Hoy pienso que anoche estuve viendo el debate entre Sarkozy y Hollande, los dos candidatos a la Presidencia francesa. Y aparte del detalle de verlos a ambos renegar de Zapatero como hizo San Pedro hace 2.000 años, me quedé fascinado, disfrutando de un debate de verdad.
Sí, es cierto, que he visto muchos debates de verdad en EEUU, pero lo cierto es que en Europa no sabía que también podía ser.
Ver a los dos contrincantes hablar, debatir, improvisar, no utilizar papeles, responder sin pensar ni vacilar, interrumpirse y hasta conminar al otro a que conteste cual profesor a su alumno (“no soy su alumno”, le espetó Sarko en una de esas a Hollande).
Claro, que para llegar a esto se requiere una sólida cultura de más de 200 años en la que el respeto y la educación estén subsumidos en la propia sociedad y por ende, tengan su reflejo en los políticos.
En España los pocos políticos que aceptan debatir, necesitan asegurarse previamente del escenario escogido, el nombre del moderador, el contrincante, los temas que se aboradarán y los que no saldrán a la luz, porque a ninguno le interesa tocarlos… y al final resulta que la importancia del debate empieza y termina en la negociación de las condiciones del mismo.
Luego llega el día del debate y toda la emoción radica en el color de la corbata con que aparecerán los candidatos, ya que el resto funciona automáticamente. Se trata de hacer pequeños mítines de 5 rigurosos minutos, leyendo o recitando de memoria lo que han escrito junto a sus asesores y sin dejar que el moderador pase de ser un mero cronometrador de los tiempos permitidos.
Claro, imagino que si no estuviese todo pactado, podrían acabar llegando a las manos, porque este es el país en el que vivimos.
Precisamente anoche felicitaba a todos los madridistas por ser los justos campeones de liga, recibiendo por respuesta, por parte de un amigo, algo tan escueto como descriptivo: “Falso”, me llamaba.
Bueno, no voy a descubrir ahora mi alergia a todo lo que lleve merengue, pero de ahí a que no sepa felicitar al contrario y reconocer su victoria, va un trecho, ya que no soy ciego ni tonto.
Sin embargo, llevo un tiempo oyendo eso de que hay entrenadores sinceros porque dicen lo que piensan y otros hipócritas porque nunca tienen una mala palabra.
La sinceridad y la hipocresía son dos extremos, como el blanco y negro, dejando entre medias multitud de matices. La sinceridad es una virtud, siempre que no sirva para justificar la mala educación o lo que es peor, la mala leche y las malas artes. Igual que la hipocresía puede ser un defecto si conlleva traición, envidia o insidia.
Cuando pierdes un partido duele, ¡claro que duele! Y la verdad es que no te apetece saludar y felicitar al contrario, pero la deportividad lo hace necesario, porque si olvidamos ese pequeño detalle, no queda nada.
El deporte es aplicable a todo en la vida y saber perder es tan importante como saber ganar, y mientras no aprendamos esos pequeños grandes valores, no podremos disfrutar de un verdadero debate en el que los participantes sepan tirarse los trastos a la cabeza tan sólo de forma metafórica.
PD. Sin hipocresías, con todo el dolor del mundo y deseando que sea la última vez que lo diga (aunque me temo que no): !Enhorabuena madridistas!
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