martes, 15 de julio de 2014

Huérfano de verano

Hoy pienso que me siento raro. Ya estamos a mediados de julio, es cierto. Me despierto con calor, desayuno viendo el encierro de los San Fermines y en el camino al trabajo ya me vuelvo a sentir Gary Cooper cruzando las calles desiertas a lomos de mi moto.

Hasta hace unos días seguía poniéndome una chaquetita para ir a trabajar por la mañana, ahora ya parece que Lorenzo ha dicho aquí estoy yo y el sudor empieza a ser un compañero de fatigas inseparable. Por otro lado, al mediodía, durante la comida, pongo la 2, donde reponen por enésima vez "verano azul", y el baño vespertino en la piscina es obligatorio. ¡Oficialmente es verano!

Y sin embargo, a pesar de todas estas pistas, yo no me siento en verano. Este año es distinto, no tengo esa feliz percepción que te hace ir por la calle con sonrisa de tonto y axilas mojadas. Sentado en la terraza de un bar, sin que la noche termine de refrescar el ambiente, las cañitas me saben muy ricas, y sin embargo, me sigue faltando algo...

Vuelvo a encontrar a los mismos amigos de siempre en la playa, las mismas conversaciones, mejores bikinis que admirar... parece que nada ha cambiado, hasta que suspiro y noto que sigo echando algo en falta...

Es cierto que el calor ha tardado en llegar, ¡maldito cambio climático! ¿o bendito cambio climático? Pero una vez instalado el termómetro en 40, ¿qué es lo que me pasa?

Y es al volver de la playa, cuando paro a tomar un café en un bar de carretera (con hielo, por favor) y al entrar y mirar a mi derecha, me doy cuenta. Ahora todo tiene sentido. Allí en el clásico artilugio que da vueltas, junto a un CD de Tijeritas (¿seguirá vivo este muchacho?) y la discografía completa de Camela, diviso con brillo y relumbrón un pelucón negro tizón y unos contrastados dientes cuyo blanco ya lo quisiera la nieve de Sierra Nevada... allí está, "the one and only", el gran Georgie Dann, y entonces veo la luz y soy consciente de todo: ¡No tenemos canción del verano!

Atrás quedaron los tiempos en que ponías la radio y sólo escuchabas una canción. Pusieras el dial que pusieras, allí estaba ella, aquella tonta melodía, fácil, de una sóla frase, que se pegaba a tu cerebro como una lapa y que tan sólo eras capaz de soltarla tras horas y horas de tarareo infinito, y entonces, justo entonces, cuando empezas a pensar que volvías a ser libre, te encontrabas a algún amigo que te decía: "aserejé, ja, dejé..." y vuelta a empezar.

Sí, algunos dicen (sobre todo los que viven de la música) que sigue habiendo canción del verano, que este año Enrique Iglesias y su Bailando está dando fuerte. Pero los que dicen eso no debieron vivir el verano del 89 tarareando sin parar aquello de que aquí no hay playa (vaya vaya). 

Quién no ha gritado aquello de "¡Boooooomba!" o se echó las manos al cinturón para bailar, junto con otros 40 pardillos, una coreografía country al ritmo de Billy Ray Cyrus cuando su pequeña Miley sólo sacaba la lengua para pedir el biberón...

Todos hemos tenido un tractor amarillo y nos hemos apiadado del pobre Migué, hemos bailado la Macarena mucho antes de que lo hiciese Obama y hemos hecho una mayonesa sin huevos ni aceite.

Todavía hoy cuando alguien dice la palabra "tiburón" inconscientemente y de forma autómatica, como un resorte, contestamos, "no pares, sigue sigue..."

Y pongo la radio, melancólico, vacío por dentro, y escucho la anodina canción de Enrique Iglesias, que no me dice nada. Bajo la ventanilla, y entre lágrimas grito su nombre, !Georgie, Georgie! La vida no tiene sentido sin barbacoas, bimbó ni chiringuitos, ¿dónde se fueron los negros que no podían? y yo... yo no he vuelto a arrimarme a un cachete con cachete ni a un pechito con pechito...

Y así, desamparado, indefenso ante la calina canícula, no pierdo la esperanza de escuchar de pronto una rima fácil y repetida hasta la saciedad que penetre en mi mente y no me deje... y tararearé y tararearé sin miedo a desafinar, y si es en inglés, como aquel "All my loving" que Beatlizaron los Manolos, ya improvisaré yo... y así, con suerte, quizás venga acompañada de una absurda coreografía que podré bailar sin miedo a hacer el ridículo, porque con una canción del verano, todo está permitido, ese es su encanto.

Hasta entonces, sigo huérfano de verano...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues, está bien que lo menciones porque a mí me pasa exactamente lo mismo...
Ojalá fuese la falta de canción de verano, pero desgraciadamente creo que se trata de algo multifactorial. Factores entre los que me temo que está a la cabeza la imperante falta de ilusión general por los acontecimientos (y sus consecuencias) a los que nos tienen acostumbrados nuestros modelos-ya sean políticos, empresarios, actores, futbolistas o vecinos-. En fin, que lo digan los sociólogos y no los meteorólogos.
No obstante, no voy a entrar al trapo y me dejaré llevar, como tú, por la nostalgia...y me haré una casita con el sofá para ver Verano Azul ;)

pino dijo...

Quizás la sociedad está homegeneizándose cada vez más. En verano tenemos aire acondicionado y ya no es tan verano, en invierno tenemos centros comerciales y calefacciones, y ya no son tan inviernos... tendemos a tener un evento tras otro y ninguno llega a ser tan especial como aquel cuya espera nos provoca una ansiedad sólo curada con su feliz llegada...
Como bien dices, siempre nos quedará Piraña...