Hoy pienso que sucedió hace ya unos días. Un padre, Víctor, se encuentra comiendo tranquilamente en un restaurante en compañía de su familia, con su mujer y su hija pequeña de tan sólo 4 añitos.
Lo que parece un plácido almuerzo pronto se torna violento cuando nuestro protagonista ve algo extraño en el señor de la mesa de al lado, un tipo con pinta rara que lleva un rato enfocando con su tablet a su hija, así, sin ningún tipo de disimulo.
Tras cerciorarse de que algo raro está ocurriendo, se va del restaurante tras pagar la cuenta, deja a su familia en su casa y vuelve al lugar para pedirle explicaciones al tipo del Ipad, que allí seguía. Entonces le pregunta y le pide que le deje ver las fotos que ha hecho, éste niega la mayor, y nuestro hombre, algo airado y enfadado por la absurda negativa del otro, le quita la tablet, comprueba que efectivamente ha estado grabando a su pequeña. "Hijo de puta, ¿te gustan las niñas? ¡Deja a mi familia en paz!" Le grita antes de darle un puñetazo, con tan mala suerte que del golpe, el hombre fallece.
Hasta aquí, la situación podría parecer normal, un hombre que reacciona de forma excesivamente agresiva ante un hecho molesto pero sin más importancia, aunque con la mala suerte de que un sólo golpe acaba con la vida de la otra persona.
Sin embargo, la historia no termina aquí. Tras llegar la policía e identificar al fallecido se comprueba que el tipejo, había sido detenido hacía unos días por posesión de material pornográfico infantil en su casa.
Esto lo cambia todo.
Y es entonces cuando uno se pregunta si éste hombre, con su puñetazo no salvó a muchas niñas y a su propia hija de caer en las garras de este malnacido.
No sé qué se le pasó por la cabeza a Víctor, seguramente pudo más su sentimiento como padre que como persona racional, puede que en ese momento, sólo viese a su hija, una niña indefensa ante un cabrón sin escrúpulos y entonces todo lo demás diese igual. "Sólo quise defender a mi familia", declaró hace unos días.
Surgen más preguntas, como la de qué hacía ese hombre en la calle, grabando libremente a una menor con su tablet cuando hacía sólo unos días había sido detenido por unos de los delitos más execrables que pueden existir.
Lo cierto es que en la actualidad existe un sentimiento de impunidad que afecta a todos, a la víctima y al verdugo. El verdugo porque conoce las leyes muy bien y sabe cómo tiene que actuar y qué decir para no pisar la cárcel o, si es inevitable, pisarla lo justito y la víctima porque ve indefensa cómo aquéllos cometen delitos, algunos más atroces que otros, y sin embargo siguen disfrutando de la calle... y lo que es peor, se regodean de ello.
Y entonces me acuerdo del actual debate sobre la recién aprobada Prisión Permanente Revisable y me pregunto qué daño hace garantizar que un tipejo que ha cometido un terrible delito sexual, por ejemplo, no salga de la cárcel hasta que cumpla su condena íntegra o se demuestre que está totalmente rehabilitado y preparado para seinsertarse en la sociedad.
"Es una medida represiva e innecesaria" he oído a algunos. "El Gobierno quiere que los presos se pudran en la cárcel porque no cree en la reinserción" afirmaba Gaspar Llamazares. Ya sé que siempre está bien visto ser comprensivos e indulgentes con aquellos que hacen el mal en lugar de garantizar los derechos y libertades de los ciudadanos. Pero realmente ¿a quién hay que proteger?
"Si son personas, tienen dignidad, y eso determina el nacimiento de unos derechos que hay que tutelar", afirmaba hace poco el Presidente del Tribunal Superior de Justicia Vasco. Ese es justo el equívoco. En mi opinión el error radica en dónde se fija el objetivo. No miremos a aquel condenado por violar a 3 niñas y sus derechos, poniéndonos en su lugar, recordando que es un ser humano con sentimientos. Vamos a poner en otro sitio el punto de mira. Fijémonos en sus víctimas, y sobre todo, en sus potenciales perjudicadas por sus actos. Y si ese hombre supone un peligro y no hay una seguridad medianamente certera de que ese animal no va a reincidir, no debe salir de su celda. Tan simple como eso. ¿Garantizar sus derechos? Por supuesto, pero sólo sus derechos fundamentales, aquellos inalienables y que no conculcan los derechos fundamentales del resto de ciudadanos. De ahí la revisión de esa prisión permanente, para evitar posibles injusticias, errores insalvables, abusos legales o auténticas reinserciones.
Hoy tenemos que andarnos con ojo porque una simple mirada tierna a una niña pequeña en un parque puede ser entendida por su madre como el gesto libidinoso de un pervertido. Y es que ahogarnos cada día con noticias de este tipos sólo provoca obsesión e inseguridad, y eso no es bueno para nadie. Pero si encima sabemos que estos cerdos, pululan por las calles libres de sospecha y que aunque son condenados, en poco tiempo y sin ser reinsertados, pueden estar en la calle, la obsesión e inseguridad perduran pero además conviven con el odio y los prejuicios, lo cual, al final perjudica a todos, a la sociedad al completo, y es que la historia ya nos ha enseñado que el buenismo y la demagogia al final siempre culmina en catástrofes, crisis o miseria.
Por eso yo estoy a favor de la prisión permanente revisable, incluso para aquellos que merecen que fuese irrevisable...
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