martes, 13 de agosto de 2013

Hace sólo 10 años

Hoy pienso que aquella tarde hacía mucho calor. Ronda preciosa, sí, pero calurosa. 

Fue idea suya, -No puedo más, necesito salir de aquí. –Protestaba hacía unos días. 

Así que cogimos el coche y nos plantamos en Ronda. Algo normal, si no fuera por esa pequeña  barriguita que apenas delataba los 8 meses y medio de vida que llevaba dentro. 

Un par de calambres y algo de cansancio de más fueron sus únicos síntomas extraordinarios en aquella tarde rondeña. Ella es tipa dura, siempre lo ha sido. 

Una cenita suave, un par de cervezas y a dormir. 

-Agus, despierta, ¿qué es esto?. –Fue lo primero que escuché antes siquiera de abrir los ojos. La cama empapada sólo podía significar una cosa, habíamos roto aguas. 

Mientras yo daba vueltas por la habitación buscando mi ropa, ella, muy calmada, me decía, -Baja a recepción, paga y pregunta cómo llegar al hospital, yo mientras me voy vistiendo. 

Abajo, un chaval todavía dormido no daba crédito a lo que le estaba contando. Nervioso como si él fuese el padre, decía que no nos preocupásemos, que él nos llevaba. –Tranquilo, tú no puedes dejar la recepción. Sólo dime cómo llegar al hospital. Le calmaba yo. Y así mientras se deshacía en explicaciones, apareció ella, con total parsimonia, perfectamente arreglada y con la maleta en la mano. -¿Nos vamos ya? 

Ya había amanecido, pero la ciudad aún dormía, así que, sin tráfico, logramos llegar al hospital en apenas unos minutos. Tras algún pequeño contratiempo con las enfermeras y sus cambios de turno, allí estábamos, en la camilla, ella embadurnada de cables y yo borracho de nervios. 

-A ver, has roto aguas, pero aún no estás de parto. Parece que va a ser un día muy largo porque ni siquiera tienes contracciones,  por lo tanto sólo queda esperar y si al final de la tarde no has dilatado, tendremos que provocarlo. –Nos tranquilizó amablemente el ginecólogo. 

Tras mucho pensarlo, decidimos que era mejor irnos a Jaén, allí sería todo mucho más fácil y como al fin y al cabo aún no estaba de parto, llegaríamos con tiempo de sobra. Y así, bajo nuestra propia responsabilidad, ya que el médico era algo reticente a ese viaje y así nos lo reiteró, nos montamos en nuestro Seat León y nos pusimos en marcha. 

Fue un viaje curioso, con tantas prisas yo ni siquiera había ido al baño esa mañana, y las cervezas de la cena empezaban a pedir paso, pero no era cuestión de perder un minuto y si ella aguantaba, qué menos que lo hiciese yo también, era algo así como un gesto solidario. Entretanto, la futura madre, callada y resoplando. 

-¿Cómo vas? Le preguntaba de vez en cuando, obteniendo siempre un escueto “bien” por respuesta. Sin embargo, una de las veces, la contestación fue algo más larga… -Bien, pero creo que tengo contracciones. 

"Contracciones”, la palabra mágica. Un sudor frío empezó a recorrerme la frente, puse los cinco sentidos en la carretera y sin miedo a las multas, empecé a sacarle partido a nuestro recién comprado Leoncillo… ni Carlos Sainz podría haberme ganado en ese momento por aquellas carreteras convencionales. 

Finalmente, llegamos al hospital de Jaén y allí la dejé en la misma puerta, donde mi padre la esperaba, y me fui a aparcar el coche. Resoplando, sudoroso y muerto de miedo, llegué al paritorio y en poco menos de una hora, apareció él. Moreno y peloncho, callado y tranquilo, pensativo, y así nos dijo hola.

-Si os descuidáis nace en la autovía… mira que si os sale granaíno… Decía alguien por allí con cierta sorna. 

Es tipa dura, ya os dije, así que ella solita lo hizo todo, y lo hizo bien, sin epidurales ni anestesias, a pelo, apretando y sin un solo grito, no se vaya asustar, debió pensar en mitad del trance. 

Y llegó, impaciente, como sigue siendo, algo aturdido al principio, pero pronto se calmó cuando notó la piel templada de su madre y sintió sus latidos, esa música que llevaba escuchando tanto tiempo. Él no lloraba, sólo la miraba muy fijamente, como consciente de que estaba en unos brazos que siempre le protegerían. 

