miércoles, 11 de marzo de 2009

Tó el mundo es güeno

Hoy pienso en la película de Manuel Summers, aquélla que inició el recurrente (y hoy ya manido y abusado) truco de la cámara oculta y que reflejaba la bondad y la inocencia de la gente mediante una serie de bromas que daban lugar a situaciones cómicas excepto para el involuntario bufón víctima de la misma.

Ayer me sucedió una anécdota que me alegró y me enorgulleció. Me encontraba yo algo pachucho, ya sabéis, malestar general, embotamiento, dolor de riñones y seguramente con un poco de febrícula. Tan mal me sentía que opté por acercarme a una farmacia, en la castiza calle Atocha (en Madrid) a ver si tomandome algún placebo aliñado conseguía sentirme algo mejor.

Al entrar en la farmacia me pareció retrodecer 50 años en el tiempo. Los muebles de madera lacada, una vitrina de hierro de dos puertas doradas repleta de frascos y una báscula en la que, sin querer me vi a mí mismo, con 5 años, pidiéndole a mi madre un duro para poder pesarme.

En ese instante, una mujer de edad mediana irrumpió en mi añoranza y me preguntó lo que quería. "Un bote de Couldina", dije casi susurrando.

La mujer, me miró y me dijo "qué mala cara tienes, es para ti, ¿verdad?". Sorprendido por la indiscrección de la pregunta, la miré y asentí, mientras ella se introducía en la botica en busca de mi petición.

Al volver, con un cierto aire maternal me señaló que al contener ácido acetil salicílico no debía tomarla sin haber comido nada, a lo que yo respondí que acababa de desayunar, así que era el momento idóneo para ello, y así "veremos si mi cara deja de tener esta pinta".

La mujer rió y acto seguido me dijo, "espera, ¿quieres un vasito de agua?". Vacilé, no estando acostumbrado a este tipo de trato por parte de una farmacéutica. Busqué la cámara oculta, pero dudo mucho que en una botica como esa hubiese nada parecido, pues lo más moderno que divisé era una caja registradora National de madera y bronce. Así que accedí y la mujer me trajo el vaso de agua, me tomé la pastilla efervescente y mientras tanto, iniciamos una charla de cinco minutos bastante banal, pero no por ello menos agradable y entretenida.

Salí de aquella farmacia sintiéndome mucho mejor, no ya por la gripe que me seguía torturando, sino por haber descubierto que aún siguen quedando personas para las que la amabilidad y el buen trato están por encima del negocio. Porque todavía hoy continúa habiendo gente que no es esclava de la prisa y de la indiferencia hacia los demás.

A ver si es que va a resultar que todavía queda gente güena...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy una madrileña criada en la calle de Atocha. Esa dulce anécdota que te ha pasado es Madrid. Madrid es así, aparentemente grande, aparentemente frío pero lleno de tesoros y secretos en cada rincón...pero no todo el mundo los ve...
Espero que te regale esta peculiar ciudad muchos otros (tiene miles y más en ese barrio)

pino dijo...

Suerte tienes de vivir en un barrio así, si cada vecino posee una pizca tan sólo de la bondad de mi ya boticaria preferida.
Madrid es mucho más que una capital anegada de ruidos y polución.
Te iré contando mis descubrimientos en esta gran (en todos los aspectos) ciudad.