jueves, 15 de enero de 2015

Las grandes mentiras nunca descesan

"Las grandes masas sucumbirán antes a una gran mentira que a una pequeña". 
Adolf Hitler

Hace unos meses asistimos al espectáculo del ébola en España, que, como todas la noticias, nacen, crecen y mueren, porque hoy nadie habla ya del ébola, a pesar de que siguen muriendo miles de personas en África.

El caso es que un misionero español, Miguel Pajares, se infectó del virus y el gobierno español decidió trasladarlo a España para darle el mejor tratamiento posible, en un intento desesperado por salvar su vida. Se actuó deprisa y corriendo y de forma algo improvisada, lógico si tenemos en cuenta la urgencia del caso y, sobre todo, la novedad y la inexperiencia para España en el tratamiento de este virus.

Tristemente, nuestro misionero finalmente murió, y también por desgracia una de las enfermeras que lo trató se contagió... de ébola, porque el resto de España pareció también infectada, pero de rabia, porque a partir de entonces surgió un intenso debate sobre todas y cada una de las acciones que el Gobierno realizaba. Así somos para todo en esta nuestra querida España. 

Siguiendo el protocolo, ponen en cuarentena a las personas con las que Teresa Romero, la enfermera infectada, entró en contacto. Pronto surgió la duda, ¿qué hacer con su perro, Excalibur?. ¿Tenía que ser sacrificado o deberían haber tratado de salvar su vida a cualquier precio y asumiendo cualquier riesgo?

Teresa afortunadamente salvó su vida. Sin embargo, lo que debía haber sido un canto a la vida y un éxito compartido se convirtió en una batalla absurda que su marido comenzó y que ella, imagino que mal asesorada, continuó. Y es que, como siempre sucede, tenemos que buscar culpables, porque parece que, como ocurre con un trozo de pan y una pequeña espina, con un chivo expiatorio la desgracia se traga mejor.

Ella se infectó accidentalmente. ¿Pudo haber algún error de protocolo? Seguramente, o quizás un descuido suyo, o puede que un exceso de confianza. En cualquier caso, todos comprensibles y razonables para la exigencia del momento. Por suerte, y ya que fue la única contagiada, está claro que fue un pequeño accidente y que finalmente pudo tener remedio, gracias al esfuerzo de todos.

Pero no, ella tenía que ir más allá, empezar a tirar al pichón y cuanto más alto mejor... Y alguien le debió decir al oído, muy bajito: "Alguien tuvo la culpa de tu contagio y no fuiste tú... Presidente del Gobierno, de la Comunidad de Madrid, Consejero de Sanidad... alguien tiene que pagarte, serás rica y famosa, te lo mereces por lo que has sufrido y lo conseguirás, aunque tengas que mentir en alguna cosilla, dos tonterías, pero es que al fin y al cabo, la que ha estado ahí encerrada y a punto de morir has sido tú".

Y así salió del hospital y cometió su primera incongruencia, agradeció a todo el equipo médico y sanitario su labor pero olvidó agradecer a los demás, a los que pusieron a ese gran equipo a su completa disposición, sin mirar dineros ni medios, tan sólo fijando un único fin, salvarle la vida a Teresa.

Y después mintió. Mintió al decir que falló el protocolo, que ella se presentó en urgencias con fiebre y que comunicó que había estado en contacto con un enfermo de ébola y que la mandaron para casa.

En su situación, no es achacable ir al médico y omitir el dato del ébola,  igual que no es criticable cometer la imprudencia de irse a depilar tras salir del hospital con esos síntomas. Imagino que en esas circunstancias negar la mayor es una forma de que tu cerebro se defienda ante algo así.

Sin embargo, sí es reprobable que después mienta y que, tras haber cometido esas imprudencias, trate de buscar más culpables.

Quiero pensar que sólo buscaba su propio beneficio, y que no midió las consecuencias. Pero las hubo, y por el camino fueron cayendo víctimas. Un consejero de Sanidad cuyo único pecado fue defender con demasiada pasión a su personal, asegurando que era ella la que mentía, y que la atención médica recibida fue la correcta, porque una persona que va a urgencias porque tiene 37´5º de fiebre, y no tiene más síntomas, lo normal es darle un paracetamol y mandarle para casa. Pecó de no ser políticamente correcto, y claro, en un gestor, poco importa su gestión, al final todo se mide por su sonrisa y sus palabras bien medidas.

Y así fue como el Consejero de Sanidad acabó cesado, y la médico que la atendió, en entredicho. Una médico que había actuado bien, y que sin embargo sufrió un linchamiento social y mediático tras verse inculpada por la que fue, por unos días, la novia de España. Sin embargo, Teresa se topó con una peleona, que decidió que su nombre no quedase manchado, y ayer, gracias a las medidas judiciales que tomó, obligó a Teresa Romero a retractarse y a reconocer que cometió una imprudencia, y que luego mintió para sacar tajada...

Ahora es fácil apuntarse al carro, pero me duele recordar que nunca la creí, y eso me costó discusiones e incluso críticas, insultos y... !hasta perdí un amigo de Facebook! No la creí, no por nada, simplemente porque no me parecía lógica su versión, porque  si una persona llega a urgencias con un síntoma de ébola y dice que ha estado en contacto directo con el misionero que acaba de morir de ébola... Lo normal es que el médico que la atiende en ese momento active todos los sistemas de alerta, primero como profesional, pero también por mero interés propio, ya que desde ese momento, ella puede ser una futura vícitma y ante la duda del contagio, lo fácil es pulsar el botón rojo... Pero ya lo decía Adolf, lo fácil es creer la gran mentira.

Y ahora, yo me pregunto, parafraseando el trabalenguas, ¿quién descesa al consejero cesado? Porque el cesador que lo descese buen descesador será...

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