-¿Quieres cogerlo? –Me preguntó. 

-Espera, disfrutad ambos el uno del otro. Ya habrá tiempo para conocernos. -Le dije, sin querer entrometerme en aquella escena. 

Durante el embarazo, no teníamos claro qué nombre le pondríamos y tampoco quisimos saber su sexo, así que llegamos al acuerdo de que si era niña, elegía la madre y si era niño, elegía el padre. Fue entonces, cuando me miró… y me atrapó. Juan Carlos, tienes cara de Juan Carlos. 

Hoy Juan Carlos es JC, y aunque aún es un niño, empieza a tener cosas de hombrecito. Cuando me da la mano por la calle me sabe extraño sentir esa manaza que ya es casi tan grande como la mía, y el 38 que calza empieza a darme miedo. Sin embargo, cuando duerme, todavía se le hinchan sus mofletes y yo me descubro reviviendo aquella escena del paritorio, él en brazos de su madre, tranquilo, mientras posaba su mirada en mí, como saludando…Pudo ser ayer, pero en realidad fue hace ya 10 años.

martes, 6 de agosto de 2013

Desvelos de desesperanza en un tren (fin del viaje)

Hoy pienso que mi viaje continuó sin más sobresaltos que los propios de un tren con más paradas que una diligencia del salvaje oeste. 

Y llegamos a Valdepeñas, una chica de unos 30 años entra en el vagón y se sienta a mi lado. Es guapa, bien vestida, informal pero elegante y con un maletín de trabajo que le da cierto aire interesante. 

El tren continúa su camino y aparece el revisor, "buenos días, billete por favor", le dice. 

- "Verá usted, he llegado justa de tiempo y no he podido sacarlo". 

-  "No pasa nada, me lo abona aquí y ya está". 

- "Estupendo, ¿Puedo pagar con tarjeta?". 

- "¿Con tarjeta? No, yo no llevo máquina para tarjetas, soy un revisor, sólo puedo cobrarle el billete en metálico". Le dice el revisor algo contrariado. 

- "Uy, pues a ver cómo lo hacemos, porque no llevo dinero... pero es que tengo que ir a Madrid por un asunto de trabajo muy importante". Le dice ella, tranquila y educadamente, mientras le regala al revisor una sonrisa de no haber roto nunca un plato. 

El revisor se queda pensativo, mirando a la chica de forma cariñosa y algo proteccionista. "Mire, podemos hacer una cosa, al llegar a Chamartín se baja, saca dinero del cajero, yo le espero en el andén y me lo paga". 

En ese momento me acuerdo de mi experiencia con otro revisor hace sólo dos semanas y pienso en los peligros de la generalización, en lo injusto que fui hablando mal de los revisores tan sólo por haber sufrido una mala experiencia con uno de ellos. 

En ese momento ella interrumpe mis pensamiento y espeta con gesto torcido. "Ya, pero es que yo me pensaba quedar en Atocha..." 

- "A ver, en Atocha el tren sólo para 5 minutos, no le da tiempo a sacar dinero y volver y yo tengo que seguir en el tren hasta Chamartín. Tendrá que continuar hasta Chamartín y ya le digo que yo no tengo inconveniente en esperarla allí, pero no puedo hacer más, de hecho es que no debería dejarle continuar el viaje porque el billete tiene que abonarlo en metálico antes o durante el trayecto". 

Con gesto de adolescente, entre inocente y picarón, mira mi acompañante de asiento al revisor y le dice "bueno, no pasa nada, me espero hasta Chamartín, gracias". 

- "Vengo cuando estemos llegando a Chamartín, hasta luego", zanja el revisor y sigue su camino hacia el siguiente vagón. 

Y así continúo mi viaje, maldiciendo mi post en el que criticaba la actuación de un revisor, fustigándome mentalmente por haber creído que todos los revisores eran iguales y admirando aquella situación que había presenciado. Dos personas que desde la educación, la honestidad y el sentido común habían logrado resolver un problema que desde una mente algo más obstusa podría haberse antojado imposible. 

Vamos llegando a Atocha, mi destino, y conforme el tren va aflojando la marcha, signo inconfudible de que estamos a punto de llegar, observo que la chica cierra el maletín que hacía un rato había abierto para leer la Telva y cuando estoy a punto de pedirle que me deje pasar para salir, veo, para mi desconcierto, que se levanta y se prepara para salir también. 

