Hoy he leído un comentario de una chica que decía que ella no podía ver las cosas desde la distancia sino sólo desde su propia realidad.
Bueno, yo procuro siempre hablar desde la objetividad, y para ello trato de generalizar, pero sobre todo, no pensar en mis propios intereses, ya que si pensase desde mi posición, os puedo asegurar que sería más comunista que Lenin, puesto que ni poseo tierras ni mi familia me dejará herencia, y desgraciadamente no gano millones, sino que vivo al día con mi sueldo y el de mi querida mujercita.
Dicho esto, y en honor a esta chica, voy a contar una experiencia personal que quizás sirva para ilustrar uno de los muchos males de estos 17 reinos de Taifas que hemos logrado construir en esta nuestra España.
Hace 3 años, cuando yo aún vivía en Madrid, andaba yo veraneando por tierras de los aceituneros altivos, esa llena de olivos, cuando en un pequeño descuido me clavé en la punta del pie una punta oxidada (es lo que tiene la mala costumbre de andar en verano con chanclas).
Me dirigí a un centro de salud para que me pusieran la vacuna antitetánica, ya que ni recordaba la última vez que alguien me pinchó con una aguja. Miércoles, mediados de agosto, a las 16:00 y con 40º a la sombra… podéis imaginaros el escenario.
Al entrar al ambulatorio, un administrativo, muy amable, aunque con la pausa lógica de quien se halla trabajando en esas condiciones, me pide la tarjeta sanitaria. Yo le entrego mi tarjeta sanitaria de la Comunidad de Madrid con su bandera roja con estrellas blancas y el hombre al verla, exclama: “Vaya, un desplazado! Espere ahí sentado”
Me dispuse a esperar, y comenzaron a pasar los minutos, entretanto, una pareja joven entra y mi amigo repite el ritual, pero esta vez, el chico le dice que ha olvidado la tarjeta. “Bueno, no pasa nada, adelante”, le dice el funcionario, sin pedirle siquiera su nombre de pila.
Al rato, aparece una familia de gitanos (perdonad mi ignorancia, pero es que no sé si es políticamente correcta la denominación o tengo que decir familia de etnia gitana, de cultura romaní u otro eufemismo, así que mientras alguien me lo aclara prefiero seguir llamándolos gitanos a secas, espero que a nadie le ofenda), y ante reiterada pregunta del funcionario por la tarjeta, el padre de familia espeta un “De eso nosotros no tenemos!”. Ni que decir tiene que acto seguido pasaron para adentro mientras yo seguía esperando.
Fue entonces cuando me levanté y le pregunté al señor, de forma muy respetuosa que a qué se debía la tardanza, y señalándome un libro de contabilidad azul, esos donde figura un debe y un haber, me dice que tiene que rellenar allí todos mis datos y que eso lleva un tiempo… es lo que tiene ser un desplazado.
Finalmente me atendieron, y muy bien, por cierto. Pero al salir me pregunté que si eso ocurría en Andalucía, qué no ocurriría en otras CCAA más “arraigadas” con su nacionalidad, como el País Vasco y Cataluña… Aún así, la experiencia me enseñó algo, que si volvía a un centro de salud, mientras fuese un desplazado, nunca enseñaría la tarjeta…
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