martes, 30 de noviembre de 2010

Un angelito llamado César

Hoy pienso que la vida te pone los pies en el suelo a base de hostias.

Preocupados por la economía, las elecciones catalanas y por las próximas declaraciones de Mou, a veces salta una noticia que hace que nuestro corazón se haga tan chiquito que duela.

Ayer me pasó eso cuando leí la noticia de esa madre que ahogó a su hijo de 9 años en la bañera.

Sinceramente, cuando leí toda la historia, se me saltaron las lágrimas. Una madre soltera que rehace su vida en otro lugar y deja a su hijo con los abuelos, porque en su nueva vida le estorba.

Los abuelos, que piensan que el niño tiene que estar con su madre, lo envían con ella. Y ella, que tiene un trabajo y un novio nuevo, no tiene sitio en su alma para ese niño que un día estuvo en sus entrañas.

Esa ¿mujer? no quiere poner en riesgo su efímera vida y decide ahogar al niño en la bañera, meterlo en una maleta con sus pertenencias y abandonar el cadáver en la montaña.

No quiero pensar ya en ese pobre chiquillo bajo el agua, seguramente sin ser consciente de que su madre lo estaba ahogando. ¿Cómo van a imaginar esos ojos que su mami quiere acabar con su vida?

Me entristezco más pensando en los días previos, los últimos que pasó junto a su madre, y que no llegaron a una semana. Se preguntaría por qué su mamá no quería que la llamase así, "llámame tía", le decía. Se pondría triste al ver que su mamá no estaba contenta de verle a su lado. Seguro que no entendía porqué no había hueco para él en ese corazón cuyos latidos un día fueron su vida.

Y veo la silueta desnuda de César, allí en la bañera, dichoso, mientras su madre le mira. "Mi mamá me vuelve a querer" debió pensar. Y mientras el monstruo acerca sus manos al débil cuello de un ángel en forma de niño sin inmutarse ante su tierna sonrisa.

Y lloro mientras escribo estas líneas, porque no entiendo este mundo... no entiendo a los monstruos... no entiendo nada.

Hoy llegaré a casa y besaré a mis tres angelitos, sintiendo, en cada uno de ellos, un poquito de César, quien seguro que desde el cielo cuida de que los monstruos no les roben la inocencia.