Hoy pienso que este fin de semana he disfrutado de mucho deporte. Deporte sano, deporte del bueno, ese que se disfruta en familia, el que sirve de ejemplo a los niños, el que dignifica, el que saboreas y siempre disfrutas, sin importar siquiera el resultado, ese deporte que, desgraciadamente, es minoritario.
El sábado estuve viendo el Jaén F.S., equipo recién ascendido que milita en la División de Honor de fútbol sala y que se encuentra haciendo una temporada de ensueño, figurando en cuarto lugar. Durante el partido mi hija de 9 años me preguntaba por qué nos conformábamos con ese cuarto lugar, y si no tendríamos que intentar ser los primeros en la liga. Yo, rompiendo esa ingenuidad infantil tan llena de sentido común, le explicaba que los 3 primeros equipos no juegan con el resto, que están en otra liga, porque tienen mucho más presupuesto.
- "¿Mucho presupuesto?" Me preguntaba ella. "Sí, mucho presupuesto, mucho dinero, que reciben de empresas, ya sabes, como tiendas muy grandes, que les pagan para que luzcan su nombre en la camiseta y todo el mundo los conozca. Y en Jaén, no hay muchas tiendas de esas, cariño".
- "Pues de ahora en adelante, voy a ahorrar un poco de mi paga para darle dinero al entrenador y que así puedan ser primeros", me contestó, ufana ella.
El domingo tocaba otro deporte minoritario, el rugby. Un deporte mucho más cercano a mí por infinitas razones. Todo empezó con 18 años, cuando recién llegado de estudiar COU en Estados Unidos mis amigos me comentaron que se habían metido en un equipo de Rugby. - "¿Rugby?" Pensé yo, -"!qué locura! Si al menos fuese football americano...". Pero allí que me metí. Y desde aquel día descubrí un deporte donde el esfuerzo y el coraje tienen su recompensa independientemente del resultado. Un juego donde la fuerza es tan importante que no vale nada si la empleas con violencia, donde el compañerismo es tan necesario que dejas de ser egoísta por puro egoísmo y donde la rivalidad y las ganas de superar al contrario son tan intensas que al terminar el encuentro sólo deseas agradecer al rival haber sido tu compañero de juego.
Y así es, unos cuantos años después, es tu chico de 11 añazos el que se viste de corto, y lo ves pelear, sufrir y competir y te sientes bien. - "!Ensayo!" Gritas y ves a los chavales abrazarse, mientras uno de los entrenadores, Edu, este tipo duro tan sólo por fuera, les regaña y les dice, "¡nada de fiestas, eso al terminar el partido, sólo nos animamos y seguimos jugando!". Y es que los valores en el rugby entran en vena.
Y cuando terminan los niños, huele ya a partido del primer equipo mientras las gradas se van llenando... eso sí, menos de lo que nos gustaría. Y saludas a unos y otros, compañeros que jugaron contigo, padres de niños, amigos que están allí por casualidad y alguno que no conoces pero que pronto es también amigo. Y disfrutas la fiesta durante el partido, que se presume bronco, agotador y muy duro. Son las semifinales para el ascenso a División de Honor B y el equipo de enfrente, el Portuense, es un referente, un equipo que incluso ha militado en División de Honor, pero que tuvo que descender por temas de dinero... siempre el maldido dinero.
Y ves a aquellos chavales partirse el alma, todos jienenses y amateurs... ¿he dicho amateurs? ¿Cómo se denomina a un equipo que se pagan sus chandals, sus equipaciones, y ellos mismos ponen los palos antes de empezar el partido? ¿Inversores de su amado deporte?
Y allí están, con rabia sana, coraje deportivo, arrojo y valentía. Aguantando el envite. En cada jugada y en cada placaje puedes percibir las horas de entrenamiento, esas donde conjugar el trabajo con el amor a este deporte.
El oval sigue rondando con algún encontronazo lógico con el contrario. Nada que no se resuelva con una simple llamada del árbitro, ese al que sólo se dirije el capitán del equipo y llamándolo de Usted, oiga, que la educación y el respeto no se deben perder ni a 150 pulsaciones, y lo contrario no se disculpa ni aunque te haya dejado la novia. Más valores en vena.
Y viendo todo aquello a uno le vienen a la cabeza los inicios de este equipo en el Puente Tabla, jugando en un solar de arena y piedras, con esa ilusión inquebrantable que nos hacía limpiar de cristales el campo antes de cada entreno entre risas y ganas. Y ves que esto funciona, que la gente disfruta en las gradas, que los niños sonríen viendo a aquellos gigantes correr y percutir contra el contrario, que este deporte aunque minoritario tiene futuro incluso en una ciudad sin "grandes tiendas". Y en medio de ese trance, un amigo me dice "lástima que ni ganando podamos subir..." - "¿Y eso?" Pregunto intrigado. -"No podemos afrontar el presupuesto".
El dinero, siempre el maldido dinero.
Y termina el reñido partido. Perdemos por muy poco, lástima, aunque viendo quién había enfrente y cómo se jugó, nadie se siente derrotado. Rápidamente el Portuense le hace un pasillo al Jáen, se chocan y aplauden. Ahora es el Jaén el que repite el pasillo... y luego vendrá el tercer tiempo, porque 80 minutos de lucha y contienda tienen que firmarse entre abrazos, cerveza y algún que otro cántico.
Y me voy del campo, hablo con uno, me río con otro, doy besos, más abrazos... hasta que mi hija, siempre observando, me dice "Papá, ¿es que conoces a todo el mundo?", le miro y le digo "chiqui, es que en el rugby somos todos amigos".
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