"El domingo nos roban una hora", oí decir el otro día a una chica en el metro.
¿Es un robo o un intercambio? Pensé yo.
El domingo dormiremos una hora menos, cierto, pero ¿y al día siguiente?
El lunes nos levantaremos, abriremos, perezosos, aún en pijama (el que lo use) la ventana y sonreiremos al saludar a un tímido sol que trata de acariciarnos nuestras, todavía, dormidas mejillas.
Al salir a la calle, notaremos un olor distinto, porque el rocío primaveral con un leve roce, anegará de optimismo nuestras entrañas. Nuestros ojos hinchados no nos pesarán tanto y el peso del abrigo que dejamos en el armario nos liberará del andar cansino hacia el trabajo.
El día no terminará al decir hasta mañana a nuestro compi de trabajo, es más, no nos sentiremos agotados, ni nuestra cabeza retumbará exigiéndonos llegar a casa para dejarnos caer en la soledad del sofá, todo lo contrario. Nos apetecerá quedarnos en la calle, hablar con la gente, quedar con los amigos, aunque sea lunes y mañana haya que currar, que mañana Dios dirá...
Descubriremos curvas y trazos en cuerpos esculpidos, que hasta ayer se hallaban escondidos bajo túnicas invernales y egoístas y que hoy enseñan sin pudor ni sonrojo más incluso de lo que nuestra imaginación a veces nos permitió soñar.
Los niños querrán seguir jugando tras la cena, y comenzará la guerra psicológica, tratando de explicar la incongruencia de irse a dormir cuando ni siquiera la luna aún nos ha mirado... !ojalá todas las guerras fuesen tan hermosas!
La primavera ha llegado, y el lunes no me sentiré estafado ni robado, que va, comenzaré el día en pijama (o en calzones, qué más da) a Lorenzo saludando.
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