Hoy pienso que ocurrió tal día como hoy del año 722, ha llovido desde entonces.
La historia comenzaba unos días antes, cuando Pelayo, un nieto del Rey Chindasvinto se negaba a que el bereber Munuza se casase con su hermana. Por tal acto de rebeldía fue exiliado a Córdoba, pero logró escapar y volver a escondidas a Asturias, donde logró organizar un pequeño ejército, secundado por los dirigentes visigodos astures, que se negaron a pagar los impuestos exigidos.
Los moros no se andaban por las ramas y desde Córdoba subieron refuerzos árabes para acabar con los “asnos salvajes”, como ellos llamaban a Pelayo y los suyos.
Nadie se pone de acuerdo en cúantos soldados acudieron desde el sur, pero desde un mínimo de 20.000 hasta la barbaridad de 180.000 combatientes se ha llegado a escribir que apoyaron a Munuza y los suyos.
Pelayo y sus 300 hombres los esperaron en el Valle de Cangas de Onís y allí, a base de pedradas y flechas, lograron acabar con el ejército sarraceno, lo que trajo como consecuencia la huida por patas de Munuza, naciendo el imperio Astur, el arranque de la Reconquista y ganándose Pelayo el título de Don, dejando de ser un “asno ignorante”, como lo denominaban peyorativamente los musulmanes.
Viene muy a cuento estos días esta historia, para recordar a los silbadores y otros nacionalistas que, en realidad y como dice un viejo dicho asturiano “Asturias es España y lo demás tierra conquistada”.
También conviene recordar que en aquellos tiempos, la sociedad árabe era culta, intelectual y limpia, por cuanto los visigodos eran bastante más primitivos. Con razón, los árabes los llamaban salvajes. Esto conviene no olvidarlo, porque estoy seguro que, por ejemplo, la hermana de Don Pelayo, hubiese ganado más, como mujer, esposa y amante, casándose con Munuza que volviendo a casa de su hermano.
Aún así, y por suerte para nosotros, la evolución y la involución de una y otra cultura salta a la vista...
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