Hoy pienso que ser padre es la tarea más difícil que existe. Nunca se está preparado para ello, no existen manuales ni cursillos previos, y aunque la supernanny lo haga parecer fácil, cada hijo requiere una educación y un cuidado personalizado y distinto.
A diferencia de cualquier otra tarea, los resultados nunca son definitivos, y así un padre nunca deja de cuidar y preocuparse de su vástago, por muchos años que éste cumpla. Además, a pesar de que la personalidad de una persona se conforma por otros factores además de la educación parental, como la propia genética, los amigos o las experiencias personales entre otras, la responsabilidad moral y social será siempre del padre.
Además de no ser una labor remunerada, un padre nunca conseguirá ser amigo de su hijo, sus titos siempre serán más fuertes y guapos, sus abuelos más generosos y complacientes y sus colegas serán sus confesores y amigos.
Y sin embargo, no conozco a ningún padre que, teniendo la oportunidad de renunciar, lo hiciese. Eso es lo que lo hace misteriosamente maravilloso, que una media sonrisa, un beso robado o una cálida mirada es suficiente para sentirse recompensado.
Ser padre no es fácil, claro que no, nunca sabes si estás malcriando a tu hijo cuando con 7 años dejas que se coma dos helados de postre o si eres demasiado estricto cuando, al cumplir 16, no le dejas ir al concierto de su cantante favorito. Son decisiones que un padre toma, en un momento concreto, sin saber a ciencia cierta si es la mejor decisión, y con la crueldad añadida de que nunca sabrá si erró o acertó.
Me viene a la mente un amigo mío, cuyo padre era bastante estricto. Tras años de educación y disciplina casi castrense, mi amigo es hoy un hombre casado, con hijos y un reputado profesional en lo suyo. Un día, su padre, en plena discusión sobre la educación que le había dado y defendiendo sus rigurosos métodos, le dijo: "has llegado a ser lo que eres gracias a mi" a lo que su hijo contestó de forma seca y tajante: "más bien soy lo que soy a pesar de ti".
Alguien dijo alguna vez que la primera parte de nuestra vida nos la estropean los padres, la segunda los hijos. Y es que si ser padre es harto complicado, ser hijo tampoco es fácil. Desde que somos pequeños, vemos en nuestro padre a esa persona malvada sin escrúpulos que nos dice que NO a todo, que se encarga de limitar todas nuestras ambiciones y sueños, que nunca nos deja dormir o vaguear tranquilos y que, por supuesto, no nos comprende.
Sin embargo, una vez que somos adultos, ser hijo es mucho más fácil, o debería serlo, porque nunca tendríamos que dudar de que un padre lo da todo por nosotros y que más o menos acertadamente, las decisiones que tomó lo hizo siempre pensando que era lo mejor para nosotros. De poco sirve guardar un absurdo rencor o desear que, aún ya nosotros adultos, nuestro padre fuese de otra manera. Lo cierto es que nos dio la vida y desde entonces compartió con creces todo lo que tenía y eso es motivo suficiente para estarle siempre agradecido.
Decía Mark Twain que cuando tenía catorce años, su padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplió los veintiuno, le parecía increíble lo mucho que su padre había aprendido en siete años.
Quizás algunos hijos tarden más en ver lo que sus padres han aprendido, pero todos, tarde o temprano, deberíamos ponernos sus zapatillas y saber que, nuestro padre siempre ha sido más padre que sabio, y eso, precisamente, es su mejor virtud.
P.D. Hoy en día es difícil referirse a un padre. Lo ves tan obvio que no crees necesario aclarar que hablas del padre como la figura universal que incluye e integra a padres, madres y cualquier otra persona que actúa como tal. Quizás fuese preferible utilizar algún otro término políticamente correcto, pero yo, cabezón y quijote, no lo haré, no sólo por economizar, sino por engrandecer una palabra cuyo significado y sonido es más bello que el de otros términos impuestos como progenitor o ascendiente.