No me lo podía creer, mis ojos no daban crédito. La gente empieza a evacuar el tren y allí va ella, tan delgadita, con esa falda tan mona y esos andares pizperetos, abandonando apresuradamente, pero sin perder la gracia, aquel andén. Perplejo ante la situación vivida, ojoplático y paralizado en mitad de la estación, viendo difuminarse a lo lejos aquella silueta, sólo podía recordar a mi revisor de hace dos semanas. 

Hoy, el revisor que confió en esta chica ha aprendido una lección, y si la semana que viene me lo encuentro y tengo cualquier problema, su respuesta, más que justificada tras lo vivido hoy, será: "No me calientes la cabeza, el problema es tu problema y no el mío y no, no voy a dar más de lo que esté obligado a dar". Y yo lo miraré, todavía desesperanzadamente desvelado, le daré la mano y sólo acertaré a decirle: "gracias, es lo que nos merecemos".

lunes, 5 de agosto de 2013

Desvelos de desesperanza en un tren (1)

Hoy pienso que me desdigo de mi último post. Dicho de otra forma, tenemos los que nos merecemos.

Afinaré un poco y explicaré mi conclusión desesperanzadora. Esta mañana he tenido dos experiencias vitales, de las que quitan el sentido y te hacen ver que como diría Pérez Reverte "No somos buenos, aunque podríamos serlo"

Lunes, 6 de la mañana. Cojo mi querido tren. En el vagón del tren (o coche, como se les llama ahora) coincidimos tan sólo 4 personas. Yo, que procuro sentarme en una esquinita perdida, para no molestar y no ser molestado, una pareja de mediana edad y una adolescente, con piercing en la nariz y cascos de música amarillos del tamaño de dos guijarros del neolítico. Comienza el tren a andar.

No sé si será la fuerza de la costumbre, pero yo ya es sentir ese traqueteo junto al silencio de la madrugada y entrarme el gusanillo de la pequeña cabezadita que hasta me gusta. Cierro los ojos, y de fondo, se oye una música, reggaeton, o sea, música de la buena... tan alta se escucha que entiendo hasta los múltiples "papitos" y "te lo voy a dar" que el insigne cantante le dedica a alguna deshinibida chica.

Ya digo que yo, a base de viajes he adquirido de la capacidad de abstracción a todo tipo de ruidos (o música, según se mire). Sin embargo, la pareja que nos acompañaba rápidamente empezó a mirarse el uno al otro, hasta que en medio de la indecisión, la mujer espolea al marido con un tajante: "Manolo, ve y dile algo".

El hombre se levanta, sin muchas ganas de pelea, pero con la decisión de quien tiene a su jefe detrás supervisando. "Perdone, señorita" le dice educadamente, mientras la chica del piercing sigue enfrascada en su "toma que dale". El hombre mira de soslayo a su esposa y se atreve a tocarle el hombro: "Perdona!" Dice subiendo el tono. La chica mira hacia arriba y sin quitarse los cascos contesta un escueto "¿qué?".

-"Puedes bajar el volumen, es que nos molesta un poco". Le dice mirándome a mi, buscando mi complicidad.

- "Es que si lo bajo no la oigo yo". Fin de la cita, que diría uno que yo me sé. 

El hombre vuelve a su asiento sabiéndose vencido, y lo que es peor, esperando la reprimenda conyugal... Sin embargo la mujer no dice nada, simplemente deja pasar dos minutos, un pequeño periodo de tregua.

Pasan los dos minutos, ni un segundo más. "Manolo, ve y dile que eso está muy alto, que son las 6 de la mañana y así no hay quién descanse".

Con fuerzas renovadas el hombre se levanta y se vuelve a dirigir a la insumisa adolescente: "Perdona, sigue estando muy alto" (Me gustó su sutileza, porque en realidad nunca había bajado el volumen"

La chica se pone de pie, se quita los cascos, esta vez sí, e ignorando al pobre señor le dice a la mujer: "Que si bajo el volumen no me entero, que esto es un país libre!"

La señora la mira y contesta: "Mira rica, o dejas de molestar y bajas el volumen o la libertad te la quito yo de un sopapo".

