Hoy pienso que mi anterior post estaba inacabado, ya que la historia no terminaba ahí, para mi sorpresa.
Tras aquel día, y recibir ese chute antitetánico, mi vida continuó... afortunadamente. Tras el verano volví a mi trabajo, a Madrid y a la querida rutina. Pasaron los meses, e incluso un año, hasta que, me llegó la hora de volver a residir en esta mi querida Andalucía.
Preparando los trámites burocráticos necesarios, para no dejarme ningún cabo suelto, llamé al Servicio de Salud Madrileño para preguntar si tenía que hacer algún tipo de gestión para darme de baja en el mismo. Imaginaba que sería automático al darte de alta en el Servicio de otra Comunidad Autónoma, pero como uno ha visto ya tantas cosas, preferí llamar y preguntar…
El caso es que una chica muy amable me pide los datos, pasan unos minutos y al no encontrarme, me ruega que se los repita.. tic tac tic tac… de nuevo una espera prudencial hasta que me contesta que no estoy dado de alta en el Servicio Madrleño. Según parece, me dice, me di de baja hacía más de un año.
“Pero eso no puede ser”, le explico. “Tengo delante mía mi tarjeta sanitaria, con el nombre de mi médico de cabecera, estoy dado de alta en la Seguridad Social y hasta estoy empadronado aquí!”.
La chica, con mucha paciencia y buen hacer, me solicita más datos y comienza a urgar por sus bases de datos hasta que descubre que estoy dado de alta en el Servicio Andaluz de Salud, “concretamente desde agosto del año pasado”.
En ese momento, se me encendió la lucecita y lo comprendí todo. Al día siguiente llamé a un amigo que trabaja para un Servicio Sanitario y me lo confirmó. Según me comentó, es práctica habitual que cuando atienden a alguien en un Centro de Salud y no está inscrito en ese Servicio de la CCAA, lo dan de alta automáticamente para tener más asegurados y así percibir una mayor cuantía por parte del Estado, ya que, como muchos sabrán, el Estado paga a las CCAA una cuantía económica para sufragar el sistema sanitario respectivo, que depende del número de personas inscritas en el mismo, por lo que cuanto mayor sea el número de personas, mayor dinero percibirán.
Por suerte, en mi caso, no me supuso ningún perjuicio. Pero imaginemos que, por ejemplo, me rompo una pierna. En ese supuesto, me habrían atendido en Madrid, sí, pero de nuevo como desplazado, esta vez sin serlo, y lo que es peor, ¿quién me daría la baja laboral, si yo estoy inscrito en otra CCAA?
Desde un punto de vista personal, el perjuicio es enorme, pero ¿y desde el punto de vista institucional? Esto significa que una Administración Pública está defraudando deliberadamente a otra Administración Pública, ¡y a costa de causar un perjuicio a un beneficiario!
Quizás, esto ya no espante a nadie. Cuando tenemos EREs fraudulentos, trajes grauitos, príncipes que no son tan azules, diputados que se enorgullecen de no acatar ni respetar la justicia o parlamentarios autonómicos que toman posesión haciendo arengas absurdas, la verdad es que es lógico que esta historia sea una mera anécdota que consiga tan sólo una pequeña mueca en la cara del lector. Aún así, hoy la historia duele más que cuando el dinero público no era de nadie…