la buena... tan alta se escucha que entiendo hasta los múltiples "papitos" y "te lo voy a dar" que el insigne cantante le dedica a alguna deshinibida chica.
No sé si será la fuerza de la costumbre, pero yo ya es sentir ese traqueteo junto al silencio de la madrugada y entrarme el gusanillo de la pequeña cabezadita que hasta me gusta. Cierro los ojos, y de fondo, se oye una música, reggaeton, o sea, música de la buena... tan alta se escucha que entiendo hasta los múltiples "papitos" y "te lo voy a dar" que el insigne cantante le dedica a alguna deshinibida chica.
Ya digo que yo, a base de viajes he adquirido de la capacidad de abstracción a todo tipo de ruidos (o música, según se mire). Sin embargo, la pareja que nos acompañaba rápidamente empezó a mirarse el uno al otro, hasta que en medio de la indecisión, la mujer espolea al marido con un tajante: "Manolo, ve y dile algo".
El hombre se levanta, sin muchas ganas de pelea, pero con la decisión de quien tiene a su jefe detrás supervisando. "Perdone, señorita" le dice educadamente, mientras la chica del piercing sigue enfrascada en su "toma que dale". El hombre mira de soslayo a su esposa y se atreve a tocarle el hombro: "Perdona!" Dice subiendo el tono. La chica mira hacia arriba y sin quitarse los cascos contesta un escueto "¿qué?".
-"Puedes bajar el volumen, es que nos molesta un poco". Le dice mirándome a mi, buscando mi complicidad.
- "Es que si lo bajo no la oigo yo". Fin de la cita, que diría uno que yo me sé.
El hombre vuelve a su asiento sabiéndose vencido, y lo que es peor, esperando la reprimenda conyugal... Sin embargo la mujer no dice nada, simplemente deja pasar dos minutos, un pequeño periodo de tregua.
Pasan los dos minutos, ni un segundo más. "Manolo, ve y dile que eso está muy alto, que son las 6 de la mañana y así no hay quién descanse".
Con fuerzas renovadas el hombre se levanta y se vuelve a dirigir a la insumisa adolescente: "Perdona, sigue estando muy alto" (Me gustó su sutileza, porque en realidad nunca había bajado el volumen"
La chica se pone de pie, se quita los cascos, esta vez sí, e ignorando al pobre señor le dice a la mujer: "Que si bajo el volumen no me entero, que esto es un país libre!"
La señora la mira y contesta: "Mira rica, o dejas de molestar y bajas el volumen o la libertad te la quito yo de un sopapo".
La niña (que ante la respuesta volvió a ser más niña) se quitó los cascos, apagó el móvil y dijo refunfuñando: "Si no fuese joven y mujer no me discriminaríais así"
No he podido dormir en lo que ha quedado de viaje. Son dos grandes clichés, dos grandes frases que hemos aprendido rápido en este país: "Esto es un país libre" y el "me siento discriminado". A eso hemos llegado, no es que no haya educación, ni tan siquiera respeto (no ya por la gente mayor, sino por otra persona a la que puedes molestar con tus actos), es que si no nos salimos con la nuestra, acudimos al sentimiento de marginación, ese que tanto vende en tantos y tantos sectores hoy día.
Y allí, mientras miraba a la niña que eligió la peor forma de parecer mayor, veía a aquella señora, que clavó en su alma una frase que quizás sus padres le debieron decir hace tiempo y nunca hicieron, ese marido que en seguida cogió el sueño... Y yo pensaba y pensaba... Lástima que la niña no fuera catalana, entonces sí que hubiese tenido razones de peso para sentirse discriminada....
Mañana os contaré, cómo en mi desvelo, a la llegada de Valdepeñas, sufrí otro ataque de desesperanza...
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