La niña (que ante la respuesta volvió a ser más niña) se quitó los cascos, apagó el móvil y dijo refunfuñando: "Si no fuese joven y mujer no me discriminaríais así"

No he podido dormir en lo que ha quedado de viaje. Son dos grandes clichés, dos grandes frases que hemos aprendido rápido en este país: "Esto es un país libre" y el "me siento discriminado". A eso hemos llegado, no es que no haya educación, ni tan siquiera respeto (no ya por la gente mayor, sino por otra persona a la que puedes molestar con tus actos), es que si no nos salimos con la nuestra, acudimos al sentimiento de marginación, ese que tanto vende en tantos y tantos sectores hoy día.

Y allí, mientras miraba a la niña que eligió la peor forma de parecer mayor, veía a aquella señora, que  clavó en su alma una frase que quizás sus padres le debieron decir hace tiempo y nunca hicieron, ese marido que en seguida cogió el sueño... Y yo pensaba y pensaba... Lástima que la niña no fuera catalana, entonces sí que hubiese tenido razones de peso para sentirse discriminada....

Mañana os contaré, cómo en mi desvelo, a la llegada de Valdepeñas, sufrí otro ataque de desesperanza...

lunes, 29 de julio de 2013

No es un billete de tren, son 79 vidas

Hoy pienso que soy un asiduo viajero de RENFE. Como tal, suelo sacar mis billetes a través de internet, y por necesidades del trabajo, suelo tener que cambiar a menudo el tren que ya había reservado.

El caso es que, supuestamente, dicho cambio lo debería poder hacer por internet. Sin embargo, uno accede vía web, da el número de localizador, el resto de datos y en el último momento, tras 10 minutos de proceso, te aparece una pestaña diciendo que es imposible realizar el cambio. Primer error, fallo o deficiencia de RENFE.

Como yo ya me sé la historia, siempre lo hago directamente por teléfono. Llamo y digo que quiero hacer un cambio de billete. El o la siempre amable comunicadora, me pide el número de localizador y aquí viene la segunda curiosidad. Dependiendo del día y de la persona que me atiende, algunos me hacen el cambio sin problema, mientras que otros me dicen que ese cambio sólo se puede hacer por internet, que es por donde hice la compra. Recuerdo que la primera vez discutí bastante, ya que la situación era algo contradictoria. Quedaba una hora para que saliese el tren que quería cambiar y, como aún estaba trabajando, se me antojaba imposible coger el tren, por lo que quería trocarlo por el que salía una hora y media después. Ante esta disyuntiva, el hombre al otro lado del teléfono me decía que él no podía hacer nada y que si internet no funcionaba (cosa que comprobó él mismo) tendría que ir a Atocha a hacer la gestión. Por mucho que le explicaba que mi problema precisamente era que no podía llegar a Atocha en menos de una hora y que por eso es por lo que quería cambiar el billete, el hombre no atendía a razones.

Al final, colgué el teléfono y volví a llamar. Se puso una simpática señorita y me hice de nuevas, comenzando por el principio como si tal cosa... pues esta chica me sacó el billete sin ningún problema.

A partir de entonces, cuando llamo, si alguno me pone alguna traba, no discuto, le doy las gracias y cuelgo, vuelvo a llamar y siempre me atiende otra persona que curiosamente no encuentra obstáculos a hacer el cambio de billete por vía telefónica.

Sin embargo, lo de este fin de semana ya ha rizado el rizo. Llamé el sábado para cambiar el billete y esta vez sí, a la primera me hicieron el cambio. Sin embargo, no pude imprimirlo porque estaba en la playa y no tenía impresora. No pasa nada, pensé, llego con tiempo a la estación y allí lo imprimo.

Claro, que en Jaén, pequeña ciudad con ínfima estación, no hay máquinas de "auto chek in" (lo que viene a ser un cajero para imprimir o expedir billetes), así que me pongo en la cola de la taquilla (tic tac tic tac). Cuando llega mi turno, le doy mi número de localizador y tras varios resoplidos y miradas furtivas me dice que no sabe qué pasa, pero que no puede sacar el billete y que como quedan sólo 10 minutos y hay gente esperando, que me monte en el tren y se lo explique al revisor, que no cree que ponga problemas.

Me monto en mi tren, pero como ya uno va conociendo al personal, llamo a RENFE y le explico la situación, me dicen que desde allí no pueden hacer nada, pero que me mandan un SMS confimando mi número de asiento, para que el revisor se quede tranquilo.

