lunes, 17 de noviembre de 2014

¡Dadme un punto de cobertura!

"Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo"
Arquímedes

Hoy pienso que la tecnología, con sus comodidades y ventajas, nos hace la vida más fácil hasta el punto de hacerse indispensables en nuestras vidas.
Imagino que siempre ha sido así, desde aquel genio anónimo que inventó la rueda y sin el cual no hubiésemos conocido a Fernando Alonso, hasta aquel Sir inglés, ahijado de Isabel I, que tuvo la feliz idea del inodoro, sin duda y escatologías aparte, la invención más higiénicamente brillante de toda la historia.

La máquina de vapor, la electricidad, la fregona... tantos y tantos inventos tuvieron que sucederse hasta llegar al teléfono, ese aparato que nos permitía comunicarnos con los amigos y familiares a miles de kilómetros como si estuviesen allí al lado. Aún recuerdo las horas y horas pegado al auricular... sí, lo reconozco, yo también decía aquello de "no, tonta, cuelga tú". 

El teléfono no era tan malo, si llamabas y no lo cogían, pensabas que no había nadie en casa y no te enfadabas, ya lo volverías a intentar más tarde. Recuerdo a un amigo que en su casa descolgaban el teléfono a la hora de la siesta. Un día, le espeté indignado: "¿Y si un día se muere tu abuelo y os llaman para avisaros?". Él, con su parsimonia habitual me contestó: "Si él ya está muerto, podrá esperarnos dos horas más, ¿no?", una lógica aplastante la suya.

Y el teléfono alumbró a su hijo el móvil, un gadget, en principio más práctico que el teléfono. Ahora podríamos llevarlo siempre encima, hablar desde cualquier lugar y tener la oportunidad de estar siempre localizados. Sonaba bien, sin embargo, lo que era una ventaja se tornó rápidamente en inconveniente. Mamá nos llamba angustiada para preguntarnos dónde estábamos justo cuando acabábamos de ligar con la chica de nuestros sueños, nuestro jefe nos requería un informe en mitad de una cena familiar y nuestra novia (aquella chica de nuestros sueños) nos inquiría nuestra presencia justo cuando los amigotes acababan de pedir una nueva ronda.

Por si no fuera suficiente, la exigente llamada perdida apareció en nuestras vidas. No coger el móvil ya te hacía sospechoso de un delito, pero no devolver la llamada... ¡eso ya era pecado capital!.  Recuerdo que otro día, de nuevo recriminé a mi amigo, el que no perdonaba la siesta, que nunca me devolviese la llamada, ante lo cual, con templanza y pachorra me replicó: "Una llamada perdida es eso, una llamada perdida". Sólo Platón se ha acercado, con alguna de sus dialécticas, a tan abrumador razonamiento.

Y por fin llegó el nieto, una tercera generación que cambiaría definitivamente nuestras vidas. El smartphone. Ese aparatejo endiablado que se ha convertido ya en una mera extensión de la palma de nuestra mano.

Se acabaron los debates absurdos en el bar, donde nunca había vencedores ni vencidos.

- "Qué grandes fueron Di Stéfano y Pelé, lástima que no se enfrentasen nunca"

- "Sí lo hicieron, mi abuelo los vio en el Bernabeu"


-"Tu abuelo vio también elefantes volar, ¡ja ja!". 

-"Bah, no tienes ni idea de fútbol ni de historia".

Nos perdíamos en otra caña y en otro absurdo debate hasta que a la semana siguiente, volvíamos a sacar el tema con dos amigos más que se posicionaban de un lado u otro, creando una eterna batalla tan deliciosa como inútil.

Hoy, aquella controversia se hubiese zanjado rápidamente. A la primera frase, alguien habría sacado el IPhone, tecleado Di Stefano y Pelé y dictaminado: "17 de junio de 1957, homenaje a Miguel Muñoz en el Santiago Bernabéu, jugaron ambos, Di Estéfano con 32 años, Pelé 18".Se acabó el debate, pide otra caña y sanseacabó, sin gritos, sin polémicas, sin chanzas... adiós al encanto de una tertulia.

Actores que protagonizaron películas inexistentes, reyes que nunca reinaron, frías canciones del veraano, capitales de países... ya no hay lugar para las dudas, todos tenemos un Salomón en nuestro bolsillo que acaba con toda absurada disputa.


Ya no nos enfadamos ni nos impacientamos cuando esperamos a alguien 15 minutos en la puerta de una tienda. Sacamos nuestro móvil, ponemos nuestro mejor morrito y nos hacemos un selfie, lo colgamos en Facebook y esperamos ansiosos los comentarios mientras cotilleamos cómo se lo montan nuestros amigos virtuales un saturday night.



Ya nadie se aburre en las cenas de compromiso, al primer bostezo, hacemos como que nos llega un wassup muy importante, y nos pasamos los siguiente 20 minutos leyendo cualquier cosa o wassupeando con cualquier persona, todo con tal de no aguantar a la Tía Puri contarnos lo bien que le va a su nieto el de Murcia haciendo la pasantía en un gran bufete de Yecla.

El smartphone ha conllevado dos grandes perjudicados, por un lado, el "sabeor", ese amigo que todos tenemos que siempre sabe más que tú y que, hables de lo que hables, tiene la última palabra. Sin embargo, ahora, ya no es tan fácil marcarse un farol ante la audiencia, me temo que los sabeores tienen los días contados.

La otra gran agraviada es la etiqueta del champú. Todos alguna vez, hemos leído los ingredientes en castellano, en portugués y en francés, ¡Y hasta en griego!. ¿Quién no leído alguna vez, en alto, con un acento de puro fado eso de "Evitar o contacto com os olhos"?. Hoy, sin embargo, como si los uniese el destino, nos sentamos en el invento de Sir John Harrington, aquel que cambió el mundo, y allí, sin pantalones ni tabúes, mandamos un twiter valorando la caída de la prima de riesgo.

Nostradamus, Isaac Asimov, Julio Verne... todos pensaron en coches voladores y robots humanizados, pero ninguno cayó en la cuenta de que sería un simple aparatito que nos cabría en el bolsillo el que cambiaría el mundo. Hoy Arquímedes no pediría un punto de apoyo, seguramente sólo pediría un punto con cobertura...

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