Hoy pienso que hace exactamente 2014 años, una pareja joven, de viaje, andaba buscando refugio para poder pasar la noche que se avecinaba... él, tierno e infatigable, no cejaba en su empeño de encontrar un sitio donde ella, callada y paciente, pudiese descansar un rato...
Esta es nuestra historia, poco importa si ya en Mesopotamia celebraban en estas fechas un festival en honor al dios Mardduk, si en la antigua Roma era Saturno el protagonista o en Persia, la actual Irán, las familas se mantenían en vigilia toda la noche, alimentando el fuego para ayudar al sol a combatir la oscuridad en su fiesta de Yalda. Los celtas celebraban el amor y la fertilidad y dioses como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dionisio o Baco nacieron en estas mismas fechas.
Es el solsticio de invierno una fecha singular, donde la noche es más larga y el día mengua, y eso a lo largo de la historia no ha pasado desapercibido para ninguna civilización.
En China, festejan el Dong zhi o "la llegada del invierno" con una copiosa comida familiar, en la que, entre otras muchas cosas, comen Tang Yuan, unas bolas dulces de arroz que traerá, a aquel que las coma, unión familiar y prosperidad.
La Navidad puede llamarse de muchas maneras, pero en el fondo, todos celebramos lo mismo, y eso la hace más mágica aún, porque la Navidad, la Yalda iraní o lo que judíos llaman Hanukkah es una excusa para reunirnos, para valorar todo aquello que tenemos y que en el día a día pasa desapercibido, ¿qué importa cómo se llame?
Navidad es ilusión, es convertirnos otra vez en aquellos niños que fuimos. Disfrutar con cada luz de color, cantar un villancico sin miedo ni vergüenza, olvidar rencores, compartir nuestra alegría y regalar sonrisas, muchas sonrisas.
Al final, todos ansiamos lo mismo, aunque la rutina del día a día y las dificultades que nos encontramos, nos hacen olvidar que la vida es algo que merece la pena disfrutar, sentir y compartir, y la Navidad es ese despertador que puntualmente nos lo recuerda con un timbrazo en el corazón.
Es momento de celebrar, compartir y amar. Tan mágica es la Navidad que uno es capaz de escribir algo tan cursi como esto y sentirse bien haciéndolo. Es momento de besos, abrazos, recordar a los que partieron, reencontrarse con los que en realidad nunca se fueron, dar a los que perdieron, perdonar a los que nos ofendieron, y pedir disculpas a todos los que de una forma u otra, les hicimos sentirse heridos.
Navidad, Christmas, Noël, Eguberria o Nadal, da igual cómo lo llames. No importa si eres más de Papá Noel o de los Reyes Magos, y en realidad, vale lo mismo que prefieras adornar la casa con espumillón o pintar los cristales con figuras blancas, porque precisamente el espíritu de la Navidad es también eso, respeto, respeto por nuestras creencias, por nuestra cultura y por nuestra historia.
Recuerdo cuando era pequeño y en el colegio celebrábamos el concurso de Villancicos. Todo empezaba en noviembre, cuando en clase de música elegíamos la canción y, desde ese día, empezábamos a ensayar semana tras semana esperando con ansiedad aquel gran día. Aquel día, en cierta forma, y aunque aún quedaba mucho, la ilusión de la Navidad ya llegaba a nuestras vidas.
Hoy me da pena, mucha pena, que en los colegios públicos no haya concursos de villancicos y la Navidad no se viva con la misma intensidad con la que se hacía antaño. Hace unos días, en un ataque de sentimentalismo navideño, quise poner un portal de Belén en mi trabajo y escuché algunas quejas que sin embargo se aplacaron cuando finalmente, buscando la paz digna de estas fechas, opté por el pino con luces y bolas... no sin una mueca sarcástica, ya que, quizás, esos que esgrimieron su secular sonrisa no sabían que fue San Bonifacio, hace 13 siglos quien cristianizó esta costumbre, que venía de Alemania y donde adornaban un roble en honor al dios Odín, y lo sustituyó por un pino, cuya forma triangular representaba más fielmente la Santísima Trinidad.
Hoy es Navidad, momento de dar la mano y dejarnos de discusiones absurdas, susceptibilidades sin sentido y argumentaciones banales. Hoy es día de querer, de sentir, de recordar y de olvidar, de compartir y de no dejar escapar, de amar, de vivir y de soñar, de comprometernos y de liberarnos, y por eso, y porque yo lo vivo así, os lo deseo como me enseñaron mis ancestros, mis padres y abuelos, como yo lo he vivido, como yo lo siento, esperando que os llegue como lo que es, un deseo de corazón, para todos vosotros, y perdonadme si lo grito demasiado fuerte, pero no me sale de otra manera:
¡Feliz Navidad!
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