Llega el momento crítico, se acerca el revisor, con sus gafas inquisidoras en la punta de la nariz y me pide el billete. Le cuento los hechos, y al terminar mi historia, me mira y me dice, cual máquina expendedora de tabaco: "sin billete físico no hay nada que hacer, tendrás que pagar otro". Resoplo, me armo de paciencia y vuelvo a contarle la historia, esta vez más lentamente y con un vocabulario más asequible, instiendo en lo que me había dicho su compañera de la taquilla y su compañero del servicio telefónico.

Tras terminar de nuevo mi perorata, el hombre, de forma tranquila pero tajante, me contesta: "Aquí  RENFE ahora soy yo, y usted no tiene billete imprimido en papel que es el único que vale".

- "Pero vamos a ver, alma de cántaro, le estoy enseñando el billete antiguo, en el IPad le estoy enseñando que está anulado y el Iphone puede ver el nuevo localizador con el número de asiento y todo" Le digo resignado pero algo enfadado.

- "Pues yo no puedo hacer nada. Tiene que pagar el billete, luego cuando llegue a Atocha presenta una reclamación, mañana se pasa por allí otra vez y le reintegran el importe". Me dice el interventor sin alterarse lo más mínimo.

- "Mire, yo no voy a perder dos horas hoy, y cuatro mañana en Atocha, adelantar un dinero por un pago que ya he hecho anteriormente y sufrir las consecuencias de su negligencia, y digo su negligencia porque Usted me ha dicho que aquí Usted es RENFE, así que Usted es un negligente. Llame a Madrid si quiere, a Jaén o a la conchinchina, pero no pienso pagar otro billete ni levantarme de un asiento que además nadie va a reclamar en todo el viaje porque lo he pagado yo".

El hombre, con la misma calma se quedó pensativo, me murmuró algo así como "ahora vuelvo" y desapareció pasillo abajo... Allí estuve más de una hora, sin saber si aparecería con la policía, con dos matones o simplemente había desaparecido para siempre y todo había sido un sueño...". Y yo allí, impertérrito, recordando a Julia y los chicos de verano azul cantando, guitarra en mano, aquello de "no nos moverán", mientras se me cerraban los ojos al ritmo de balanceo del tren.

Finalmente sucumbí a la llamada de Morfeo, justo cuando siento una mano tocar mi hombro. Abro los ojos y allí está, mi amigo el interventor con un billete en la mano. "Al final lo he podido imprimir yo en la cabina".

Tras darle las gracias y despedirle con una sonrisa. Me asaltaron mil dudas: ¿Era la primera vez que el interventor imprimía un billete en el tren, o simplemente le suponía mucho trabajo? ¿Si no me llego a obcecar, habría pagado el billete y después me lo habría devuelto RENFE? ¿Es lógico que hoy día, te sigan requiriendo un papelito imprimido cuando puedes enseñarlo en la tablet o el móvil? ¿Es la primera vez que ocurre una cosa así en un tren?

SI os fijais, al final todas las gestiones en RENFE que he descrito se resumen en una idea: Depende de la voluntad de la persona que tienes enfrente.

RENFE tiene pues un problema, porque si cada gestión es solucionada o no de forma arbitraria por la mera capacidad o voluntad de la persona que te atiende, algo están haciendo mal.

Por suerte, lo mío es una tontería, hablamos de tiempo y de molestias insignificantes. Pero, si la propia versión de Adif respecto a la tragedia de Santiago es la buena y se trata de un error humano, eso sólo ratificaría mi teoría, y creo que es inconcenbible que un tren con 250 viajeros dependa de la capacidad o el buen hacer de una única persona. Si ello es así, que no crean que quedan exculpados, porque algo están haciendo mal. Y en este caso, no hablamos de un mísero billete de tren o de 4 horas en Atocha, hablamos de 79 vidas.

lunes, 8 de julio de 2013

Hoy quiero hablar de mi blog

Hoy pienso que quiero hablar de mi blog. Muchos están esperando a que hable de algún amigo raro, uno de esos que pasa por una experiencia única, traumática, de desgaste psicológico y de las que nadie quiere sufrir, pero de la que todos, cuando les toca, desean con toda su alma salir.

Podría, pero prefiero hablar de mi blog, quién quiere perder el tiempo hablando de un amigo anodino, sí, anodino, de esos que cuando llega no hace ruido, pero cuando se va, notas al segundo de su partida su silencio. 

