Hoy pienso que el Premio Gordo de Navidad tiene los días contados. Atrás quedará el calvo en blanco y negro, el camarero del "Bar Antonio" al que todos queremos de amigo y el recién nacido Justino con sus maniquiés.
Y es que nos costó mucho tiempo y esfuerzo acabar con las rencillas sangrientas que mataron tantas vidas y esperanzas en nuestro país.
Sin embargo, gracias a la responsabilidad y conciencia de muchos hombres y mujeres y, sobre todo, a sus ganas de vivir en paz y armonía, a finales de los 70 España volvía a ser una. Aquella sensata generación se fue haciendo mayor y los niños de entonces, empezamos a aburrirnos de la salud pacífica de una España tranquila, y es que, como decía Antonio Machado, en España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa, será que pensar es más aburrido que embestir.
Y así, poquito a poquito, con un nacionalista por aquí, un corrupto por allá, varios iluminados con micrófonos que gritan y algún que otro vengador de ancestros a los que ni conocieron, entre todos hemos conseguido enfangar de nuevo nuestra querida patria. Como me decía el otro día un ocurrente e indignado amigo de codo en barra, "es cierto que una ardilla ya no puede recorrer España de un extremo a otro yendo de árbol en árbol, pero que no pierda la esperanza, porque si probase a hacerlo saltando de tonto en tonto, llegaba a los Pirineos sin tener que parar ni a comprar tabaco".
Hoy la sempiterna cantinela catalana, aquella que ya el sabio refunfuñón de Unamuno catalogaba de chifladura de exaltados echados a perder por indigestión de mala Historia, cobra carácter de Estado de nuevo escupiendo más lejos que nunca, aunque por suerte, sin fusiles, quiero pensar que por sentido común y que no sea únicamente por carecer de ellos.
En Madrid, a falta de ideas para hacer una ciudad mejor, no faltan las peregrinas, pero se venden al mejor postor. Madres limpiadoras, universitarios con escoba y multas improvisadas en pro del medio ambiente no han sido suficientes. Ahora, nada mejor que revolver aquella España dividida y rememorar, o más bien reescribir la Historia, apostando por cambiar el nombre de 160 calles de Madrid.
Lo siento por la Alcaldesa, pero llega tarde, no es la primera en proponer una medida tan inútil como absurda, quizás por eso, retiró la propuesta a última hora, o puede que fuese al explicarle que en algunos sitios, como Jaén, otra alcaldesa, de cuyo nombre no quiero acordarme, la tomó con el mapa e hizo una ciudad mejor, más serena y más limpia, donde el parque de la Victoria ahora es el parque de la Concordia, la calle del Santuario pasó a tener nombre de escritora y donde todos los alcaldes que rigieron durante 40 años desaparecieron del callejero... hasta la Cruzada pasó a ser la calle de la Reconcialición, no se fuesen a sentir ofendidos nuestros hermanos los turcos por aquellas batallitas de hace 1.000 años...
Y ahora, turno para la corregidora del Condado, es momento de tomar la palabra, porque en estos días de pantalla y Hashtag, uno no existe si cada día no goza de su TT de gloria.
Y por eso, porque a río revuelto, ganancia de pescadores, nada como embrollar a los españoles, que dicho sea de paso, para eso somos facilones. Y pusieron el ojo en la Navidad, aunque ya lo intentaron antes con las procesiones y algunos hasta con Don Carnal.
Navidad suena a cálido frío, a Corte Inglés encendiendo sus luces, a Freixenet y sus doradas bailarinas, al turrón del Almendro volviendo a casa con lagrimita incluida. Siempre estará Edu felicitándonos por teléfono, o Chencho haciéndonos pasar un mal rato perdido por las calles de Madrid mientras el pobre abuelo Isbert se desgañita gritando su nombre.
Los Cristmas por carta casi se han jubilado, y ahora son los wassups los que se imponen. Las bombillas se han convertido en Leds y los chinos venden árboles a 10€ con las luces incorporadas. Sin embargo, la Navidad sigue siendo de todos, una excusa para ser un poco más feliz, una justificación para reunirte con amigos y con tu familia. Un pretexto para pararte por la calle y darle dos besos a aquella amiga a quien, por las malditas prisas, siempre despachas con un frío hasta luego.
Las gran duda sobre cuándo empezar a utilizar el "Feliz Navidad" al encontrarte con el vecino en el ascensor, sólo se ve superada por la nunca resuelta cuestión del día en que ya no debes seguir felicitando el año nuevo.
Los Belenes vivientes, los peces en el el río, el niño disfrazado de pastorcillo camino del colegio, aguinaldos que eran de peseta convertidos a Euros, la llamada de rigor al primo de Cuenca, Mecano cantando las campanadas, Martes y 13 repitiendo su empanadilla, los niños de San Ildefonso, el recuerdo de los que ya no están...
Y entonces llegó la Colau, y decidió llamar a la Navidad "solsticio de invierno" en un intento de hacer que estas fiestas sean de todos, porque según parece, la Navidad pertenecía sólo a nos pocos.
Y es ahora,en estas fechas en las que todas las discusiones laborales se limitaban a elegir el restaurante para la comida. Donde la diatriba familiar era si comer otra vez cochinillo y la polémica con los amigos era si en fin de año salías de cotillón o mejor hacías una fiesta en casa, llegan la Colau y la Carmena y engrasan aquellos fusiles que tanto daño hicieron y vuelven a tratar de revolver España. Elije tu bando, ¿eres de la Navidad o del solsticio?. Pero por si acaso, ellos ya venden su marca, y te recuerdan que la Navidad es sólo para católicos, es el solsticio (palabreja que hasta hace poco sólo conocían los astrólogos) la festividad de todos, esa que "ponen en valor los valores de todos", y es que por hacer, hasta la redundancia la hacen válida, oiga.
Y vuelvo por donde empecé, a nuestro Premio Gordo de Navidad, aquel con más de 200 años de antigüedad, y que sospecho que también se tendrá que eliminar. Y es que, bien pensado, no puede ser de Navidad por ser un concepto religioso, tampoco puede llamarse Gordo, porque es discriminador y hace apología de la anorexia, y ni tan siquiera deber ser un premio, porque convertiría a un obrero de clase en un rico capitalista...
"En Estados Unidos no se acuerdan de la guerra con España de 1898. Lo más viejo allí tiene diez años".
Woody Allen