Como decía, este es mi blog, un blog donde podría hablar de ese amigo, que decide triunfar en la vida, y no quiere hacerlo solo. Y decide que todos seamos partícipes de su alegría. Porque su triunfo es de verdad, nada material o efímeramente trascendental, en realidad su conquista ha sido la propia gloria personal.

Por un momento me dan ganas de no hablar de mi blog y contaros cómo decidió compartir su corona vital, convirtiendo la honra en un triunfo de la amistad. Y así, si no fuera porque quiero hablar de mi blog, podría seguir contando cómo un simple silbido, una única llamada, y cada uno dejándolo todo para acudir a su encuentro, porque quizás, sólo quizás, todos querían estar allí, acompañándolo para ese guateque leal, porque todos ellos tenían algo personal que aplaudir y festejar.

Podría hablar también de más amigos, el que vino de Elche, y que cada día pesa un kilo más de bondad, el tranquilo granadino postizo, ese que me confesó que por fin, tras 39 años de contenida tolerancia, un día se enfadó (el fin del mundo debe estar cerca, pensé yo), otro granadino de adopción, con el que compartí tantos años de libros y experiencias, el ingeniero metido a broker, el exaltado madridista siempre con una sonrisa en su cara, el hoy anarcoliberal y que comenzó su vida del lado de la Pasionaria y el poeta de la calle, ese que es capaz de sonrojar con un sólo arqueo de cejas. 

Si no fuera porque es tiempo para mi blog, diría que también apareció el sempiterno joven que ha hecho de su vida su propia filosofía, o el primo encantador, al que nunca le falta una frase oportuna en el momento adecuado. Y sin duda también acudieron los ausentes, esos que no llegaron a nado desde el otro lado del charco, los que no tuvieron más remedio que quedarse comiendo Pierogi o los que tuvieron que sacar fuerzas para quedarse trabajando en un día tan señalado... y ese, ese que nadie sabe dónde se perdió y del que nunca más se supo. Aún así, si no fuera porque toca escribir sobre mi blog, diría que también ellos, en cierta forma allí estuvieron. 

Pero os prometo que un día os hablaré de la Pasa y el gran Matías, de los pins de colores y la cerveza leonesa, los castos besos y otros no tan castos, los abrazos sinceros, la exaltación de la amistad a horas desmedidas, las crueles risas que entre amigos nunca lo son o los mismos recuerdos que siempre acaban aflorando, pero eso será otro día, os lo prometo.

Porque hoy es día sólo para mi blog, nada de sacar los colores a hermanas, primas y otras amigas que quisieron estar allí en ese día. O esos amigos que lo supieron mimar desde sus puertas vecinas, sabiendo que nunca desfallecería. 

Y sólo porque hoy no toca, no quiero acordarme de ese anciano, que cuando cumplió 91 años, le respondía a su joven nieto cuando éste le preguntaba si se alegraba de cumplirlos: "no, no me alegro por cumplir 91 años, hoy celebro los 90 años que he vivido, porque hasta el día más triste de mi vida ha merecido la pena".

Y ahora, ahora sí, hablaré de mi blog...

viernes, 5 de julio de 2013

Dormir sueños y despiertos


"Dormís sueños y despiertos, 
incautados por lo bello
de un sueño que florece,
porque vuestro ego lo alimenta
sin que uno bien no sepa
si la vida -esa vuestra- se merece 
seguir nadando entre peces
que entre juegos enjambelgan
vuestra mala, mala mente.

No despabiléis si os apetece
acaso nadie es más dueño
de colocar en vuestro altar
una ventura que garbea
por vuestras calientes venas,
pero no recriminéis al que  os avisa
pues no hay cruel y más desdicha
que ver la luz de un nuevo mar
descubriendo que el azul era más verde"

lunes, 1 de julio de 2013

El fútbol es algo más que fútbol...

Hoy pienso que parece que fue ayer, y creo que mañana lo seguiré pensando... Y quizás dentro de 10 años.

Uno a veces desea cosas, incluso piensa que han de ser así, y sin embargo luego, cuando no salen como uno espera, no nos damos cuenta de que quizás el destino nos tenía preparado algo mejor.

Mi afición al fútbol es extrema, quizás con los años algo más relativizada (es lo que da el poso de los años, uno aprende a valorar lo realmente importante) y por eso siempre pensé que mi vastaguito seguiría mis pasos, y que juntos gritaríamos muchos goles.

Sin embargo no ha sido así, a sus casi 10 años su sorprendente y exuberante personalidad le hace tener muy claros sus gustos y preferencias, y  entre ellas no figura la de ver a 22 tíos pegándole patadas a un balón.

Curiosamente es mi angelito, la que contradictoriamente a esa personalidad tan femenina que posee, la que me acompaña eufórica en el cabalgar del balompié.

Ayer, como no podía ser menos, allí que nos fuimos los dos, acompañados por mi amigo Món, que se encargó de las entradas, a ver a nuestro equipo, el Real Jaen, enfrentarse al reto de salir de ese pozo sin fondo que es la Segunda división B.

Y es ella la que, como todo lo que hace, me descubre nuevos sentimientos y sensaciones. Curioso, como a sus 7 añitos, aguantaba el lorenzo abrasador en su cabeza, mientras esperábamos más de media hora, entre el agobio y el hedor humanizado de las gentes, para poder acceder el estadio. Allí abajo, cuando la miraba, entre el sofoco y la angustia de tanto cuerpo embarullado, y le preguntaba que qué tal iba, ella sólo me sonreía y seguía tarareando ese himno que con tanta fe se ha aprendido de memoria.

Suena el pitido inicial y su ilusión se me contagia, mientras con sus pipas y su fanta, busca con afán a su jugador favorito, Fran Machado, "¡Papi, papi, allí está, el de las botas azules!".

Durante el partido sus comentarios, sus risas, sus incansables palmas me hacen estremecer y sentir un poco más intensa la propia tensión del partido.

Un saque de puerta del equipo contrario, y ella, conocedora del rito particular de la afición, me pregunta, rápida, "Papi, ¿puedo?". Le asiento condescendiente con mi mirada, y disfruto viéndola gritar, todavía algo tímida, sabedora de que esa palabra no termina de sonar bien en sus diminutos labios: "¡eeeeeeeeeeeee... Cabrooooon!"

Y así van pasando los minutos, el Jaén mantiene un engañoso resultado que le da el ansiado premio del ascenso, pero que en cuestión de segundos puede romperse, como un jarrón en manos de un niño, en mil pedazos.

Y llega la ola, y los ojos de mi ángel crecen aún más cada vez que se acerca. "¡La ola, la ola!", me grita nerviosa y exultante, mientras levanta los brazos y salta al ritmo de todos nuestros vecinos de palco.

Un minuto para el final, penalti a nuestro favor. "Pero, ¿por qué no lo tira Fan Machado?" Me pregunta decepcionada. "Prefiere que lo tire otro compañero que no está tan cansado". Parece que mi respuesta le satisface y sonríe con la mirada.

Falla Santi Villa, la miro y me dice resignada:"Fran lo habría metido". Jugada de contraataque, la gente en pie y mi ángel me abraza subida en su asiento. Mientras un jugador rojo se planta solo ante nuestro Toni García, siento sus gritos entremezclados por mi piel. El balón parece que va a entrar, pero aparece Gaitán para sacarlo de entre los palos. Respiramos tranquilos, resoplamos y el árbitro pita el final, hemos ascendido.

"¡Al campo, Papá, al campo!", ella manda, me coge de la mano y bajamos la grada. En cuestión de segundos estamos pisando el césped sobre el que hace unos minutos aquellos jugadores sudaban más que un partido. Y mi niña, corre, vuela, salta... Y yo vuelvo a tener 7 años a su lado.

Y allí, entre el tumulto de la gente, cuidando de que nadie le haga daño, vigilo de soslayo su inocente alegría, mientras busca acalorada a su Fran Machado. Hay demasiada gente, y temo por los empujones y agobios, ella asiente y se conforma con haber visto a su lado a su también idolatrado portero, Toni García. Y nos vamos. Antes, se agacha, toca la hierba todavía húmeda y me dice "Papá, el césped es de verdad".

Subiendo la interminable cuesta, al salir del estadio, le pregunto si está cansada y quiere que cojamos un taxi. Me aprieta fuerte la mano y me dice, "prefiero ir andando, así estoy más tiempo contigo y este día dura más rato". Y yo trago saliva, y pienso que la felicidad debe ser algo parecido a esto.

Y así seguimos nuestro camino, la cojo aún más fuerte de la mano y me digo para mis adentros: Nunca olvidaré este día... Y espero que mi angelito tampoco...



Enhorabuena Real Jaén, y gracias por hacerme vivir este día...